lunes, 23 de octubre de 2023

La hipótesis de la intensidad.

 ¿Cómo lo justifico? ¿A caso quiero?

No. Yo soy así, pero no uno de esos que debería cambiar y no hago, más bien uno de esos a los que abrazo cada vez que a otra persona no le gusta. Me he juzgado tantas veces a través de otros ojos... como si sentir fuese algo malo.

A mí me gusta sentir. Notar que la vida arde en mi pecho en cada sonrisa, también en cada lágrima. Me gusta hablar de lo trascendental y de lo intrascendental durante horas y preguntar, preguntar todo. Conocer las inquietudes de la gente que me importa, que conozcan las mías. Hasta quedarnos sin piel, sin músculos, sin huesos. Sólo dos almas encontrándose.

Conozco las otras maneras desde las que podría verlo, pero entonces, la existencia no tendría sentido para mí, porque el corazón me habría dejado de latir en el pecho. Habría dejado de abrazarme, de encontrarme... con lo que me costó llegar a aceptarlo como una virtud y no un defecto.

A mí me gusta sentir. Creo que se lo debo a mi pequeña yo, aquella a quien asoló la muerte. Aquella que buscaba, a ciegas, una manera de sentirse viva y reprimía su interior cuando el universo entero se iba marchitando. 

Descubrir la magia de lo cotidiano, el lado bonito de la tristeza, crecer en las cenizas. Sin mi intensidad, no habría nada de eso en mi interior y seguiría sintiendo que la vida carece de sentido. Que sigue unos patrones ortodoxos claramente marcados a los que no podemos escapar como especie, porque nuestra existencia es simplista y banal.

A mí me gusta sentir. Y en ese sentir, me veo en otro plano, ese otro en que mi cuerpo es sólo un caparazón. Un mero contenedor de lo que realmente soy, de lo que vibra en mi interior. Como si la sustancia material que lo conforta no fuese más que una ilusión, una prolongación de una falsa realidad a la que vivimos acostumbrados, un puente para dar un sentido comprimido y práctico a las sensaciones.

Pero yo siento mi interior arder. Cada vez que me topo con unos ojos que lo hacen vibrar, cada vez que hablo y un alma me responde de vuelta. Cada vez que la realidad se desdibuja en algo fuera de lugar, en una coincidencia, en un sentimiento, en un lugar que desentona.

No es la primera vez que me lo dicen, espero que tampoco sea la última. Porque, cada vez con más frecuencia, al escuchar esa palabra que tanto me ha molestado... me siento viva.

Intensa.

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