domingo, 12 de noviembre de 2023

Festín de tiburones.

El sueño me carcome, pero no puedo dormir.

Supongo que porque ahora, con perspectiva, las ideas son más claras. Tanto que me arden en la cabeza, queriendo encontrar un puerto en el que desembarcar.

Por desgracia, muchos de ellos cerraron y otros, realmente, nunca estuvieron accesibles para este barco, por eso sigo a la deriva, achicando el agua con un cubo, sin conseguir mucho más que conversaciones inexistentes, idealizadas y poco reales.

El barco se hunde. Lleva horas haciéndolo pero no lo consigue. Parece que haya algo en él que lo mantenga eternamente a la deriva, pese a todo.

Las expectativas son como un navaja; cortan la piel hasta las venas y dejan que te desangres, a la espera de un remedio que no ha llegado. Tú misma podías conducir al hospital, parar la hemorragia, pero no lo hiciste, preferiste quedar a la espera de que alguien viese que te desangrabas. Pero ese alguien no llegó. Solo llegaron personas a llenar una copa de tu sangre, se pensaban que la dabas sin recibir nada a cambio, pero, oh querida… es culpa tuya. 

Ponerse en la piel del otro y olvidar la propia, podía resecarla, tanto como para que el filo de la navaja la destrozase y fuese imposible encontrar un remedio sin pedir ayuda. 

¿Por qué no la pediste? Porque no lo entenderían, claro. Es lo malo de la profundidad en los sentimientos, que nadie entiende por qué te desangras, si tenías tiritas para ese corte. Nadie ve que ha llegado a las venas, tal vez porque sus pieles sean más gruesas y la navaja no les afecta, pero tu piel es fina y no lo ven. 

O bueno, tal vez sí, pero sean incapaces de entender el dolor del filo sin haberlo llegado nunca a sentir.

Entonces, te desangras en un barco a la deriva. Qué gran festín para los tiburones.

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