domingo, 23 de abril de 2023

Dante.

 Era un intenso dolor físico que acaecía mi pecho. Me desmembraba la piel, pareciese que fuese a romperla. En las horas de sueño, había redundado en la vigilia, porque el atemperado dolor acalambraba mis costillas.

En medio de ese tortuoso caos, en las rasgadas pareces de mi conciencia, despertose una voz interior de manera abrupta. Enfrentó todas las versiones sí misma, no solo las conocidas, sino también las que estaban por conocer, y se mostró a ellas como un ente taciturno, de amplio entendimiento.

Berni fue el primero en ser enfrentado:

    - Tu infamia no debería aparecer como consecuencia de los excesos -le dijo.

Berni, quién desconocía otro camino que no fuese tortuoso, se encaró de buen gusto.

    - A la realidad, los necios llaman infamia. ¿No es, acaso, el dolor la manera más pura de sentirse vivo?

    - ¿Y de qué sirve un dolor retroalimentado en las decisiones que se hicieron per felicidad? ¿No sientes este otro afluente, el físico, recordarte que la vida acaba en cualquier momento, como para ceder a tus lamentos?

Previo a que Berni pudiese responder, Alistóteles quiso hacer su acto de presencia.

   - Tal vez, Berni se refiera a las lecciones que se graban en el pesar.

    - De ser así -prosiguió el nuevo ser-. ¿Qué ocurre de todo ese pesar que no ha traído aprendizaje?

    - El propio pesar podría ser, en sí mismo, un aprendizaje -opuso Alistóteles.

    - Pudiese verse como cierto,  pero, a mi juicio, aceptar los devenires solo en pos de la esperanza, de vivir alimentando un futuro mejor que nunca llega, olvidando el presente que hay ante nuestros ojos, es una manera más de morir deprisa.

Alistóteles, reflexivo, acogió las palabras de aquel nuevo pensador y las hizo suyas. ¿Acaso solo aconsejaba a los demás y olvidaba su propia existencia?

Aquella nueva presencia, aprovechó el silencio que los dos representantes le habían otorgado. 

    - Esto, no es más que un ciclo. Un patrón en la huésped. De la felicidad momentánea a la tristeza. Un ciclo, una espiral. Los días como hoy toca que tú, Berni, le alimentes de todo aquello que es cuando habita el mundo de las sombras. De todas aquellas palabras que los demás no han dicho, que, probablemente, no hayan sentido, pero que podrían darse. Le haces aferrarse a supuestos paranoicos que le alejan de los demás y le acercan a una realidad propia, retroalimentada, solo creada para tu beneficio. Sí. Del que te provees mediante el uso del dolor.

Y prosiguió:

    - Tú, Alistóteles, vienes a mostrarte como una entidad racional que augura un bienestar futuro mediante la realización del pensamiento. Tú punto de partida no es malo, pero sumes a la huésped en el continuo pensamiento de aceptación de las propias acciones, ya sean buenas o malas, como un aprendizaje que dará sus frutos en un futuro que nunca llega. Olvidas que hay sufrimientos que no enseñan; lecciones vacías. Sirves como una buena contrapartida a la parte más visceral, pero Berni y tú sois las caras de una misma moneda. El uso de la cual nos lleva a vivir en el dolor, aceptarlo y depositar esperanzas en futuros alternativos que, desgraciadamente, suelen estar muy alejados de la realidad.

    >> Y es justo, debéis existir en el caos. Yo solo vengo a lanzar una nueva propuesta: ¿Y si aceptamos las condiciones de los demás como sus propias circunstancias, sin que eso suponga que haya nada malo en la huésped? No podemos seguir permitiendo que acepte que todo acontecimiento tiene que ver con ella. Eso saca de las reglas del juego las condiciones personales de cada individuo, sus traumas, miedos, aspiraciones... Y eso no implica que ella no sea suficiente en el aspecto que sea, solo implica que, al igual que ella misma tienes sus propias decisiones en base a sus experiencias, los demás también las tienen y no todo ha de ser culpa de sus acciones.


