domingo, 1 de septiembre de 2024

Cenizas.

Llevo tanto tiempo mal que apenas recuerdo la última vez que me centré en mí, que me antepuse sin ese exceso de empatía y sin sentir culpabilidad, que me di un espacio para crecer en aquello que realmente me hace feliz.

Estuve un año de luto por una relación perdida, cuyo cierre estuvo abierto, sin poder darme el descanso que necesitaba mi mente, con el dolor de haber tapado siempre mis necesidades para hacer feliz a otra persona, hasta que ya no pude más, hasta que pedir reconocimiento supuso un abandono.

Luego, ha venido este otro año de inestabilidad, de perderme a mí misma, de no priorizarme por moverme al ritmo de otra persona, de tener ansiedad, de no poder dormir, de comer a rachas, de desajustes en mi ciclo menstrual, de una balanza donde habían siempre más lágrimas. Y, para variar, el mismo ciclo.

Mi lección aprendida es que sé que es culpa mía, porque mi carta de presentación viene con un interés desmedido al que es muy fácil acostumbrarse, con una disponibilidad completa y un enfoque absoluto en otra persona, que, de entradas, siempre está indisponible emocionalmente. Así que, cuando mis necesidades se ponen encima de la mesa también, esa indisponibilidad se hace latente y, obviamente, nadie quiere dar cuando se ha acostumbrado a recibir. 

El problema es que, ahora, estoy en este otro ciclo de dolor taimado en el que siento el hueco de mi corazón en estos picos de tristeza. La sonrisa no sale tan fácil, ni los chistes malos, ni las ganas de salir. Me cuesta encontrar lágrimas, como si las hubiese perdido transitando este estado tan funesto.

Aún así, empiezo a centrarme en mí, supongo que por la incapacidad de aceptarme tanto tiempo perdida. Casi siempre me he obsesionado por luchar por las personas, pero nunca en luchar por mí, y ese vacío me pesa más que nunca, porque no quiero volver a esforzarme tanto, pero me aterra que, poco a poco, la ilusión de amar se acabe desvaneciendo al completo, sabiendo que siempre he querido una persona con la que compartir hasta el último de mis días, con la que crecer. Sabiendo que yo misma he extinguido esa ilusión por no saber discernir entre personas que no eran la adecuada. La inocencia, el exceso de confianza y mi rol de salvadora me han pasado una factura que no sé cómo voy a pagar.

Estoy tratando de hacerlo lo mejor que puedo, retomando los proyectos que han estado estos dos años aparcados, aunque, a veces, no tengo fuerzas más que para contemplar el vacío, y trato de que no me preocupe tanto porque sé que es una fase del duelo. 

Sólo me quedan tres propósitos de año por cerrar, y dos de ellos casi ya están cerrados. Marco objetivos tangibles que cumplo poco a poco y sigo creciendo, aprendiendo de mi círculo y madurando como persona, aunque todavía no soy capaz de sobrellevar estas intensidades que derivan de mi alta sensibilidad.

Supongo que debería estar más orgullosa de mí, pero no consigo saborear más que cenizas.


No hay comentarios:

Publicar un comentario