domingo, 15 de septiembre de 2024

Que me parta un rayo.

Tal vez, en un futuro, llegue yo a desvirtuar la exuberante idea de platonismo que recorre mis sentidos cuando pienso en ti.

Pueda yo desprenderme de ese idilio irreal que permuta mi cabeza, no sea yo presa de este sentimiento carcomiente que me mantiene al filo de un amor descafeinado, no sé si por incompatibilidad o porque, realmente, nuestro encuentro ha sido temprano.

Quiero yo permutar en la segunda opción, rasgando el devenir con unas yemas anhelantes de tu piel, de tu presencia, pero, sobre todo, de un hogar que nunca llegamos a construir, basado en una madurez emocional más fortuita.

Me recreo en desconocer cuánto tiempo deba pasar desde que alejemos nuestros caminos, hasta que se crucen nuestros destinos. Me recreo en la posibilidad de que nos convirtamos en arena plomiza ante la ausencia de una realidad tangible.

Qué sé yo del amor, más que me desgarra los tejidos cada vez que me enamoro, siendo complicado desprenderme de mis ideales y de una lucha constante por no rendirme ante los desfalcos de otra persona, por dar más valor a sus luces que a sus sombras.

Qué complejo confiar en las personas.

¡Qué me parta! ¡Qué me parta un rayo si la persona que creo que anida en ti ha sido mero adulterio de mi mente!

viernes, 13 de septiembre de 2024

Paranoia.

Cuando las máquinas se adueñen de nuestras almas, caeremos a su abismo tecnológico, del que hace años empezamos a ser presas. Cambiaremos el sentir por el hacer y pronto, no habrá cabida para la letanía de los latidos.

La sensibilidad, debilidad en este mundo adusto, pasará a ser un recuerdo, un mito, una añoranza cuando se mire la belleza del arte y no se sepa comprender.

La piel será dura y egocéntrica su portadora, ya no podremos tocar las almas porque estaremos más centrados en nosotros mismos que en sentir que formamos parte de alguien más; no habrá espacio para comprender.

Bip, Bip, bup.

El retumbar de las carcasas. Y otra alma más que sacrifican a beneficio propio.

Bip, Bip, bup.

No querrán sentir. Apenas sabrán hablar ya de lo que era un latir.

Bip, Bip, bup.

¿Oyes eso? Es el sonido de la marcha robótica de la que somos presos.


Momento presente.

Contemplo el presente. He leído que es una buena técnica para la ansiedad.

Una pareja ha pasado por delante. Ella, un poco más alta que él, con un hermoso ramo de flores y una sonrisa de oreja a oreja. Les he sonreído, claro, ¿qué iba a hacer sino frente a la caricia grácil del mundo?

La mujer del restaurante se ha ido al otro extremo de la sala. Se ha doblegado sobre sí misma, en una mesa, y ha roto a llorar. El camarero y mis amigas la han mirado, con desconcierto, sin saber muy bien qué hacer. Yo me he acercado a preguntar qué pasaba, acariciando su espalda.

"Ser madre es muy duro" me ha dicho. Que nos tenía allí si necesitaba algo, le he respondido yo, ¿qué iba a hacer sino frente al desamparo con que nos golpea el mundo?

A cada paso, es eso; belleza y desamparo.


jueves, 12 de septiembre de 2024

Pensamientos.

No sé si he expirado ya todos mis pecados, pero creo que, con este duelo, he cerrado el ciclo.

Entiendo ahora cada una de mis partidas, porque, a grandes rasgos, he experimentado los diferentes puntos de vista desde los que podía mirar un mismo prisma.

En vez de maldecir a mi "mala suerte", he decidido enfocarme en acabar de pulir aquellos aspectos en los que yo me relaciono mal, y agradecer cada una de estas experiencias, porque, como escritora, veo ahora muchos planos de los sentimientos. 

Quiero tomármelo así, como un redescubrimiento de mi psique. Un punto de partida nuevo, solitario.

Estoy convencida de que hay alguien para mí, o tal vez sea otro de esos pensamientos de consuelo que me da mi mente, tras una caída al abismo, pero no paro de leer experiencias de otras mujeres sentimentales que han encontrado con quién expresar sus sentimientos y, aunque no entendidas, sí se sintieron vistas, sin tener miedo a expresarse, sin una persona que se pusiese a la defensiva, solo alguien que también quiere saber cómo eres, cómo es tu lenguaje del amor y cómo te tiene que tratar para que tú también te sientas querida.

