jueves, 29 de agosto de 2024

Paz.

Hace poco leí que una de las mejores fases del dolor es la ausencia de lívido. Supongo que sea porque no te preocupa cómo te perciban los demás, sólo quieres ser tú de nuevo, sin ese nefasto nubarrón gris que no se aleja de tu lado.

Otra fase preciosa de esta etapa está siendo el reconocerme frágil por primera vez en un año. Ser débil y no preocuparme por ello, porque yo misma voy a recoger esos pedazos cuando vuelvan a estar fuertes.

No me preocupa no estar bien por mucho tiempo, porque, después de todos los baches, me conozco, y confío en lo bien que voy a estar cuando el dolor pase y me entregue mi lección aprendida.

Reflexiono estos días en que siempre he sido una persona rodeada de desgracias, y lo que veo con nitidez es que yo misma me las busco. Yo elijo los caminos difíciles porque me hubiese gustado que los eligiesen por mí, pero me olvido de mí. Me pierdo en el camino y pienso que salvar lo que quieres merece más la pena que ser feliz.

Pero no lo hace.

Hoy me he querido. Me he permitido ser, sin miedo a ocultar lo que soy, sabiendo que me rodeo de gente que conoce la profundidad de mis sentimientos y no se asusta, y saber eso es maravilloso, porque me permite dejarme respirar, dejar de ser tan autocrítica y asumir que no puedo ser perfecta porque aún no he sanado mis traumas. Porque para eso estoy trabajando tanto en hacer las cosas bien.

Estoy orgullosa de mí, de lo que soy y lo que ofrezco, y me permito no culparme esta vez por no haber sido la persona ideal, porque esa persona no existe.

También he escuchado hace poco, en mi búsqueda de otro de esos vídeos profundos, que las relaciones interpersonales se basan más en la resolución de conflictos que en los momentos idílicos y me ha entristecido mucho no haber sondeado antes esa perspectiva. Porque en ese mismo vídeo reiteraba que las personas salvadoras no conocen las relaciones sanas, no saben diferenciarlas, porque buscan la familiaridad de los ambientes disruptivos que tenían en casa.

Y esas palabras han sido una sacudida al viejo cascarón podrido que llevo vistiendo toda mi vida, porque he sido capaz de adquirir una nueva profundidad en mi camino.

Me siento en paz y te siento en paz, porque dimos las explicaciones y pudimos reconciliarnos con el amor y no con el odio y, aunque a veces no vaya a poder pensar en ti sin dolor, dejaré que prevalezca ese amor que he sentido por ti, por nosotros y por la confianza que, aún quebrada, nunca dejé de depositar.

Nos perdono y espero que tú también puedas hacerlo.


Y que sí, la falta de sensibilidad hace sufrir menos, pero también te impide sentir el verdadero placer.

Ser sensible es precioso. Tener “la piel fina” es precioso.


Ascuas.

Llega Septiembre. Con el corazón hecho cenizas y unas ascuas que queman hasta la garganta.

Me fuerzo a comer. Los primeros días son los más tediosos, no es algo nuevo, pero es que mi cuerpo necesita sentir cómo el hambre devora mis entrañas; un placebo para el dolor que se hospeda en mi caja torácica.

El peso del recorrido cruje sobre los hombros y envuelve en la misma espiral; siente tanto hasta que ya no duela más.

Quiero huir de los sentimientos, taparlos, pero ¿qué habré aprendido de este camino si lo hago?

Estas ascuas siguen prendiendo en las cenizas porque, primero, va el helor, el vacío de la ausencia y, luego, viene el incendio, el huracán que arrasa para no dejar ni una sola chispa en las cenizas.

Después, quedará la calma, la comprensión de que no saberse vista no sólo depende de mí.

A ratos tengo cada una de ellas, individualmente. A ratos, tengo las tres a la vez, como un debate entre tres tipos de sentir distintos; tres ancianos que reprochan a cada una de mis versiones. Y, a ratos, no tengo nada, sólo la creación de este hueco; la hibernación de los sentires.

