lunes, 25 de diciembre de 2023

Despedida.

Este dolor es un residente. Lleva siéndolo ya mucho tiempo y no quiere irse. Ha estado ahí en nuestros momentos felices, como una sombra, dispuesto a engullirlos conforme pasaban a ser recuerdos.

También estuvo ahí en los tristes. Los mantenía a ralla, me dejó sin lágrimas y con un inmenso vacío al que denominó apatía. Me susurró que no podía estar ya tan triste, porque ya hacía un tiempo que había tocado ese fondo, ya no le quedaba nada más que derramar en él.

Me mantuvo en un limbo extraño, hizo de carril a mi vagoneta. Me hizo oscilar sentimentalmente, como una montaña rusa, para acabar por quedarse, como un fondo de microondas.

Ahora es la culpa la que está conmigo, es mi pasajera en este viaje. 

Ella me susurra al oído que no he sido tan resiliente como me gustaría. Mi cerebro me justifica, me recuerda cada una de esas ausencias sentimentales que tanto hemos hablado, pero a ella le dan igual. No le importa que le grite, que le repita que no puedo ir en contra de este quemazón, de estos sentimientos... ella me dicta que siempre se puede dar más de uno mismo, solo que el ego, a veces, nos lo prohíbe.

"¿Dónde está la línea entre el ego y valorarse?" Le pregunto, dolida, claro.

"Donde uno la ponga", responde, soberbia. A sabiendas que siempre es eso lo que hace que dé más de lo que tengo, más de lo que soy... o lo que la mantiene a mi lado, a lo largo de los años, como una eterna pasajera.

Todavía llevo puesta esta mochila, he sumado estos días a ella. Ojalá pudiese coger ambas, la tuya y la mía, y tirarlas a un río. Ver cómo se hunden, lejos, sin poder volver a tocarnos. Sólo para vernos emprender nuestros caminos libres, sabiendo que el tiempo juntos acababa con ese regalo.

He estrujado tu carta entre mis manos, releído cada una de las palabras y la culpa ha aferrado mi cuello, amoratándolo, dejándome sin respiración. 

Me gustaría poder decirte, una vez más, que veo la plenitud de tu corazón y que sé que va a brillar aunque ahora esté hundido tras un andamio derruido. Decirte que sé que va a salir una hermosa casa de esas ruinas, porque conozco el brillo de tu esencia.

Ojalá haber tenido las herramientas para evitar que mi interior cambiase a lo largo de estos cuatro meses. Para mantenerme fuerte en ese tempestuoso oleaje por el que hemos navegado desde el principio. Haberme mantenido fuerte hasta llevar nuestros botes a una costa... pero los parches que había puesto en el mío saltaron y lo llenaron de agua, y a ti no te dio tiempo siquiera a poner los tuyos.

Últimamente he escuchado que los recuerdos existen fuera del tiempo. Que no tienen un principio ni un final. Me ha parecido una reflexión hermosa, porque es cierto que no hay manera de abandonar completamente a nadie; siempre va a vivir en nuestros recuerdos.

Quiero que sepas que no todo es tan tormentoso; la ansiedad se ha ido en medio de este silencio perpetuo. Deseo que la tuya también haya desaparecido, aunque te acompañen, como a mí, nuevos fantasmas a los que hacer frente.

También quiero que sepas que sigo sin ver culpables en esta historia, solo puedo ver a dos personas quererse tanto como para ir en contra de sus naturalezas. Como para desgastarse hasta los huesos por intentar seguir manteniéndose firmes en el oleaje. Y, aunque los días de sol fuesen más difíciles de ver, no cambiaría ni uno solo de esos rayos que rozó mi piel y me hizo sentir que, al menos, yo viajaba con un alma sosteniendo mi mano de vuelta.

Veo lo que eres y lo que vas a llegar a ser, pero tienes que verlo tú también, cumplir tus promesas esta vez, hacer que todo haya tenido un sentido, aunque solo sea para la evolución de ese maravilloso personaje que vas a volver a ser.

Te quiero.

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