sábado, 13 de julio de 2024

La ermitaña.

Cuando vuelves a verte sola, el mundo es complejo.

Necesitas salir de esa soledad con cualquier cosa, con cualquier persona; un cine, una cena, un bar, solo que, luego, todo ello sabe a cenizas, porque no puedes evitar entrar en esa introspección y ver que, realmente, la tristeza no puede ser paliada con ocupaciones. Luego entonces, te conviertes en esa persona de rostro amargado que vaga entre las palabras de su alrededor sin ser partícipe de ninguna de ellas.

Necesitas estar sola también, pero, en esa soledad, no encuentras las ganas de hacer nada y, al final, también te acaba sabiendo a cenizas.

Sabes que la motivación acaba llegando, y la aguardas, pero la espera es tediosa y te consume las entrañas. Quieres hablar con alguien que te quiera escuchar de verdad, no solo se compadezca de tu mala suerte, recordándote que eres estúpida por volcarte en los demás, como si tu vida se basase en ser una barca para todos, por tener esa inteligencia emocional que te permite ser un junco en medio de tantos huracanes.

En la anterior lectura salió la decisión del ermitaño; la ruptura y la valía. En esta otra, vuelve a salir el ermitaño; la soledad y el renacimiento. La cúspide de la victoria aguarda al fin de esta fase, pero no sé cómo hacerlo... cómo vencer a la desgana sin dosis de dopamina fácil.

Quiero que me transiten todos y cada uno de mis sentimientos, pero, cuando lo hacen, es complejo verse fuerte a ese azote que corroe el interior y te deja tiritando, desnuda, en medio de la nada.

No quiero volver a pasarme de empática. Me gustaría entender, como siempre, ese dolor ajeno, pero saber poner el límite para no verme envuelta en él. Ya no quiero tolerar recibir menos de lo que merezco... es un camino complejo.

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