domingo, 2 de abril de 2023

Conversantes.

El nivel de una conversación se mide por el conversante.

Hay habladores innatos, funambulistas de las palabras. Aquellos para quienes hablar de sí mismos es todo un arte y a los que debatirles es una ofensa a su orgullo. Se recrean en batallas pasadas, así como vanaglorian su presente... cascarones bien pintados, interiores poco cuidados.

Los hay quienes hablan contigo a rachas, porque su estado de ánimo interfiere en su cordura. A veces, profundizan, a veces divagan en la superficie. Se enredan en cosas más banales; el mundo les dicta unas cuadraturas de las que no escapan tan fácilmente... exteriores falsos, interiores por florecer.

También los hay que te hablan con profundidad, que te muestran resquicios de lo que podría ser, o tal vez no, su mundo interior. Estos se muestran intermitentes, arrastrados por lo que necesitan en cada momento. Si la felicidad inunda sus vidas, olvidan que existes, te dejan en el letargo. Si es la tristeza la que asoma, te buscan con desolación, hasta que su vacío queda satisfecho... exteriores alegres, interiores antropocéntricos.

A veces, puedes cruzarte con los que parecen escucharte, pero responden con monosílabos; esos son los peores. Podría decirse que muestran interés, o tal vez no, porque el nivel de sus respuestas nunca será acorde a la envergadura de la conversación. Tu moral raya un extraño hilo con ellos; a veces te sientes escuchado, otras sientes que tus palabras caen en saco roto, demasiado intensas, demasiado reflexivas.... exteriores e interiores indemnes.

Los que traen su propio circo y deleitan con historias, esos me gustan, aunque podrían pecar de predicar sus creencias y desoír las de los demás. Para esos, sugiero precaución, es mejor mantenerse en el lado del oyente que en el del cuentacuentos, a menos que uno quiera que las historias se entremezclen y se creen dos monólogos... exteriores copiosos, interiores cuadriculados.

El último tipo del que hablaré aquí es el más extraño de todos. Surgen de la nada y cuesta que te muestren su verdadera identidad, pero, cuando la descubres, se crea la magia. Te ves inmerso en una vorágine de palabras, te has subido al tren de la correspondencia. Tu intelecto trata con un igual que, aun quedando en tablas contigo, sabrá dar lugar a tus ideas, no las diezmará. Para esos, nunca habrá intensidad suficiente que les pueda aplacar, pues bailan tu mismo baile, recorren la misma ciudad. Reflexionar se plantea aquí como un estado natural en que el mundo se presenta disforme, dispuesto a dejarse moldear... exteriores engañosos, interiores eminentes.

¿Como consejo? Identifica al conversante, ponte en su piel, o pecarás de exigir a una persona errónea llenar un vacío que no se corresponde con su identidad.

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