¡Venga, espabila!
Es lo único que me repito estos días, pero es que no puedo. Arrastro un estado funesto, ese limbo entre querer hacer mil cosas y ni una sola.
Acabo aquí, en mis palabras, donde soy realmente la dueña de mí misma, lejos de mis propias imposiciones.
Hoy he hecho lo que planeé hacer antes de conocerte, y me he abierto esa aplicación para citas con gente que comparta mis valores, pero me sigue resultando ceniciento y me provoca ansiedad social. Me observo entonces, con más detalle, sin saber realmente lo que quiero. Tal vez estar sola, sin saber aún cómo estarlo, o tal vez permuta el miedo, y todos los rostros me resultan igual de poco sinceros que el tuyo.
Igual ya no confíe como antes en encontrar un alma entre las banalidades y soeces humanas que están hoy en día de moda entre nuestra sociedad. No me apetece ser un cuerpo y que no me vean como nada más, tampoco me apetece utilizar así a las personas, por eso tenga tan poca fe en conocer a alguien de una manera tan superflua, pero luego recuerdo el darwinismo, y acepto que evolucionar es adaptarte a la sociedad para no morir dentro de ella.
Luego entonces, ¿qué quiero?... Supongo que quiero conocer a alguien de manera natural, con quien pueda compartir a la vez que ser libre y confiar; un equilibrio perfecto en el que adaptarse a ser dos sin perder el ser uno. Pero cada vez me hago más mayor y mi madurez confía menos en el proceso.
Cada vez me doy más cuenta de que, para el resto del mundo, sentarse a hablar de los sentimientos de manera apaciguada y saludable es ser intenso, y eso me choca, me descoloca y me entristece... no quiero adaptarme a una sociedad en la que se nos empuja a ser máquinas egoístas con instintos primarios.
Pero puede, tal vez, que eso sea siempre lo que haga mal. Tal vez me sobre humanidad y me falte egoísmo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario