domingo, 25 de agosto de 2024

Los recuerdos.

Esta es una entrada particular. Una de esas poco poéticas. Una entrada, supongo, mundana.

Hace unos meses decidí poner fin a esa serie de catastróficas desdichas en las que andaba años sumida, y acudí a terapia. Cabe decir, en mi tozudez particular, vestida de una sombra de escepticismo que, aún a día de hoy, permuta en mi costado.

Pese a ello, dejo que ese pequeño rayo de luz bañe mi tez. Me aferro a ese cálido resplandor a expensas de dejar ir, de una vez, todos esos traumas infantiles que siguen manchando mis relaciones interpersonales y no me dejan transmutar en esa Alicia que quiero ser realmente.

Esta entrada va de eso... de recordar. Recordar todos y cada uno de los momentos en los que me hicieron daño, para poder sanarlos.

Cosa enormemente compleja, claro está, ya que poseo esa naturaleza que llamaré aquí "resiliencica", que tapa todo recuerdo que traumó mi prematuro cerebro infantil, poco preparado para, bueno... esa serie de catastróficas desdichas, así que, allá vamos:

1. Él se llamaba Sergio, el típico "guaperas" que a Lorena (mi primera bully) le encantaba. El resto de nuestro grupo, en clave, lo conocíamos como "el pie torcido", porque declinaba su pie derecho hacia dentro al andar. Le recuerdo en medio de uno de los pasillos del instituto, rodeado de "las populares". Entre ellas, solo recuerdo a Andrea, que era una chica que maquillaba en exceso el acné de su cara y vestía, lo que yo consideraba como "altamente pija". Siempre he odiado los grupos que se quedaban en los pasillos, fuera de las clases, porque tenías que atravesarlos para pasar si pretendías llegar a clase...

El evento (y los marcaré así para su fácil lectura) es que me tocó atravesar el grupo. Él no perdió ocasión de hacerse notar, de querer provocar la risa de las chicas que le rodeaban, así que me tuvo que cantar:

"Bienvenidos al club, al club, al club, al club de las feas". 

No sé si respondí, solo sé que esa imagen me atraviesa el pecho cada vez que acude a mi mente, y me sigue haciendo llorar a día de hoy, por eso, lo dejo como primer recuerdo.

2. Ángel es un chico al que conocimos un verano, en la piscina de Sedaví. Laura ligó con uno de sus amigos, Walter, y, desde entonces, empezamos a hablar con ellos. De ese grupo, sólo les recuerdo a ellos dos. Ángel se besó forzadamente con María (la chica que presenté a Sandra, y por la que me dio de lado) luego, conoció a una colega del instituto, Silvia, y se lio con ella. Silvia era ese perfil de chica diferente, tirando a emo-rockera, pero de la vertiente pop (Green Day, Simple Plan...). Él se quedó prendado; para ella fue un tío más.

Hablamos muchas veces de ella. Yo le ofrecía consuelo emocional.

El evento fue que llegó una época en la que él insistió mucho en tener una cita conmigo, pero yo me negaba rotundamente. Por aquella época, yo transicionaba. Estaba cambiado de estilo de vestir, empecé a ponerme lentillas. Nada de esto pasó desapercibido para él, que tuvo que adornar mi transición con su maravillosa frase:

"Aunque la mona se vista de seda, mona se queda".

Creo que, tras ello, no volvimos a hablar mucho más. Él me eliminó de toda red social, al igual que había hecho con Silvia.

3. Cuando salía con Aarón, recibía mucho bullying por parte de sus padres y su entorno. Mi manera de ser nunca gustó a sus padres, que, supongo, querrían una novia más pija para su hijo.

En aquella época yo tenía acné bastante severo. Por aquel entonces, yo no lo sabía, pero se debía que que tengo un ovario poliquístico que me provoca desajustes hormonales.

Los eventos  son que ellos se creían en la potestad de poder opinar sobre mí y sobre mi cara. Decían que tenía granos porque llevaba una mala alimentación (hacia un año que había transicionado al vegetarianismo) y escondían el chocolate para que yo no pudiese comerlo.

También opinaban otras cosas sobre mi físico, como que no era guapa.