Y quiero correr para quedarme en esa última fase, pero sé que tengo que transitar todo, a días, hasta que mi sonrisa vuelva con la misma fuerza y, se vea tan lejano, que ya no me importe. Se vea tan lejano que incluso me alegre, porque, lo que me depara el futuro no podría existir sin prender fuego al presente.

Ascuas.

miércoles, 28 de agosto de 2024

Amasijo.

Otra vez este dolor atravesándome el cuerpo como una estaca. Estas ganas de vomitar, de hacerme bola y de no existir.

Otra vez este sentimiento de no ser suficiente, de tener que ser más fuerte de lo que soy por siempre elegir a quienes no van a quererme en las malas.

Me odio. Me odio por aguantar tanto y pedir tan poco. Me odio por no recibir siquiera lo poco que pido y aun así, seguir ahí. Por querer con tanta profundidad, por no saber poner límites desde el principio, por no priorizarme y luego ser la mala.

Quiero vomitar, pero no puedo. Mi cuerpo se contrae en este espasmo del primer día, del shock inicial. Se prepara para la montaña rusa. Para cuando me sustituyan, para andar un camino y sanar, y volver a confiar, y elegir bien.

No quiero estar aquí otra vez… por qué tengo que estar aquí otra vez.

Yo solo quiero que me acepten, que me quieran, que me respeten.

Y también quiero sentir poco, hasta dejar de sentir… que se acabe ya este duelo, que deje de ser un amasijo.

martes, 27 de agosto de 2024

No te dejes invalidar.

Creo que nunca me había sentido tan invalidada como me he sentido hoy, cuando he visto soberbia y desgana en tener que validar mi sentir y… ¿si eso pasa ahora, qué pasará más adelante, cuando salgan a relucir más dolores como este?

¿Tendré que reprimirlos todos porque no vas a ser capaz de validarlos? ¿Tendré que forzarme a no sentir e invalidarme a mí misma porque mi persona de vida lo hace?

Me pregunto por qué cuesta tanto validar y empatizar con los sentimientos de otras personas, por mucho que no entendamos ese dolor o no lo compartamos. Me parece tan frío hacer que una persona se sienta exagerada y empequeñecerla, en vez de abrazar donde duele y saber pedir perdón sin peros; un perdón sincero.

Estoy cansada y asustada de volver a cargar con esta sensación de no sentirme vista.

La he sentido hoy y la sentí ayer, cuando invalidaste el daño que me hiciste al principio de relación con otro de tus “no es para tanto”.

“No es para tanto” porque no es tu dolor, porque no sabes cómo se siente y cómo duele, pero tienes todo un año de entradas en las que puedes leer cómo ha dolido y lo que cuesta seguir viendo matices de lo mismo en las nuevas discusiones.

Lo que cuesta confiar, abrirse para decir lo que sientes y que se te cierre la puerta en la cara.

El desgaste ha venido de golpe, con el miedo, como sabíamos que vendría cuando volviese algún patrón de la relación que queríamos dejar atrás y duele mucho, pero más me dolerá a la larga no ser fiel a mí misma y permitir que vuelvan a infravalorar mis sentimientos de esta manera, con algo que se solucionaba tan fácil pidiendo perdón sincero y tratando de entender.

Nunca más. Más para mí que para ti.

Porque tampoco quiero inculcar eso si tengo que educar a alguien, no quiero que nadie crezca a mi lado pensando que decir las cosas que te hacen daño a la gente que quieres es motivo de disputa, no quiero que nadie crezca a mi lado pensando que el hecho de que algo le duela, aunque otra persona no lo entienda, le hace débil y “tiene la piel fina”.

No, no.

Mi persona de vida no puede diezmar mis sentimientos o, sabiendo lo sentimental que soy, sería tremendamente infeliz.


Disociación.

Y no era, sino, en aquellos momentos en que uno toma conciencia de si mismo, de su piel, su aspecto, de que su mente, tan vivaz y observadora, se ha dado cuenta de que está encarcelada en un cuerpo material. De entre todas las posibilidades que existían, ella está ahí, vistiendo a esa determinada persona.