Pero mi cabeza lo ve lejano, ahora es rasgada por ese martilleante pensamiento: "¿Era el amor esto para mí? ¿Una sucesión de catastróficas experiencias que me ayudasen a trascender en mis escritos?" "¿O solo es una manera de defenderme ante el dolor de tantos duelos?"

La montaña rusa está aquí, claro. Es compleja y forma parte del duelo.

Ayer transité todas las horas no laborales que me quedaban de luz retraída sobre mí misma, manchando cada textil sobre el que me apoyaba con lágrimas y, cada una de mis acciones y pensamientos, se enfocaron únicamente en ti. Cancelé mis planes, comí de más por ansiedad y me forcé a vomitar, por culpa y malestar. No quería que esa sensación perpetuase más días y me aferraba al miedo de que iba a ser así por mucho tiempo.

Pensaba en Halloween y las expectativas, ahora quebradas, que tenía de ese día. Ni siquiera quiero recrearme en ello aquí, para no seguir tintando de ese sabor agrio mi presente.

Hoy, transcribiendo las entradas del blog, me he encontrado con el texto en que narré punto a punto todas las cosas que me hicieron daño; hoy no romantizo tu ausencia.

He decidido enfocarme en los jueves random y todas esas cosas que soñaba hacer en pareja pero siempre se rompían. Ahora, me parece absurdo esperar a que alguien me acompañe para hacer esas cosas que sueño, posponer fragmentos de felicidad por reservarlos a otra persona. Aunque, confieso, va a ser un poco raro hablar conmigo misma a través de los walkies; hay cosas que voy a tener que posponer.

Hoy es jueves. Todavía no sé qué película de tiburones voy a elegir. No tengo construido el fuerte de sábanas, tampoco he comprado aún el proyector, pero no tengo prisa conmigo misma, de momento, tengo una buena pizza de ayer y unas cuantas Pepsi lima en la nevera; puedo rozar el cielo unas horas.

Estoy viendo Expediente X, que también soñaba con verla en pareja, para poder dormir luego juntos, por si me daba miedo. Ahora sé que dormiré sola, con mi luz de mesita y mis gatos; mi armamento por si las pesadillas carcomen el sueño.

He decidido reformar el comedor para mí, no para que alguien tenga su espacio para mudarse aquí. Si alguien pisa mi vida en un futuro, podemos hacer nuevos planes y encontrar otro lugar en el que estar; no quiero adaptar mi templo a nadie que no sea yo.

Y me haré ese tatuaje para cerrar esta etapa, porque me parece hermoso marcar la piel con un mapa de nuestra vida; recorrer con los dedos los lugares en que fuimos, plasmar esas marcas del corazón en la piel.

Ahora mismo, estoy un poco desorientada. Me abruma el paso de la vida. Sé que es parte de esta nueva etapa, pero me encantaría que pasase rápido, para volver a encontrarme conmigo misma y con la lección aprendida.

Pero bueno, de momento solo me recrearé en que este último año es parte de mi desarrollo personal y tengo que abrazarlo con el amor que se merece.

miércoles, 11 de septiembre de 2024

No me arrepiento.

Quiero decirte que no me arrepiento.

No me arrepiento de que mi corazón esté a tu lado, aunque yo tenga que seguir viviendo con tu ausencia.

No me arrepiento de las veces que perdí oportunidades por darte a ti una más.

No me arrepiento de las veces que discutimos, porque sé que buscábamos encontrarnos en el camino.

No me arrepiento de que te cruzases en mi vida, aunque este año haya sido tan duro.

No me arrepiento, porque me da igual lo que digan, me da igual el peso de tus acciones, siempre me ha dado igual. Yo sé lo que tú eres, sé lo que tú vales y se lo que vas a brillar cuando salgas de ese pozo.

No me arrepiento de haberte acompañado en el camino aunque no estuvieses bien, porque amar es un sentimiento hermoso aunque no salga como querríamos. 

Porque todas las veces que tuve una sonrisa tuya, un gesto de amor, tu cuerpo sobre el mío, todas esas veces fuiste tú, ese tú feliz que anida en tu interior; la persona a la que amo.

Y tampoco me importa dedicarte algo bonito con el corazón roto, porque no quiero ser un pedazo más de ese maldito dolor que no te deja brillar.

