jueves, 29 de agosto de 2024

Ascuas.

Llega Septiembre. Con el corazón hecho cenizas y unas ascuas que queman hasta la garganta.

Me fuerzo a comer. Los primeros días son los más tediosos, no es algo nuevo, pero es que mi cuerpo necesita sentir cómo el hambre devora mis entrañas; un placebo para el dolor que se hospeda en mi caja torácica.

El peso del recorrido cruje sobre los hombros y envuelve en la misma espiral; siente tanto hasta que ya no duela más.

Quiero huir de los sentimientos, taparlos, pero ¿qué habré aprendido de este camino si lo hago?

Estas ascuas siguen prendiendo en las cenizas porque, primero, va el helor, el vacío de la ausencia y, luego, viene el incendio, el huracán que arrasa para no dejar ni una sola chispa en las cenizas.

Después, quedará la calma, la comprensión de que no saberse vista no sólo depende de mí.

A ratos tengo cada una de ellas, individualmente. A ratos, tengo las tres a la vez, como un debate entre tres tipos de sentir distintos; tres ancianos que reprochan a cada una de mis versiones. Y, a ratos, no tengo nada, sólo la creación de este hueco; la hibernación de los sentires.

Y quiero correr para quedarme en esa última fase, pero sé que tengo que transitar todo, a días, hasta que mi sonrisa vuelva con la misma fuerza y, se vea tan lejano, que ya no me importe. Se vea tan lejano que incluso me alegre, porque, lo que me depara el futuro no podría existir sin prender fuego al presente.

Ascuas.

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