Esos momentos en que aflora el abismo y la soledad aguarda, porque comprende cuán limitada está en la vida que le ha sido otorgada; la que no ha elegido.

Tal vez ahí ocurra ese pequeño inciso en que cuerpo y mente, momentáneamente, dejan de estar unidos, y el tiempo transcurrido hasta ese momento de claridad ha pasado sin ser percibido, porque la esencia de uno mismo se cuestiona qué hace en ese envoltorio y  por qué ese y no otro, o, tal vez, si realmente aquello que ve existe o, por el contrario, está atrapado en una vigilia oscura de la que debe despertar.

Unos angustiosos segundos hasta que al vida sigue y se lleva consigo ese inciso.

María.

Eres una flor en medio de un desierto, de esas que consiguen sustraer el agua en la aridez. Te meces con el viento, suave, delicada, discreta, sin saber que resaltas en medio de ese páramo yermo.

Tu dulzura es deseo en la boca del oso, abrigo en los brazos desnudos, consuelo en los corazones desvaídos y, tu ávida mente, es confort en un mundo dormido, aliada en una muchedumbre podrida, luz de tiniebla.

Felicidades a ti, en tu día, y fortuna para nosotras, en tu compañía.

domingo, 25 de agosto de 2024

La ruptura de un vínculo.

¿Qué te quiero decir?

Que los caminos se bifurcan cuando menos lo deseamos. 

Que hay eventos canónicos que nos parten por la mitad y nos obligan a desprendernos de versiones de nosotros mismos que ya no nos representan y, a veces, eso implica perder vínculos que iban ligados a esas versiones.

Eso no quiere decir que no quieras a esas personas, sino que, poco a poco, pierdes el lenguaje que compartíais, porque ese lenguaje se fue con tu otra versión y, actualmente, es difícil comprenderse hablando idiomas distintos.

En nuestro caso, el idioma fue un trabajo que ya no está. Luego, en nuestra intermitencia, quedó un estilo de vida similar que yo tuve que abandonar sin quererlo.

Evolucionar es muy complejo. También lo es dejar atrás esa parte tuya que eres, pero que nunca funciona. Tú has visto esos fracasos, me has visto caer tres veces en la misma piedra, lo que no has visto ha sido el dolor y el esfuerzo que me ha costado desaprender ese camino, para no volverme a caer una cuarta.

Entonces, hemos evolucionado de manera distinta y estamos en etapas distintas. Eso es una jodienda, porque ya no nos llenan las mismas cosas que antes nos hacían felices, luego entonces, ¿qué queda?

Queda reaprender de la amistad y pasar a una nueva etapa, más madura, más espaciada, más orientada a saber que tenemos una mano en las caídas y una tarde de café para vernos y disfrutar de la compañía. O una despedida bonita, asumiendo que tenemos necesidades distintas y momentos vitalicios que ya no han vuelto a encontrarse.

Necesito tu perspectiva, claro, para verlo de otra manera, porque soy obtusa a lo que pienso, hasta que llega ese otro punto de vista. Pero quería escribirlo, porque mis palabras en voz alta se quedan mudas, cortas y escuetas, y porque merecemos, ambas, mucho más, después de todo.

Yo me niego otra vez al olvido y la distancia, como otras veces, sin decirte que te quiero. Que has sido muchas veces luz en mis tinieblas, así como tiniebla en mi luz.

Ahora, no eres ninguna, pero sí eres un pedacito de mi antigua yo que se ha quedado para siempre, pero que sé que no puedo mantener como se merece. De igual manera que, presiento, tampoco puedes mantenerme como yo necesito y, de ahí, venga el desgaste, la incomprensión y el tratar de vernos sin conseguirlo.

Te quiero, no quiero dejar de decirlo, porque no hacerlo sería dejar que se sobreentienda lo contrario y, conociendo esa cabecita, vendría el pensar que estorbas o muchas otras cosas ligadas a eso... y no es eso.