El dolor en el pecho no remitió, pero aquella acabó siendo la única preocupación de aquel día, la lección que enseñó que, primero, está uno mismo. Y los quebraderos de cabeza, mejor dejarlos para luego, para cuando las cosas ocurran de verdad y haya que enfrentase a ellas, no solo sean meros escenarios mentales.

Y la última moraleja que trajo es dejar de suplir los vacíos emocionales con personas a las que ni se les atribuye humanidad; a entes de una noche, ni tampoco con aquellas otras poco accesibles emocionalmente, como medio de volcar la energía de manera desmedida en un quebradero para olvidar el vacío existencial que radica detrás de esas acciones.

viernes, 14 de abril de 2023

Orgullo.

La primera vez que te fuiste, cuando nuestras almas había conectado, asumí tu ausencia hasta que volviste.

La segunda, aunque más dolorosa, puse asumir que desaparecías. Que te habías ido sin decir nada, de nuevo. Tuve que rellenar tu hueco con otro fragmento de existencialismo, de esos que me duelen y me gustan. Luego volviste y yo estuve ahí, para entender tu segunda ausencia, para ofrecerte mi segunda oportunidad.

Te has vuelto a ir y, ahora, tu ausencia cala el pecho y vuelve a dejarme desnuda. Vuelvo a estar sola frente a un mar de rostros sin esencia. 

Ahora que no estás, he dejado a un lado la inocencia. Esa que me hace salvar a todo ser humano, que no quiere aceptar que todos, absolutamente todos, actuamos egoístamente; incluida yo.

Puedo ver esa parte de humanidad que te falta, esa parte ruin que tienes, también esa otra parte de luz que he apagado. Sé que es por eso que no estás. Sé que de mí no ibas a esperar nunca amistad.

Me hubiese gustado decirte muchas cosas. Que hablar contigo era conectar con un alma, de esas que tengo pocas en mi vida. Aunque, cuando salía esa parte de luz que veías en mí, me llegaba a sentir atrapada, parte de alguien, un objeto, una posesión.

Es así cómo me he sentido esta última vez, al ver que has cerrado la puerta con llave. Que no te ha gustado que me incendie para ser feliz.

Recaigo en pensar si te estarás preguntando el por qué él,  por qué no has sido tú... 

Es muy sencillo; porque tú no estás roto, ni como él, ni como yo. Porque, a esta parte rota que me lleva devorando un año las entrañas, no la entiendes. No entenderías que me acerque a ese tipo de personas que, de sobra sé, no llevan a ningún lugar y que lo haga justamente por eso... porque no llevan a ningún lugar.

Porque me encienden la parte triste, el dolor, la melancolía. Esas partes que tú solo  has conseguido realzar con tu ausencia.

Me hubiese gustado encontrarte en un camino en el que hubiese florecido al completo. En el que pudiese acompañarte hasta que nos cansásemos del otro, en el que no dejásemos de sorprendernos, de conocernos, de redescubrirnos. Pero te has cruzado cuando aún transito la nostalgia, cuando todavía me aferro al dolor y los sentimientos de un día para sentirme viva, porque justo ahora, me cuesta sentirme vida.

A veces lloro, por Aslan, por Sergio, por papá. Tengo el alma rota, al igual que el corazón, ¿qué querías sacar de ahí? Lo sabías desde un principio.

Yo no le deseo una persona rota a alguien como tú.

Supongo que esa es la parte bonita.

La otra parte son mis sentimientos profundos. No los que te entienden, los que saben que querías salvarme, que querías acompañarme, que, ahora, saben que sentías de verdad por mí. Los profundos dicen otras cosas...

Dicen que yo tenía que salirme del alma del poeta ahora mismo para hacerte feliz a ti, cuando a todo mi interior sigue apeteciéndole recrearse en el dolor que nos hace sentir vivos. Que no podía tener días de ausencia, de desaparición. Que tenía que mantenerme sin mover ni un dedo, sin incendiarme con alguien de un día solo porque tú alimentabas tus sentimientos en la esperanza, aunque no quisieses reconocerlo, y eso no es justo...

Mis sentimientos profundos me han encarado. Me han dicho "te lo dije" cuando te "he fallado". Me han recordado que tu permanencia a mi lado era puro interés, que yo te avisé, te expliqué que ya había pasado por aquí antes y te dio igual, porque "no me ibas a sexualizar". Y lo hiciste. Y herí tu orgullo. Y ahora no estás, ni volverás a estar.

