miércoles, 6 de diciembre de 2023

Caronte.

¿Cuánto valdrá mi alma? Me pregunto en la oscuridad, de camino al agua.

Hace días que no la siento, me pregunto si debo de haberla empeñado ya, sin darme cuenta.

En qué punto se haya vuelto todo tan desasosegado, para siquiera notar cuándo la he perdido. Siquiera notar cuándo empecé a sentirme sola.

¿Fueron aquellas semanas? ¿Fue la ausencia, el retorno? O sólo que todo parece estático, y sigo sintiendo que me rodeo de extraños.

Tal vez solo sea cosa del momento. O que esta mochila no ha hecho más que llenarse y, aunque mi corazón no lo quiera, pesa tanto que, a veces, me oprime el pecho y no me deja respirar.

El barquero aguarda mi llegada, no hay nadie más en la costa.

- ¿Cuánto vale mantener esta vida? - le pregunto, pero no obtengo respuesta.

Él sólo extiende la mano, buscando un pago. 

Tal vez no tenga una respuesta o no quiera involucrarse, son las dos caras de la moneda que no he parado de ver, raro es cuando no cae de ningún lado. 

Supongo que debe de haber gente a quién no le importe llenarse de barro por alguien, sólo para que sienta que hay otra persona del otro lado. Supongo, claro, para ello debe ser capaz de entender a la otra persona como una entidad con necesidades distintas, tal vez extrañas, y es complicado ver más allá de uno mismo.

- ¿Qué hay del otro lado? -le pregunto.

El barquero sigue sin responder, sólo mece el agua con una vara y me mira, inquiridoramente.

- ¿A caso importa? -me pregunta finalmente.

Claro que importa, para qué iba a cruzar sino. Para qué iba a arriesgarme a entrar en una nueva oscuridad y arrastrar otra pena, sin saber si el tiempo iba a ayudar en este lado.

El barquero extiende de nuevo la mano. Yo rebusco en mi cuerpo, pero no la encuentro.

- No puedo pagarte, no encuentro mi alma.

Él no baja la mano.

- Dame un fragmento de tu felicidad.

- ¿Y con qué luchó en el otro lado? -le inquiero, desesperada.

- ¿Y si ya lo estás pagando en ese?

Dudo.

- Tengo mis sentimientos -le digo, al fin.

El barquero sonríe.

- Allí vas a seguir teniéndolos -me dice.

Pero él también lo sabe; allí se tendrían que ir.

- No quiero que se vayan.

- ¿Y que quieres?

Dudo de nuevo. El barquero vuelve a tener esa siniestra sonrisa.

- Quiero sentirme vista, querida. No quiero volver a sentirme sola.

- Ya… en ese caso ¿vas a cruzar?

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