Porque eres una persona increíble con muchos defectos, pero eso no te quita valor.


viernes, 6 de septiembre de 2024

La tristeza.

Hoy, he escuchado por primera vez a mi mejor amigo triste, cuando sus palabras han sido siempre risas. 

Vivimos bajo el peso del azote de una realidad que nos ha atrapado en un alud, indefensos, sin saber que el peso del mundo te aplasta sin gritos.

El tiempo nos consume a todos, nos convierte en esclavos de las expectativas que teníamos antes de saber cómo era el mundo. Esclavos empeñados en cargar con el peso de los sueños que nos arrebataron de niños, o que nosotros mismos nos impusimos, encerrando nuestra alma en ese cofre mugriento, que se pudre en las profundidades de nuestros océanos.

Qué triste cómo hemos sido remodelados por las realidades de otros y por las nuestras propias, perdiendo la esperanza de que surja una nueva versión de nosotros mismos, porque sabemos que irá en contra de todas nuestras creencias infantiles.

Veo gente con vidas más complejas que las nuestras, y se me antoja triste que no nos permitamos ser felices, cuando basta con un lugar donde te amen y unos brazos que te cuiden. Tal vez sea yo, que no puedo sacar el recuerdo de mi padre consumiéndose por la metástasis, siendo feliz junto a sus hijos, sin rendirse, luchando por verles crecer.

Tal vez él obtuvo paz, porque, aun en las malas, sacó la energía de dónde no la tenía para no manchar el regalo de sus últimos momentos.

Igual él también veía lo complejo que era todo, pero decidía apostar por su visión de gafas amarillas en un mundo que se acababa. Él ya no puede disfrutar y se fue con una sonrisa, mientras nosotros nos consumimos en expectativas, nos anegramos en lágrimas por no saber valorar la vida y el amor que tenemos.

Últimamente, el mundo viene cargado de tristeza. La tengo presente en cada rincón que transito y quiero desprenderme de toda ella, no dejarla ser, gritarle que ya me ha quitado suficiente, pero sería una hipócrita... yo misma soy la que elige sus caminos y la que decide dejar que me acompañe de manera eterna.

Por eso, supongo, ahora mismo la dejo estar. Porque no consigo estar triste hasta romperme en pedazos, porque no he perdido mi rayo de sol, ni mis esperanzas, ni mis sueños y, si la oculto, sé que volverá a ganar.

Hoy, le dejo recordarme todas las personas a las que he visto llorar, porque también tengo el recuerdo posterior de sus risas. Hoy, aguardo a nuestra risa, porque sé que llegará cuando abracemos a la tristeza.

miércoles, 4 de septiembre de 2024

Damos lo que somos.

Me gustaría, si vuelves a pasar por aquí, que no siguieses leyendo esta entrada. Tampoco que vuelvas al blog, porque necesito un ambiente en el que ser, sin que tú te veas arrastrado por ello.



Estos días, mi mente vuela, e imagino tus labios conociendo a otros labios, tu cuerpo bailando desnudo con otro cuerpo, y aparece esa dualidad férrea que siempre me carcome.

A una parte de mí le gustaría gritarte que me cambies. Que me cambies por quien quieras. Que encuentres esa persona con menos inquietudes en la cabeza, que le de más igual si se vincula en profundidad contigo o no. Que sea más sosa, menos intensa, que tenga esa simpleza que te va a hacer feliz. 

La otra parte sólo quiere arrancarse el corazón del pecho, pero me toca recordarle que son celos y que no podemos obligar a nadie a elegirnos. Entonces, me viene un nombre a la mente. Uno que ya te ronda. Y mi cabeza se anticipa a lo que cree que va a pasar los próximos días, cuando la veas.

Y, de nuevo, vuelve la parte que es feliz por ti. Por ese alivio de saber que yo no voy a poder darte nunca lo que necesitas, porque para mí el mundo está escrito en un lenguaje antiguo, muy profundo, que no todas las personas hablan. Tampoco me lo podrás dar tú, que sigues aferrado a un dolor que ha cogido polvo en ese cofre de las profundidades de tu ser, que te impide ver más allá de lo que tienes delante, que te impide empatizar o ser autocrítico.