"Yo no nací para complacer a nadie" me he estado repitiendo. Mientras tú te repites que miraba solo por mí... Si hubiese mirado solo por mí, no hubiésemos hablado como lo hacíamos, no habría entendido cada vez tus sentimientos, aunque fuesen discordantes de los míos. No te hubiese dejado volver dos veces. 

Tú creías que miraba por mí porque te haya pedido desconectar dos veces y eso es, precisamente, no dejarme ser... ¿te imaginas que hubiésemos seguido así? 

Yo sintiéndome mal porque tú no me dejas ser. ¿Por qué habría de sentirme mal por necesitar soledad frente a alguien que no entiende qué es eso? ¿Qué es sentirte tan triste que necesites estar solo contigo mismo? Que me dice que trata de entenderlo pero no es cierto porque, cuando hago algo que no se ajusta a sus planes, le dan rabietas y se enfada, y me deja de hablar, y me saca de su vida.

Quería recalcar todo esto para que cuando te eche tanto de menos, tanto como hoy, me pueda recordar que te has ido porque has querido. Porque yo, soy libre y no tenía ningún compromiso contigo por el que me tenga que estar sintiendo como una mierda. Alguien que te hace sentir así, ¿realmente te quiere? O solo te quiere como el ideal que tiene de ti y , cuando lo rompes, cuando no actúas como se ha impuesto que tienes que actuar, te trata como basura. Te echa como si no fueses nada.

Hubiese entendido una ausencia con caducidad, de esas para dejar de sentir, de índole reparativa. En la que hubieses aceptado nuestra verdadera condición, la de amigos y hubieses vuelto para permutarlo.

La ausencia del orgullo... esa no la entiendo y tampoco la salvo.

domingo, 2 de abril de 2023

Utilidades.

No quiero ser el cigarrillo en tus labios, ese que apuras hasta quemarlos. Ni el papel que tapa unas paredes agrietadas, porque no has podido repararlas.

No quiero ser el desliz de una noche, que me viste de otra persona y me pone otro rostro. Tampoco el papel de cocina, que empapa hasta que pierde su utilidad.

De entre las mil formas que puedo yo tener, no me contento con esas, no soy un trozo de carne que puedas volver a sexualizar. 

Coexisto aquí, en un plano de realidad tangible, no soy una abstracción de tu pensamiento al que puedas recurrir cuando el pozo se haya vuelto muy oscuro, porque sabes de sobra que me encontrarás, aun cuando tu alma ya haya mancillado la mía y volverás a irte, cuando el viento que mi ser irradia no sople a tu favor.

Si vienes en busca de una nueva utilidad que puedas darme, he de adelantarte que me he cansado de la inclemencia con la que me tratas, que no quiero formar parte de tus tretas, aun si soy el único bálsamo que encuentres, no quiero serlo.

Ni siquiera me atrevo a llamarte amigo, te planteas, más bien, como un viejo conocido; el diablo jugando sus cartas en mi tablero. Y ¿qué hago? no cuento con la opción de derruirlo hasta las astillas, nací sin la labia con la que tú te caracterizas.

Si vienes, que vendrás, si te dejo pasar, que lo haré, recuerda que en el aprendizaje de las formas nos encontraremos como iguales; que a mí también se me acaban las buenas acciones.

Conversantes.

El nivel de una conversación se mide por el conversante.

Hay habladores innatos, funambulistas de las palabras. Aquellos para quienes hablar de sí mismos es todo un arte y a los que debatirles es una ofensa a su orgullo. Se recrean en batallas pasadas, así como vanaglorian su presente... cascarones bien pintados, interiores poco cuidados.

Los hay quienes hablan contigo a rachas, porque su estado de ánimo interfiere en su cordura. A veces, profundizan, a veces divagan en la superficie. Se enredan en cosas más banales; el mundo les dicta unas cuadraturas de las que no escapan tan fácilmente... exteriores falsos, interiores por florecer.

