jueves, 2 de noviembre de 2023

La hipótesis de la mente.

Soy "buena", no estúpida.

También conozco la naturaleza de las personas y, aunque mi inclinación se recree en la complacencia, no permito que el reclamo de otro sirva de hilos a mi cuerpo, como marioneta.

Donde otro frena. Donde otro rechaza, odia, aprende... yo compadezco. Imbuida en el dolor de su reclamo, yo compadezco y trato de entender. Sé que la maldad humana, intrínseca en nuestra naturaleza, también viene acompañada de traumas, heridas, educación... Otras circunstancias; otra persona.

A veces, yo misma soy la que se reclama frente al espejo:

"¿Por qué eres así?", me susurra mi reflejo.

Bueno, ¿a caso querría ser de otra manera? No, ese no es mi camino. Nunca lo ha sido.

Creo que bondad y maldad se rigen por un hilo muy fino, que ambos conceptos son ambiguos y pueden aplicarse a la mismas cosas y adquirir significados completamente distintos en base a los valores de la persona que los juzgue. Por eso, la moral también la veo como ambigua y no considero que haya un absolutismo en todo.

Tal vez por ello, sea yo más comprensiva, más paciente con las acciones ajenas, menos proclive a reaccionar de la misma manera. También por eso sea más desconfiada, consciente de la dualidad humana, sabedora de que, en esa falta de absolutismo radica la ambivalencia, por ende, una persona pueda sorprendernos al no tener claro su trasfondo. Rompa nuestros ideales; quiebre nuestra confianza.

Ese es otro punto sobre el que suelo divagar tendidamente. ¿En qué se basa nuestra confianza?

En imponer, supongo, sobre otra persona a la que estimamos, nuestros ideales. De amistad, de familia, de amor, de compañerismo. Pero claro, esta es otra dualidad; el significado de una misma cosa varía en cada persona. ¿Cómo estar seguros, entonces, de que un mismo valor, auto impuesto, perpetúa en otra persona?

La respuesta es simple; no podemos. Ni siquiera si nos definen horas enteras de cavilaciones junto a ella, porque la naturaleza humana es mutable y reacciona ante las amenazas. Perder de vista que hay amenazas, incluso en la más "simple" de las cotidianidades, es un craso error... supongo.

Hay algo de lo que siempre he estado segura; el poder de las palabras. El dialecto, creación humana para expresarnos, para comunicarnos y entendernos, es la primera puerta para nuestros fines como especie. Yo misma lo he visto, en mi propia piel, cómo las palabras, dichas de diferente manera por una persona distinta, podían cambiar el concepto que tenía de mí y no reconocerme posteriormente en mis acciones.

Tener unos valores arraigados y fehacientes, sin la capacidad mental adecuada, a veces no sirve de nada. La mente es moldeable y los miedos nos turban, de tal manera que nuestros sentimientos afloran y se pierde el tratado de nuestra conciencia donde radica la esencia de quienes queremos ser, para ser opacados por quienes somos cuando sentimos una amenaza.

¿No es curioso? La mente humana; hermosa y aterradora.

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