jueves, 31 de agosto de 2023

Corazón dentado.

Va a doler un tiempo aquí dentro, en el enmarañado latido que has dejado. Una larga temporada de volver roca lo que has hecho fuego.

No sé cómo empezar a sacarte, no sé cómo dejarte ir. Pero hay cosas más importantes que los sentimientos, eso es lo que me gustaría decirte.

Echo de menos quien fuiste al principio, esa luz tan cálida, tan atenta, que parecía irradiar en mi presencia y no querer dejarme ir. Pero siempre sentiré que, de alguna manera, debí apagarla, porque su intensidad decreció poco a poco y en menos de un mes, pasamos de no vivir sin el otro a tener que pedirte los buenos días.

Se me sigue haciendo raro. Seguiré pensando que mi corazón sabía que te esperaba, por eso sigue sin tener dudas de lo que siente. De que eres tú y vas a serlo mucho, mucho más tiempo. 

Pero esta vez... esta vez mi cabeza no ha abandonado el barco. Se empeña en reafirmarse; le quita el mando al corazón. 

Me dice que no leerás esta entrada, así como casi ni leíste las otras. Me dice que, en las desavenencias volverás a irte, sin avisar, y me dejarás sola en un mar de ansiedad y nauseas, me darás otra ración de ghosting y pocas ganas de querer arreglar las cosas.  Me dice que yo no iba a pasar jamás de esa primera fase en la que nos conocimos, que siempre iba a tener ganas de verte, de hablar contigo, de enseñarte mi interior, pero que las tuyas habrían continuado menguando y generándome ese debate entre querer regalarte la luna o adaptarme a esa nueva etapa más relajada, de "pareja de mucho años", que tanto me hubiese gustado que tardase, al menos, un año en llegar y no solo unas semanas; hubiese dado todo mi ser por no salir nunca de nuestras dos primeras semanas.

Supongo que no estaba preparada para relajarme. Que tengo todo este amor guardado y necesito un disparo del mismo calibre para que mi corazón pierda los dientes. 

Y tú ya lo habías disparado... ¿por qué has dejado de hacerlo?

domingo, 20 de agosto de 2023

Lo que tú eres.

Si te tienes que ir, si es lo que decides en tu fuero interno, no creas que vas a hacerlo por completo. 
Vas a hospedarte aquí, en este quemazón que mutará con el tiempo y te recordará como mucho más que un breve amor de verano.

Porque tú no eres eso, tú eres muchas más cosas...

Eres un hogar. cuando tus labios rozan mi frente y tus manos aprietan con fuerza mi piel, como si temiesen por un  momento que fuese a escurrirme y no volver, como si no supieses que, desde que te conozco, no hay otro lugar al que haya querido ir.

Eres un amigo, al que puedo sorprender con alguno de mis chistes malos, el que observa, perplejo, cómo me descoloca y anima con un humor ácido y serio. Como si no acabases de creerte que hablamos el mismo idioma.

Eres un escucha, quien se ha adentrado muy rápido en medio de mis anhelos, de mis sueños, de mis inquietudes, pero también de mi oscuridad. Como si no temieses que nuestros demonios se encuentren y bailen.

Eres un maestro, quien me ha enseñado sus manías, sus pautas, su manera de ser y de tratar. Quien me ha instruido en la paciencia, en la belleza de un momento tan simple y complejo, como puede ser cocinar. Como si el tiempo fuese infinito y pudieses emplearlo todo conmigo.

Eres un amante, cuando nos unimos y formamos uno sólo, cuando nuestros cuerpos se acompasan entre risas y el tiempo pasa en un suspiro. También cuando apoyo la cabeza contra tu pecho y puedo oír tu corazón, a veces nervioso, a veces sosegado, pero siempre puro, como un cálido fuego en una noche de invierno.

Eres una caja de sorpresas, cuando me cuentas con fervor tus historias, cuando me hablas de tus gustos, de tus pasiones, tus inquietudes y deseos. Como si no tuvieses miedo a mostrarte ante mí tal cual eres.

Eres un alma gemela, cuando ahondamos en el otro y seguimos descubriendo todas aquellas cosas que nos unen, que nos diferencian del resto... También un opuesto, cuando actuamos de maneras tan distintas a las mismas adversidades. Como si realmente existiesen esas antiguas leyendas y acabásemos de encontrar el final del hilo.

Eres un enigma, cuando se dan nuevas situaciones y no te entiendo, y temo. Cuando lo asentando muta y me atraganto en una espiral, sin saber qué hay del otro lado, si un abismo o unos brazos que van a recogerme si me esfuerzo para cruzar y descubrirlo. Como si, por un momento, fueses una persona distinta.

