sábado, 20 de agosto de 2022

¡Qué pesada!

Te encontré en medio de la tormenta. Tu vestías una sonrisa mal puesta, yo, un corazón vacío.

El agua llenaba ese espacio muerto entre ambos, una húmeda capa de frío. Desesperada, me aferré a tus huesos, pero estaban desprovistos de calor... Yo andaba buscando llenar allí un anhelo perdido, una reminiscencia del pasado, un calor lejano perdido hacía diez años.

Poco fue el tiempo en que esas ilusiones, forzadas, funcionales, comenzaron a helarme, en que la tormenta me caló al completo, aun pensando que tu presencia me servía de paraguas.

La realidad es que... no existe una realidad.

Las personas, baldías, son echadas a construir sus propias percepciones. Ni siquiera el mejor de los hogares queda exento de personas, acuñando este último término al egocentrismo humano. Si cada uno tiene su propósito, entonces, nosotros mismos somos piezas del camino de propósitos de otros, y así, un bucle interminable, donde nos construimos utilizándonos de la manera en que hemos aprendido a hacer.

Yo, por ejemplo, construyo y deconstruyo en la dependencia emocional que siento hacia aquellas personas que me hacen sentir un hogar. Tal vez porque el mío siempre estuvo roto y lleno de brechas por las que entraba la soledad.

Así pues, me enamoro de las personas rotas. No es un sentimiento romantizado, ni mucho menos, no es que pretenda establecer lazos, una familia, una casa… No, no es eso, es solo que, al mirarlas, veo un reflejo de mi propia psique; me veo a mi misma. Me creo con el poder suficiente como para llenar sus grietas, también las utilizo, porque sé que ellas llenan las mías 

Y así, se establece un baile, un movimiento desenfrenado en el que me veo precipitada, en el que me muevo vertiginosamente hasta que, claro está, adquiero una nueva cicatriz. Porque, aunque las personas estén rotas, ellas han construido una realidad muy distinta a la mía y, mi ímpetu, suele dejarme fuera de ella.

Entonces, viene ese vaivén en el que me fuerzo a asumir que, cada uno tenemos nuestra manera de actuar, ¿debo entonces volverme fría porque eso es lo que se necesita de mí?... Pero, ¿acaso alguien se vuelve cálido cuando yo estoy cayendo al vacío?

"¡No fuerces las cosas!" Qué consejo tan vacío. Como si los sentimientos pudiesen forzarse y no fuesen un mar que te engulle cuando todavía estás en la orilla. Como si todo sentimiento estuviese romantizado y no pudiese dejarse libre, dejar que sea. El amor existe en más formas que esa, va más allá de del sexo, más allá del tacto y las promesas de caminos juntos. 

El amor es una mirada de complacencia, en medio de tantas vacías. Es una fortuita conexión mental cuando tu mente se estaba atrofiando. Es sentir que alguien pertenece a "casa", aunque para ese alguien solo seas un imprevisto, espontaneo e insistente vendaval para el que ya ha construido muros de hormigón.

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