Es que no sé ya de qué hablar. No sé ya qué contarte cuando no tengo drama, no encuentro ese tema que nos una, y eso me genera ansiedad. Parece que orbitemos en esferas distintas y, joder, parece también que llevemos tiempo forzándonos a orbitar en la esfera de la otra, sabiendo que no es ahí donde pertenece nuestro ser.

Nos pertenece evolucionar de la manera en que necesitemos. Y nos pertenece hablarlo, madurarlo y querernos como buenamente podamos.

Has sido mi mejor amiga muchos años, pero siempre tendré la espina de pensar que, tantos años y nunca supe conocerte más que en el amor y en el trabajo y, tal vez, ese sea el problema. Que sacamos la amistad de ahí, pero nunca invertimos tiempo en crear un espacio juntas que se escapase de eso y, siento, siempre lo tuvimos reservado y fuimos tontas de no aprovecharlo.

Yo no quiero perderte y no sé mantenerte como creo que necesitas.

En mi estado ideal, nos vemos de vez en cuando para ponernos al día, pero no de manera asidua, como esas amigas que tienen hijos y casi no tienen tiempo. Solo que el tiempo, en mi vida, lo ocupa el crecimiento personal y la crisis de no haber llegado a donde quería a esta edad.

Pero sé que ese es mi estado ideal, así que, si el tuyo dista mucho de esa realidad y no podemos mantenerlo, no quiero que olvides nunca lo que hemos sido cuando brillábamos, porque para eso va enfocado este recuerdo de "zorrupia".

Los recuerdos.

Esta es una entrada particular. Una de esas poco poéticas. Una entrada, supongo, mundana.

Hace unos meses decidí poner fin a esa serie de catastróficas desdichas en las que andaba años sumida, y acudí a terapia. Cabe decir, en mi tozudez particular, vestida de una sombra de escepticismo que, aún a día de hoy, permuta en mi costado.

Pese a ello, dejo que ese pequeño rayo de luz bañe mi tez. Me aferro a ese cálido resplandor a expensas de dejar ir, de una vez, todos esos traumas infantiles que siguen manchando mis relaciones interpersonales y no me dejan transmutar en esa Alicia que quiero ser realmente.

Esta entrada va de eso... de recordar. Recordar todos y cada uno de los momentos en los que me hicieron daño, para poder sanarlos.

Cosa enormemente compleja, claro está, ya que poseo esa naturaleza que llamaré aquí "resiliencica", que tapa todo recuerdo que traumó mi prematuro cerebro infantil, poco preparado para, bueno... esa serie de catastróficas desdichas, así que, allá vamos:

1. Él se llamaba Sergio, el típico "guaperas" que a Lorena (mi primera bully) le encantaba. El resto de nuestro grupo, en clave, lo conocíamos como "el pie torcido", porque declinaba su pie derecho hacia dentro al andar. Le recuerdo en medio de uno de los pasillos del instituto, rodeado de "las populares". Entre ellas, solo recuerdo a Andrea, que era una chica que maquillaba en exceso el acné de su cara y vestía, lo que yo consideraba como "altamente pija". Siempre he odiado los grupos que se quedaban en los pasillos, fuera de las clases, porque tenías que atravesarlos para pasar si pretendías llegar a clase...

El evento (y los marcaré así para su fácil lectura) es que me tocó atravesar el grupo. Él no perdió ocasión de hacerse notar, de querer provocar la risa de las chicas que le rodeaban, así que me tuvo que cantar:

"Bienvenidos al club, al club, al club, al club de las feas". 

No sé si respondí, solo sé que esa imagen me atraviesa el pecho cada vez que acude a mi mente, y me sigue haciendo llorar a día de hoy, por eso, lo dejo como primer recuerdo.

2. Ángel es un chico al que conocimos un verano, en la piscina de Sedaví. Laura ligó con uno de sus amigos, Walter, y, desde entonces, empezamos a hablar con ellos. De ese grupo, sólo les recuerdo a ellos dos. Ángel se besó forzadamente con María (la chica que presenté a Sandra, y por la que me dio de lado) luego, conoció a una colega del instituto, Silvia, y se lio con ella. Silvia era ese perfil de chica diferente, tirando a emo-rockera, pero de la vertiente pop (Green Day, Simple Plan...). Él se quedó prendado; para ella fue un tío más.

