Y cuando el brillo de nuestros ojos no sea reconocido por nadie más, podremos mirar las cenizas de nuestro amor, consumidas por el fuego de la inestabilidad que conferíamos al otro.
Tu ausencia vuelve y, con ella, ha de volver la amnesia. Desaprender lo que éramos juntos, olvidar el sonido de nuestra canción y, con el tiempo, puede que nuestro recuerdo solo sea una brisa plomiza en el corazón. Un soplo que te asalta de madrugada, cuando el frío opaca los cristales y no hay donde resguardarse.
Puede, incluso, que surja en la embriaguez de una noche, rodeados de conversaciones banales, de ruido y luces, del murmullo de la ciudad… igual, es un sorbo de amargura en una mañana ocupada, donde nada tiene sentido y añoras la calidez de esa sonrisa.
No lo sé. Es lo que tiene la amnesia, no sabes cuándo va a nublar tu vista de dolor, cuándo va a quebrarte en dos y dejarte desvaído en medio de la nada.
Tal vez tu mente siga diciéndote que hay un lugar en un cálido futuro donde podemos volver a encontrarnos… donde podrías volver a acariciar mi pelo, besar mi frente y mirar con profundidad mis ojos en medio de sonrisas. ¿Y qué podría decirte mas que no lo sé…? Eso es lo que más me atormenta… que, después de todo este dolor, vaya a dejar de sentir amor en tu mirada, en la mía… que ya no te vuelva a encontrar, que este verano te haya perdido para siempre y solo esté alargando el momento de darme cuenta…
Las noches han empezado a consumirme. Otro proceso de la amnesia. Me despierto en medio de la oscuridad y tu cara me atormenta. Coexistes en dos versiones; la que ha amado cada poro de mi piel, sin preocuparse nunca del choque de nuestros temperamentos, y la que me ha alejado ante esa misma perspectiva, consumida por el miedo.
La segunda va ganando y expande un horrible terror que me punza el corazón. Me pregunto cuánto tardará en asumir la soberanía de tu recuerdo, culminando con la siembra de un miedo permanente que no se vaya a ir si vuelves.
Ahora, me siento insuficiente. Otra vez más odio mi sensibilidad y los problemas que acarrea… ojalá pudieses entender mi procesamiento de la realidad y conseguir con ello que no te asustase tanto… ojalá no me hubieses repudiado esta vez por ello. Ojalá te dieses cuenta que, en la estabilidad, mi sensibilidad florece y se estabiliza también… que todo este amor que idolatras, nace también de aquello que odias de mí… ojalá pudieses ver lo paradójico que es eso, y lo que duele.
He soñado muchas veces que llegabas a ser capaz de escuchar lo que digo y no solo quedarte en la superficie del tono que no te gusta, que veías más allá de mi miedo y conectabas con mi esencia, en la simpleza de escucharme con amor y aportando aquello que pudieses. Ojalá supieses que no tenía más anhelo en ti que ese. Pero tengo que romper la imagen de tu madurez, porque solo existe en nuestras despedidas… y estoy cansada de despedirme para verte florecer.
Imagino que mi ausencia será eso esta vez; un florecimiento. Que la acogerás desde el amor que siento por ti esta vez, y no desde el dolor y la rabia, como la última. Envidio a quién vaya a conocer esa parte tuya, a quien vayas a mirar como me miras a mí, a quien vayas a amar como me amaste a mí.
En mi florecimiento, quiero aprender a preguntar antes de suponer con mi reticente análisis cuando no tengo las respuestas que necesito, es lo que le prometo al fantasma de tu ausencia. Que escucharé y me guardaré para mí las respuestas inconclusas de mi mente, si a la otra persona le cuesta dármelas. Pero también te prometo que aprenderé a ser capaz de explicar que soy PAS y que eso significa que mi cabeza necesita comprender lo que ocurre para poder verlo desde el alma. Espero que puedas desearme también que mire a los siguientes ojos con todo ese amor madurado, sobre todo el propio, y que sepas que fue gracias a entender tu dolor hacia mí que pude dar ese paso.
Gracias por enseñarme lo que otros no supieron, gracias por hablarme sin miedo, desde el corazón esta vez.