Es curioso, el mundo trae gente del pasado cuando pasas las etapas del presente. Una de esas personas, que es incluso más ausente que tú, me ha abofeteado estos días y me ha hecho ver que, cuando le das todo a una persona, ¿por qué iba a esforzarse? Si ya lo tiene todo sin necesidad de hacer nada por ti.

El debate ha profundizado en que eso, cuando te encuentras con una persona sana, no ocurre; el amor es recíproco. Claro que yo tampoco soy una persona sana, sino, habría sabido irme cuando vi que, en este amor, no se hablaba de igual a igual.

Estos días, mi mente vuela, y sé que ya no voy a ocupar nunca ese lugar con el que llevaba un año soñando, en el que creí tan férreamente el mes pasado, cuando prometiste que al fin llegaría. Duele, pero acepto que la decisión de confiar en alguien que no cumple su palabra fue completamente mía. Ya sabes que yo vivo estancada en un potencial que puede no llegar nunca, y tú vives bajo una sombra que no es tan fácil de quitar, entonces, andamos a velocidades distintas que igual no se llegan nunca a juntar.

Quiero gastar y cerrar la libreta de los monstruos, porque sólo habla de ti. 

He decidido anotar todos los escritos que te dediqué durante un año, para poder recordarme por qué las cosas son así, también para poder archivarlos, cerrar esa historia y dejar el aprendizaje tatuado en mi piel, para sellar el fin de una historia que me ha consumido hasta los huesos, para cerrar satisfactoriamente esta etapa.

Me has enseñado muchas cosas, entre ellas, que no puedo contentarme con ser un jarrón decorativo, que me tengo que creer lo que soy y darme mi lugar. Que, pasarme de buena, de empática y de comprensiva, acalla mi voz, y me hace luchar sola contra mis fantasmas, mientras ayudo a luchar contra los del resto, y eso no es lícito. 

Me has enseñado a poner límites y respetarme, aunque me haya costado un año hacerlo y viniese en una explosión que iniciaba con una tontería. Esa es la persona que tengo que ser, la que es capaz de irse a la segunda oportunidad, cuando ve que no la respetan, no la que se contenta con migajas a la espera de algo que no llega.

Y eso, no es culpa tuya, soy yo la que lo he permitido. 

Al final, las personas damos lo que somos en cada momento y tampoco me voy a culpar por dar lo que soy, pero sí voy a aprender a darlo a quién me paga con la misma moneda, y a saber irme antes, sin rencores y sin odio, orgullos, ni dolores. Al final, no puedo pedirle a alguien que me dé lo que no es.

Me gustaría poder decirte que no me quedan fragmentos de dolor en el interior que tenga que dejar ir, pero no puedo porque me vienen muchas cosas a la cabeza estos días. Lo que sí voy a decirte es que quiero que seas feliz, que sé que lo has intentado, a tu manera, y que sé que eres una buena persona. 

Que ojalá salgas, beses y tu cuerpo conozca a otro cuerpo que te haga sentir lo que no sentiste con el mío, que es lo mismo que, cuando esté preparada, me deseo a mí.

Y que, ambos sabemos, todo este dolor y este miedo dejarán de existir. Una nueva ilusión siempre está por venir.

Y qué asco de todo, que siempre me apetece escribirlo pero suena demasiado melodramático fuera de mi blog.

lunes, 2 de septiembre de 2024

Cinco minutos.

Me gustaría que estuvieses aquí papá, yo también quiero esos cinco minutos.

Me gustaría que hubieses podido abrazarme cuando mis sentimientos me tragaron al final de la tarde, y tuve que encogerme sobre mí misma y dejarlos ser, sin reprimirlos.

Decirte que esa es la parte que más me está costando… no poder decirme que voy a estar bien cuando vienen, para no reprimirlos. No coger el móvil, ni ponerme a leer, ni escribir; dejarlos atravesar mis intestinos para sentir que me muerden las entrañas, dejarlos apretar mi corazón hasta sentirlo entre las costillas.

Te diría que no viví tan plenamente como te hubiese gustado, porque el peso de tu recuerdo martillaba los huesos y me hacía una persona infeliz, oculta siempre tras una sonrisa y un férreo pensamiento de que todo mejoraría, aunque no lo hiciese.

Te diría que me vi fallar miles de veces, que cada triunfo vino siempre con una caída, y tuve que aprender que las cosas tenían un precio, para aceptar la dualidad de mi devenir.