Hablamos muchas veces de ella. Yo le ofrecía consuelo emocional.

El evento fue que llegó una época en la que él insistió mucho en tener una cita conmigo, pero yo me negaba rotundamente. Por aquella época, yo transicionaba. Estaba cambiado de estilo de vestir, empecé a ponerme lentillas. Nada de esto pasó desapercibido para él, que tuvo que adornar mi transición con su maravillosa frase:

"Aunque la mona se vista de seda, mona se queda".

Creo que, tras ello, no volvimos a hablar mucho más. Él me eliminó de toda red social, al igual que había hecho con Silvia.

3. Cuando salía con Aarón, recibía mucho bullying por parte de sus padres y su entorno. Mi manera de ser nunca gustó a sus padres, que, supongo, querrían una novia más pija para su hijo.

En aquella época yo tenía acné bastante severo. Por aquel entonces, yo no lo sabía, pero se debía que que tengo un ovario poliquístico que me provoca desajustes hormonales.

Los eventos  son que ellos se creían en la potestad de poder opinar sobre mí y sobre mi cara. Decían que tenía granos porque llevaba una mala alimentación (hacia un año que había transicionado al vegetarianismo) y escondían el chocolate para que yo no pudiese comerlo.

También opinaban otras cosas sobre mi físico, como que no era guapa.

En una de esas, el primo pequeño de Aarón vino a llamarme Pinocho, porque su padre se reía de mi nariz junto con los padres de Aarón.

Me obligaban a ir en contra de mi ansiedad social, haciendo que les saludase cada vez que entrábamos y salíamos de la casa, aunque lo hiciésemos diez veces. 

No les gustaba mi presencia en su casa y lo manifestaban abiertamente. No me compraban comida vegetal, y me criticaban cuando yo me llevaba mi comida y me la bajaba en la misma bolsa en que la había subido, para reciclarla "porque llevaba las normas de mi casa a la suya".

Tenían un perro anciano al que bajaban una sola vez al día, y al que reñían cuando no se aguantaba más y se meaba. Desde mi llegada, empezamos a bajarlo, y me criticaban también por ello.

Se metían con mi madre y mi casa, nos llamaban pobres y reiteraban que yo estaba con su hijo para aprovecharme de él.

El dolor y la ansiedad llegó a tal extremo que estuve un año sin pisar aquella casa; hacíamos vida en la de mi madre.

4. Cuando era más pequeña, me apuntaron a patinaje. Es un deporte que, a día de hoy, amo con todo mi corazón, pero que me costó mucho que me gustase de pequeña.

El motivo, claro está, es que me hacían bullying. Supongo que porque no sabía patinar muy bien, aunque carezco de ese recuerdo.

Había dos chicos, más bien gordos, que no paraban de burlarse de mí; Xavi y Víctor.

El evento fue un día en que mi profesora de patinaje no vino, vino su hermano a sustituirla, y yo me fui llorando de aquella clase porque no quería estar sin ese refuerzo, rodeada de ellos.

No recuerdo mucho más, pero si el insulto que salió de patinaje y permutó, extendiéndose fuera de él:

"Pato mareao".

Consiguieron que otras personas me llamasen así, entre ellos, un compañero de clase, Adrián.

Le recuerdo en una excursión de clase cantándome:

"Qué bien nos lo pasamos dando migas a los patos... y cuantas más migas les damos, mejor nos lo pasamos". 

Yo me defendía llamándole "cabrito", porque se encabritaba. Fue justo lo que hizo cuando, después de cantar se lo llamé. Se encabritó y me pegó.

5. Este recuerdo es de los más difusos. Yo era muy pequeña, no tendría más de siete años. Me habían puesto gafas hacía poco.

Era rojas y redondas, y debían de meterse mucho conmigo por llevarlas porque, siempre que perdía de vista a mi madre, me las quitaba.