También los hay que te hablan con profundidad, que te muestran resquicios de lo que podría ser, o tal vez no, su mundo interior. Estos se muestran intermitentes, arrastrados por lo que necesitan en cada momento. Si la felicidad inunda sus vidas, olvidan que existes, te dejan en el letargo. Si es la tristeza la que asoma, te buscan con desolación, hasta que su vacío queda satisfecho... exteriores alegres, interiores antropocéntricos.

A veces, puedes cruzarte con los que parecen escucharte, pero responden con monosílabos; esos son los peores. Podría decirse que muestran interés, o tal vez no, porque el nivel de sus respuestas nunca será acorde a la envergadura de la conversación. Tu moral raya un extraño hilo con ellos; a veces te sientes escuchado, otras sientes que tus palabras caen en saco roto, demasiado intensas, demasiado reflexivas.... exteriores e interiores indemnes.

Los que traen su propio circo y deleitan con historias, esos me gustan, aunque podrían pecar de predicar sus creencias y desoír las de los demás. Para esos, sugiero precaución, es mejor mantenerse en el lado del oyente que en el del cuentacuentos, a menos que uno quiera que las historias se entremezclen y se creen dos monólogos... exteriores copiosos, interiores cuadriculados.

El último tipo del que hablaré aquí es el más extraño de todos. Surgen de la nada y cuesta que te muestren su verdadera identidad, pero, cuando la descubres, se crea la magia. Te ves inmerso en una vorágine de palabras, te has subido al tren de la correspondencia. Tu intelecto trata con un igual que, aun quedando en tablas contigo, sabrá dar lugar a tus ideas, no las diezmará. Para esos, nunca habrá intensidad suficiente que les pueda aplacar, pues bailan tu mismo baile, recorren la misma ciudad. Reflexionar se plantea aquí como un estado natural en que el mundo se presenta disforme, dispuesto a dejarse moldear... exteriores engañosos, interiores eminentes.

¿Como consejo? Identifica al conversante, ponte en su piel, o pecarás de exigir a una persona errónea llenar un vacío que no se corresponde con su identidad.

Amigo mío.

 Y cuando te veo a los ojos, aletargada por el refrigerio de la noche, podríamos decir que no estoy siendo objetiva, más bien me pierdo en el deseo de encontrarme otra vez con tus labios, de una manera más apasionada, tal vez.

Y me recreo entre sensaciones que mañana no estarán, pero que esta noche mueven todo mi lívido. Te mueves cerca de mí y tu mano se encuentra con la mía, con la sutileza de una caricia, con la grosería de un encuentro inacabado, y danzamos alrededor del otro, como amigos que se conocen de toda la vida, aunque apenas nos acabemos de encontrar.

Yo te vi, entre el resto de almas vacías, y fuiste un alma en completa plenitud, así que no te evapores ahora que los límites se entrecruzan, porque nuestra amistad trasciende la sexualidad y no se recrea en ella, solo se balancea ligeramente para volver a su punto inicial.

Entre tú y yo no cabe el amor romántico, cabe la confianza y confidencia de una amistad con derecho carnal no llevada a cabo, y es mágicamente perfecta, porque eres tú y soy yo y, de alguna manera, siento que eso no se va a romper nunca, porque, aun lejos, seguirás siendo tú y seguiré siendo yo, coexistiendo entre el escepticismo y la credulidad, esa balanza tan profunda que creamos juntos.

No me recrearía por mucho tiempo en las cosas del sentir, pero te confieso, amigo mío, que pasaría de puntillas entre tus ojos y volvería a rozar tus labios, como un juego de niños, como un, poco convencional, idilio secreto, para volver a la línea de meta y contarte mis desengaños, al igual que escuchar los tuyos.

Podría leer en esa cafetería, perpetuando el silencio que existiese entre ambos, porque hay una hermandad que danza entorno nuestra, que suma y no resta. Podría no hablar contigo en mucho tiempo, pero te seguiría sintiendo en mi corazón, reservando el lugar que nuestras conversaciones han guardado. Y si todo ello acabase, seguiría recordándote con cariño, porque tú seguirás siendo tú, aun cuando nuestras vidas ya no converjan.

Aun cuando nuestras almas dejen de encontrarse.