domingo, 8 de octubre de 2023

La hipótesis de la herida.

Tus heridas resuenan en una habitación sin ventanas, son voces acalladas por muros de hormigón que difícilmente encuentran salida al exterior.

Se retuercen y chillan cuando las piso, pero yo no las oigo hasta que es tarde, hasta que su sangre ha impregnado por completo mis zapatos y ha agravado ese pequeño pozo que ocultas tras tus ojos.

A cada paso que doy, siento cada vez más que tus latidos están atados, presos de temores de un pasado tormentoso. Noto, en tu piel, el deseo y la quemazón, el miedo y la resiliencia.

¿Qué podría hacer yo? Más que seguir adentrándome en este prado, a sabiendas que está minado. A sabiendas que tengo que pisar esas minas, explotar, saltar en pedazos, para recomponerme y así haber recuperado uno de esos pedazos que pareces haber perdido.

Quiero cogerlos todos. Quiero unirlos, estrujarlos contra mi pecho y susurrarte que no va a volver a ser así, no conmigo. Quiero secar la sangre que brote cuando el pasado resurja, cuando, en tus ciclos de reminiscencia, todo vuelva a doler. Besar una a una todas esas cicatrices y recordarles que está bien que existan, que pueden ser conmigo, que las voy a cuidar cuando duelan, que las voy a proteger cuando cierren, que no voy a dejar que se agraven. Tengo besos de sobra para cada una de ellas.

Mi corazón resuena con tus ojos. Me gustaría estar en tu interior. Cogerte la mano y ver cómo plantaste todas esas minas, abrir una puerta al futuro, con tus dedos todavía entre los míos, y poder demostrarte que no va a volver a ser así. 

Pero qué absurdo sería, yo también me doy cuenta. Yo tampoco soy perfecta, yo también hago las cosas fatal, yo también he hecho daño por no saber gestionarme mejor, yo también me he ido cuando me han necesitado, yo también podría haber hecho las cosas mejor, luego entonces, son palabras lo que rezuman mis textos, claro.

Son palabras, pero no son cóncavas. Déjame demostrártelo.

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