El evento fue una tarde en el parque de los jubilados. Recuerdo más bien poco, pequeños fragmentos en los que Álex y Emilio me empujaban, me tiraban las gafas al suelo, las chafaban y las llenaban de arena.

6. Bajé a Aslan a pasear, como cada noche. Lo hacía tarde para no cruzarme con nadie. Aquella noche, me acababa de duchar, así que iba con el pelo mojado y gafas (dos de las cosas que me hacen sentir más fea e insegura). En el banco de enfrente estaba Xavi con su grupo de amigos. Él no vive en la zona de mi madre, pero aquella noche estaba allí.

Traté de pasar rápido y desapercibida, pero no fue posible. 

El evento fue que me llamase fea y "pato mareao", sin venir a cuento, sin que yo les hubiese mirado siquiera.

7. Primero de bachiller lo hice en "Nuestra Señora del Socorro", un colegio concertado repleto de gente de "buen mirar". A los de artístico no nos tenía mucho aprecio, siquiera en el claustro de profesores, porque éramos los "raritos", los que desentonábamos entre aquella urbe.

A nuestra clase la juntaban con otra en las asignaturas comunes, y nos tocaba aguantar las críticas poco disimuladas de algunos de ellos. En clase había otra chica llamada Alicia, y el chaval que marca este recuerdo se llamaba Emilio.

El evento fue que él dijo "Alicia" en voz alta y nos giramos las dos. Entonces, mirándome a mí, añadió: "tú no, la guapa".

8. Aquí no hay un evento concreto, sólo tengo recuerdos de Jenny, una de las chonis de mi barrio de infancia, llamándome constantemente "pescadilla", deduzco que porque mi padre era pescadero.

Cerramos aquí.

sábado, 24 de agosto de 2024

Las cuerdas de la ansiedad.

Otra vez, vuelve la disonancia.

Entre lo que mi moral le impone a mi conducta y las cuerdas que mi ansiedad desliza sobre mi piel, en esa amordazante atadura que me oprime hasta rayar la falta de identidad.

Entonces, recuerdo los reencuentros con mi pasado, y los vacíos que tuve que dejar porque la atadura estrangulaba y sigue haciéndolo cada vez que tengo que mirar de frente y remendar lo que la tristeza sembraba.

Ahora, me esfuerzo tanto en hacer las cosas bien, que esa pequeña yo, de ojos encharcados y brazos agrietados, podría respirar tranquila entre las cuerdas de la ansiedad.

Hacemos la cosas mucho mejor, pequeña Alicia, ya no sembramos devastación, ya no nos vamos sin escuchar el dolor ni sin dejar que lo escuchen.

El lunes, cerraremos un ciclo bien, desde el corazón, asumiendo que las cosas deben terminar antes que forzar una conexión en un vínculo que fue bonito, pero que, actualmente, descansa bajo tierra corroído por el óxido; por la falta de mantenimiento.

¿Acaso se puede mantener la espiritualidad de mirar a alguien a los ojos y encontrarte envuelta en su ser?

Claro que no. 

Pero hay gente que no entiende eso, porque se contenta  con los vínculos marcados a fuego bajo la dictadura del tiempo, más que entender que el alma crece, se renueva, evoluciona, y su felicidad se basa en vibrar con frecuencias que se encuentren en su misma sintonía, y no con aquellas que ya sólo son una esquela.

Mi corazón necesita dejarte ir en paz, con lo maravillosa que sé que eres, lo maravillosa que sé que soy y lo poco que nos podemos apreciar actualmente, perdidas en dos monólogos que ya no hacen conversación.

¿Entenderás lo que siento o el dolor cegará tus ojos y me transformará en la villana de otra historia más?

Tal vez, por eso ya no estemos en esa frecuencia, tal vez, discernir entre emociones y sistema de valores es lo que le faltaba a la pequeña Alicia, antes de abrir su interior con la intensidad que la caracteriza.

Lo siento, si es que cabe una disculpa, si es que hay comprensión entre el dolor. Y te quiero, si es que comprendes que el querer y el vibrar no siempre compaginan.