Hice las cosas mal cuando prioricé a otras personas y también cuando me priorice a mí, y fuese como fuere, acabe siendo una persona de la que no estaba orgullosa, y siempre tuve de compañera a la culpa.

Pero todo, todo ello, me trajo aquí. A no tener la vida que soñaba, pero sí la que me construía con cada altibajo, hasta que conseguí la plenitud de disfrutar de la felicidad de los momentos, y no de las expectativas de vida y las grandezas. 

De sentirme cada vez un poco menos esa víctima y amar lo que tengo cada vez un poco más.

Ese fue el camino que elegí y hoy, me siento plena por ello, porque tengo un duelo sin odio y puedo dejar ir con amor. Lloro de lo bonito que se siente eso para mí, de lo plena que me hace sentir haber cerrado las cosas bien, haberle dado a alguien todo lo que tenia para dar (aunque cometiese errores) y mi mejor despedida.

Ojalá pudiese habérsela dado a todas las personas a la que hice daño, también a las que me lo hicieron a mí. Ojalá sigas presente en mi corazón siempre, para recordarle a tu hija quién quiso ser, quién es y quién no quiere dejar de ser.

Por ti, por nosotros, por ser cada vez un poco más fieles a lo que somos en el corazón, no sólo a las sombras que lo manchan.

domingo, 1 de septiembre de 2024

Cenizas.

Llevo tanto tiempo mal que apenas recuerdo la última vez que me centré en mí, que me antepuse sin ese exceso de empatía y sin sentir culpabilidad, que me di un espacio para crecer en aquello que realmente me hace feliz.

Estuve un año de luto por una relación perdida, cuyo cierre estuvo abierto, sin poder darme el descanso que necesitaba mi mente, con el dolor de haber tapado siempre mis necesidades para hacer feliz a otra persona, hasta que ya no pude más, hasta que pedir reconocimiento supuso un abandono.

Luego, ha venido este otro año de inestabilidad, de perderme a mí misma, de no priorizarme por moverme al ritmo de otra persona, de tener ansiedad, de no poder dormir, de comer a rachas, de desajustes en mi ciclo menstrual, de una balanza donde habían siempre más lágrimas. Y, para variar, el mismo ciclo.

Mi lección aprendida es que sé que es culpa mía, porque mi carta de presentación viene con un interés desmedido al que es muy fácil acostumbrarse, con una disponibilidad completa y un enfoque absoluto en otra persona, que, de entradas, siempre está indisponible emocionalmente. Así que, cuando mis necesidades se ponen encima de la mesa también, esa indisponibilidad se hace latente y, obviamente, nadie quiere dar cuando se ha acostumbrado a recibir. 

El problema es que, ahora, estoy en este otro ciclo de dolor taimado en el que siento el hueco de mi corazón en estos picos de tristeza. La sonrisa no sale tan fácil, ni los chistes malos, ni las ganas de salir. Me cuesta encontrar lágrimas, como si las hubiese perdido transitando este estado tan funesto.

Aún así, empiezo a centrarme en mí, supongo que por la incapacidad de aceptarme tanto tiempo perdida. Casi siempre me he obsesionado por luchar por las personas, pero nunca en luchar por mí, y ese vacío me pesa más que nunca, porque no quiero volver a esforzarme tanto, pero me aterra que, poco a poco, la ilusión de amar se acabe desvaneciendo al completo, sabiendo que siempre he querido una persona con la que compartir hasta el último de mis días, con la que crecer. Sabiendo que yo misma he extinguido esa ilusión por no saber discernir entre personas que no eran la adecuada. La inocencia, el exceso de confianza y mi rol de salvadora me han pasado una factura que no sé cómo voy a pagar.

Estoy tratando de hacerlo lo mejor que puedo, retomando los proyectos que han estado estos dos años aparcados, aunque, a veces, no tengo fuerzas más que para contemplar el vacío, y trato de que no me preocupe tanto porque sé que es una fase del duelo. 

Sólo me quedan tres propósitos de año por cerrar, y dos de ellos casi ya están cerrados. Marco objetivos tangibles que cumplo poco a poco y sigo creciendo, aprendiendo de mi círculo y madurando como persona, aunque todavía no soy capaz de sobrellevar estas intensidades que derivan de mi alta sensibilidad.

Supongo que debería estar más orgullosa de mí, pero no consigo saborear más que cenizas.