Eres una buena persona, lo sé por cómo hablas de la vida, de lo que te hace feliz. De tu pasado y tus emociones, de tu familia, de tus gatos... Como si tu alma estuviese siempre presente para perpetuar los valores que tan bien te definen.

Y es que eres eso, un alma en un mar de cadáveres. Una oscuridad con luz propia. 

Y yo... yo siento que me quedo en la puerta, con unas garras aferrándome los tobillos y un ramo de flores mustias entre las manos, añorando el poder seguir compartiendo lo que muestras, descubriendo lo que ocultas, lo bueno, lo malo...

sábado, 19 de agosto de 2023

El problema.

Creo que es cuestión de necesidades, de biorritmos.

Puede que el problema resida en que los hay que asientan con un pacto y también los hay para quienes un pacto es solo un inicio, un punto de comienzo sobre el que construir y no sobre el que confiarse.

No creo que el problema sea los niveles de intensidad, no cuando se ha empezado desde el mismo punto de partida. Creo que pueda subyacer, más bien, en las costumbres.

Yo no imploro al Demiurgo, no para esto. Y voy a desear hacerlo cada día que pase en esta nueva dirección, pero no lo haré porque sé que la esencia reside en la reciprocidad y no en desvivirse, eso sería insano.

Los gestos nacen de la complicidad, la complicidad se crea. Tal vez, en la rapidez se haya creado una falsa sensación de la misma, en la que uno siente asentamiento y el otro desconfianza.

Yo lo veo como una montaña rusa. Una explosión intensa que no se ha mantenido en el tiempo.

Igual es que yo soy muy exigente, o igual es que he tomado por costumbre el inicio y ahora temo al ver carencias. Temo, porque no confío, porque no conozco y porque siento que el decrecimiento de la explosión debería haber sido más tardío.

Temo porque no puedo confiar en la inconstancia, cuando todavía no conozco lo que reside en el interior. Porque me duele sentir que ha sido suficiente con "tenerme", cuando para mí era el inicio de la construcción y no el asentamiento absoluto de la confianza.

Porque todo esto son mis sentimientos, mis sensaciones y quemazones, pero desconozco los procesos subconscientes que acontecen del otro lado, y no comprender da espacio a la imaginación.

Creo que toca relajarme, porque veo que me adentro en un camino que me lleva a la perdición y no quiero cruzarlo, no si siento que lo voy a cruzar sola, como siento que lo he cruzado estos días.

Sé que estoy preparada, ese no va a ser el problema. El problema siempre va a ser que mis sentimientos florecen en la confianza y la constancia, ya no se fían solo de las palabras.

viernes, 18 de agosto de 2023

Querido mendigo.

Te echo de menos cada vez que transito sola el laberinto. Tu ausencia es pisar la nieve desnuda; cala los huesos.

Entenderte es simple y complejo a la vez. 

Cuando ensalzo tus sentimientos, puedo abrazarte en la distancia, puedo ver nuestra promesa pasar lentamente y esperarte en el vaivén del tiempo, sin prisa, dándote el espacio que necesitas.

Cuando ensalzo mis sentimientos, mis muros mentales me aplastan sobre un quebradizo suelo de cristal. Y yo trato de que no se rompa, pero su superficie es tan frágil y quebradiza que apenas el ruido hueco de uno de mis latidos descompasados lo rompen.

Te echo de menos cuando quiero enrevesar mis palabras y que estas encuentren el temple de un adversario que les vaya a oponer resistencia, que vaya a enrevesarse con ellas hasta crear una espiral de complicidad e insultos.

También cuando mis sentimientos me hacen implosionar y nadie escarba hasta encontrar la raíz. A veces, mis conversaciones caen en saco roto y me hacen pensar que no soy una persona fácil de tratar cuando aparece mi esencia. Luego recuerdo tus ávidas palabras acompañando a las mías y siento que no hay problema en la profundidad de mi alma, solo pocas personas que, como tú, puedan conversar con ella.

Te echo de menos cada vez que pienso en algo que me apetece hacer y dejar de hacer por hablar. Que pienso en que prácticamente nadie es capaz de hacerme reír y llorar en una misma frecuencia, y recogerme con calidez en ambos afluentes. Que pocas son las personas con las que vaya a dejar de ocupar mi tiempo en lo que, ocasionalmente, se me antojan como banalidades y cambiarlo todo por una noche infinita para conversar.

Y cuando pienso en ti no solo me pregunto cómo estarás, también si alguien es tan familiar como yo, si has dejado de pensar en todas esas inquietudes que nos mantenían despiertos hasta el alba y para las que nunca había suficiente tiempo de abordar. Me pregunto si tendrás momentos de felicidad plenos, como yo los tengo, y si te sentirás igual de culpable al no poder venir luego a contármelos.

Te echo de menos, mi querido mendigo. No todos los días, pero sí aquellos en que sale esa parte que tú tan bien conoces. Esa que siempre te busca.

