jueves, 25 de agosto de 2022

Despertar.

El destino te puso en mi camino sin pretenderlo, de manera casual, fugaz, como si nuestro encuentro fuese un instante perdido en el tiempo, hecho para prevalecer en esa deriva temporal.

Sin embargo, ambos rebasamos esas fronteras, anduvimos salvando la distancia, recordando aquel instante en el tiempo que nos había unido.

Tu presencia fue abriéndose paso en mi interior, sin ningún tipo de pretensión, simplemente... tú estabas ahí, cada noche, para mí, y yo estaba ahí, de igual manera, con una sonrisa, para ti.

Supongo que, tu cálida presencia en aquellas noches desvaídas ayudó a que forjase una apariencia de ti, de lo que me hacías sentir, de lo que creía que tú sentías cuando compartías aquellos pequeños ratos de intimidad conmigo.

Tu cara oculta tardó poco en llegar, lejos de nuestras noches, esa persona que, en apariencia, tú representabas, se truncaba, dejando un regusto agrio y vacío, un amargo escenario de promesas incumplidas, de interés forzado, de presencia intermitente.

Nuestra relación siguió así por un tiempo; de pronto llegabas y derrumbabas toda clase de muro hasta hacer temblar sus cimientos. Te establecías y recuperabas aquel vacío que tu ausencia había dejado y volvíamos a empezar... Aparecía, de nuevo, nuestra intimidad, acompañada de noches que pasaban en un suspiro, del calor de nuevas promesas; la esperanza volvía a establecer sus tretas, cegaba de nuevo.

Sin embargo, tú, caballero del desazón, no contento con adueñarte de páramos baldíos en los que eras capaz de sembrar, tan pronto como llegabas... desaparecías, y ya no habían más estrellas en ninguna de mis noches.

Tenías el poder del imán y sabías aprovecharlo cuando, por casualidad, te encontrabas cerca. Porque tú debías nutrirte de ello, de sentir que podías sembrar en un campo yermo, para luego irte a sembrar en otro y, aún así, yo era incapaz de echarte de mi interior, porque seguías iluminándolo cada vez que volvías.

Ahora, la luz está apagada; rompí la bombilla. También quemé el campo y luego lo inundé de pesares. Ya no tienes nada que iluminar y nada que sembrar, ¿qué vas a hacer ahora?

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