En una de esas, el primo pequeño de Aarón vino a llamarme Pinocho, porque su padre se reía de mi nariz junto con los padres de Aarón.

Me obligaban a ir en contra de mi ansiedad social, haciendo que les saludase cada vez que entrábamos y salíamos de la casa, aunque lo hiciésemos diez veces. 

No les gustaba mi presencia en su casa y lo manifestaban abiertamente. No me compraban comida vegetal, y me criticaban cuando yo me llevaba mi comida y me la bajaba en la misma bolsa en que la había subido, para reciclarla "porque llevaba las normas de mi casa a la suya".

Tenían un perro anciano al que bajaban una sola vez al día, y al que reñían cuando no se aguantaba más y se meaba. Desde mi llegada, empezamos a bajarlo, y me criticaban también por ello.

Se metían con mi madre y mi casa, nos llamaban pobres y reiteraban que yo estaba con su hijo para aprovecharme de él.

El dolor y la ansiedad llegó a tal extremo que estuve un año sin pisar aquella casa; hacíamos vida en la de mi madre.

4. Cuando era más pequeña, me apuntaron a patinaje. Es un deporte que, a día de hoy, amo con todo mi corazón, pero que me costó mucho que me gustase de pequeña.

El motivo, claro está, es que me hacían bullying. Supongo que porque no sabía patinar muy bien, aunque carezco de ese recuerdo.

Había dos chicos, más bien gordos, que no paraban de burlarse de mí; Xavi y Víctor.

El evento fue un día en que mi profesora de patinaje no vino, vino su hermano a sustituirla, y yo me fui llorando de aquella clase porque no quería estar sin ese refuerzo, rodeada de ellos.

No recuerdo mucho más, pero si el insulto que salió de patinaje y permutó, extendiéndose fuera de él:

"Pato mareao".

Consiguieron que otras personas me llamasen así, entre ellos, un compañero de clase, Adrián.

Le recuerdo en una excursión de clase cantándome:

"Qué bien nos lo pasamos dando migas a los patos... y cuantas más migas les damos, mejor nos lo pasamos". 

Yo me defendía llamándole "cabrito", porque se encabritaba. Fue justo lo que hizo cuando, después de cantar se lo llamé. Se encabritó y me pegó.

5. Este recuerdo es de los más difusos. Yo era muy pequeña, no tendría más de siete años. Me habían puesto gafas hacía poco.

Era rojas y redondas, y debían de meterse mucho conmigo por llevarlas porque, siempre que perdía de vista a mi madre, me las quitaba.

El evento fue una tarde en el parque de los jubilados. Recuerdo más bien poco, pequeños fragmentos en los que Álex y Emilio me empujaban, me tiraban las gafas al suelo, las chafaban y las llenaban de arena.

6. Bajé a Aslan a pasear, como cada noche. Lo hacía tarde para no cruzarme con nadie. Aquella noche, me acababa de duchar, así que iba con el pelo mojado y gafas (dos de las cosas que me hacen sentir más fea e insegura). En el banco de enfrente estaba Xavi con su grupo de amigos. Él no vive en la zona de mi madre, pero aquella noche estaba allí.

Traté de pasar rápido y desapercibida, pero no fue posible. 

El evento fue que me llamase fea y "pato mareao", sin venir a cuento, sin que yo les hubiese mirado siquiera.

7. Primero de bachiller lo hice en "Nuestra Señora del Socorro", un colegio concertado repleto de gente de "buen mirar". A los de artístico no nos tenía mucho aprecio, siquiera en el claustro de profesores, porque éramos los "raritos", los que desentonábamos entre aquella urbe.

A nuestra clase la juntaban con otra en las asignaturas comunes, y nos tocaba aguantar las críticas poco disimuladas de algunos de ellos. En clase había otra chica llamada Alicia, y el chaval que marca este recuerdo se llamaba Emilio.

El evento fue que él dijo "Alicia" en voz alta y nos giramos las dos. Entonces, mirándome a mí, añadió: "tú no, la guapa".

8. Aquí no hay un evento concreto, sólo tengo recuerdos de Jenny, una de las chonis de mi barrio de infancia, llamándome constantemente "pescadilla", deduzco que porque mi padre era pescadero.

Cerramos aquí.

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