Me gustaría, si vuelves a pasar por aquí, que no siguieses leyendo esta entrada. Tampoco que vuelvas al blog, porque necesito un ambiente en el que ser, sin que tú te veas arrastrado por ello.
Estos días, mi mente vuela, e imagino tus labios conociendo a otros labios, tu cuerpo bailando desnudo con otro cuerpo, y aparece esa dualidad férrea que siempre me carcome.
A una parte de mí le gustaría gritarte que me cambies. Que me cambies por quien quieras. Que encuentres esa persona con menos inquietudes en la cabeza, que le de más igual si se vincula en profundidad contigo o no. Que sea más sosa, menos intensa, que tenga esa simpleza que te va a hacer feliz.
La otra parte sólo quiere arrancarse el corazón del pecho, pero me toca recordarle que son celos y que no podemos obligar a nadie a elegirnos. Entonces, me viene un nombre a la mente. Uno que ya te ronda. Y mi cabeza se anticipa a lo que cree que va a pasar los próximos días, cuando la veas.
Y, de nuevo, vuelve la parte que es feliz por ti. Por ese alivio de saber que yo no voy a poder darte nunca lo que necesitas, porque para mí el mundo está escrito en un lenguaje antiguo, muy profundo, que no todas las personas hablan. Tampoco me lo podrás dar tú, que sigues aferrado a un dolor que ha cogido polvo en ese cofre de las profundidades de tu ser, que te impide ver más allá de lo que tienes delante, que te impide empatizar o ser autocrítico.
Es curioso, el mundo trae gente del pasado cuando pasas las etapas del presente. Una de esas personas, que es incluso más ausente que tú, me ha abofeteado estos días y me ha hecho ver que, cuando le das todo a una persona, ¿por qué iba a esforzarse? Si ya lo tiene todo sin necesidad de hacer nada por ti.
El debate ha profundizado en que eso, cuando te encuentras con una persona sana, no ocurre; el amor es recíproco. Claro que yo tampoco soy una persona sana, sino, habría sabido irme cuando vi que, en este amor, no se hablaba de igual a igual.
Estos días, mi mente vuela, y sé que ya no voy a ocupar nunca ese lugar con el que llevaba un año soñando, en el que creí tan férreamente el mes pasado, cuando prometiste que al fin llegaría. Duele, pero acepto que la decisión de confiar en alguien que no cumple su palabra fue completamente mía. Ya sabes que yo vivo estancada en un potencial que puede no llegar nunca, y tú vives bajo una sombra que no es tan fácil de quitar, entonces, andamos a velocidades distintas que igual no se llegan nunca a juntar.
Quiero gastar y cerrar la libreta de los monstruos, porque sólo habla de ti.
He decidido anotar todos los escritos que te dediqué durante un año, para poder recordarme por qué las cosas son así, también para poder archivarlos, cerrar esa historia y dejar el aprendizaje tatuado en mi piel, para sellar el fin de una historia que me ha consumido hasta los huesos, para cerrar satisfactoriamente esta etapa.
Me has enseñado muchas cosas, entre ellas, que no puedo contentarme con ser un jarrón decorativo, que me tengo que creer lo que soy y darme mi lugar. Que, pasarme de buena, de empática y de comprensiva, acalla mi voz, y me hace luchar sola contra mis fantasmas, mientras ayudo a luchar contra los del resto, y eso no es lícito.
Me has enseñado a poner límites y respetarme, aunque me haya costado un año hacerlo y viniese en una explosión que iniciaba con una tontería. Esa es la persona que tengo que ser, la que es capaz de irse a la segunda oportunidad, cuando ve que no la respetan, no la que se contenta con migajas a la espera de algo que no llega.
Y eso, no es culpa tuya, soy yo la que lo he permitido.
Al final, las personas damos lo que somos en cada momento y tampoco me voy a culpar por dar lo que soy, pero sí voy a aprender a darlo a quién me paga con la misma moneda, y a saber irme antes, sin rencores y sin odio, orgullos, ni dolores. Al final, no puedo pedirle a alguien que me dé lo que no es.
Me gustaría poder decirte que no me quedan fragmentos de dolor en el interior que tenga que dejar ir, pero no puedo porque me vienen muchas cosas a la cabeza estos días. Lo que sí voy a decirte es que quiero que seas feliz, que sé que lo has intentado, a tu manera, y que sé que eres una buena persona.
Que ojalá salgas, beses y tu cuerpo conozca a otro cuerpo que te haga sentir lo que no sentiste con el mío, que es lo mismo que, cuando esté preparada, me deseo a mí.
Y que, ambos sabemos, todo este dolor y este miedo dejarán de existir. Una nueva ilusión siempre está por venir.
Y qué asco de todo, que siempre me apetece escribirlo pero suena demasiado melodramático fuera de mi blog.