Carta.

Esta carta va a ti, a quien quiero dejar entrar pero, a veces, no puedo.

Tal vez te suene algo extraño, pero parte de mi ser vive en el laberinto. A veces, me aterra la idea de ser feliz.

Puedo ubicar el momento exacto en que esto sucedió; fue en su fallecimiento. Este es el primer evento canónico que yo recuerdo, no creo que te sorprenda si te confieso que acabó de romper mi infancia, la cual, en realidad, ya estaba medio rota por el abuso de otras personas. 

Su partida rompió nuestro convencional esquema familiar e hizo que me criase en un ambiente tan variable que a veces era hostil, a veces vacío, a veces trataba de ser feliz, otras triste... El caos fue parte de mi vida desde que tenía doce años e hizo que la realidad entrase en conflicto con los castillos mentales que yo misma me construía.

Crecí en la añoranza de un amor que podía cambiar el mundo, del que me nutría en todo contenido que visualizaba o leía, pero que nunca encontraba, ni en la familia, ni en las amistades, ni en los idilios...

Proyectaba mis ideales y me alejaba cuando la realidad demostraba que mis fantasías no existían. Yo era incapaz de entender que había otras complejidades en el resto de las personas, a parte de las que sucedían en mi mente, por eso me repetía una y otra vez que las personas duelen y huía antes de que me rasgasen en lo más profundo.

Me reforzaba en la soledad de manera constante y, cuando construía un vínculo, yo misma lo saboteaba para perderlo. Me deleitaba en el dolor de la ausencia, que yo misma provocaba, porque de esa manera había crecido; de esa manera me sentía viva.

El tiempo me adentraba en el laberinto, cada vez a mayor profundidad. Hasta que me sentí tan sola que, muchas veces, me sentía incapaz de querer abandonar ese sentimiento. 

Cuando conseguía abrir mi corazón a alguien, conseguía enterrar este sentimiento, pero solo por esa persona, lo que construía un ambiente cerrado en el que mi felicidad era simple, con un solo vínculo al que me dedicaba en cuerpo y alma, perdiendo mi esencia y proyectando unos ideales que acababan por romperse. Mi incapacidad para expresar sentimientos profundos, de tratarlos sin opacarlos en mi interior, me llevaba a sentirme vacía, volcada en una relación en la que yo no existía y, cuando lo hacía, mis necesidades habían estado tan ocultas que era tarde sacarlas a flote.

El siguiente evento canónico que quiero que conozcas fue mi florecimiento. El año pasado conseguí ver la luz en el laberinto; volví a dejar entrar a mi interior a personas nuevas, en un ambiente más amplio.

La cara negativa de esa historia es que a la naturaleza de mi ser, criada en la soledad, nunca le ha gustado. A veces, añoro la tristeza, tanto como para querer que me acompañe el resto de mi vida, forzándome a abandonar vínculos para hacerme daño y retroalimentarme.

Esta parte de mí es muy complicada de explicar y también de acallar cuando resurge, porque, por extraño que suene, no quiero que se vaya; nunca lo he querido.

Cuando la he ocultado en una felicidad simplista, he acabado por ser infeliz. Es una parte que no comprendo del todo, es una parte que me hace sentir viva y que no puedo dejar ir. Hasta hace bien poco, solo una persona ha transitado en ella, pero esa persona ha decidido marcharse por un tiempo y ahora la transito sola.

El problema de todo ello es que, a veces, voy a necesitar que la transites conmigo. Que leas mis escritos, que te intereses por esta naturaleza oscura y quieras conocerla sin temerla. Yo no puedo ocultarla una vez más, ni quiero sentir que no puedes entenderla o que no vas a esforzarte en ello.

No lo parece, pero es mi esencia. 

Si la oculto esta vez, si finjo que no tengo un interior extraño y oscuro que moldea mis entrañas solo por miedo a que eso te aleje, me alejaré de mí misma una vez más y sentiré que vuelvo a fallarme. Tiene que estar, junto con el resto de cosas que ya has empezado a conocer, porque, sin él, no hay alma de poeta y mi razón de existir habrá quedado apagada de nuevo.

Tiene que existir junto a alguien que no vaya a verlo como algo demasiado complejo, demasiado intenso o confuso, sino junto a alguien que se vaya a interesar, que vaya a querer hablar hasta llegar a las entrañas y que, aunque no lo entienda, se vaya a esforzar en hacerlo y no en cambiarlo.

Es la parte más oculta de mí, a la que casi nadie tiene acceso. La más profunda, pero también la más importante. No necesita ser constantemente vista, solo ser escuchada por la persona que más necesite que se acerque a mi interior y para eso, tengo que sentir que va a querer hacerlo.

El laberinto.

En aquellos páramos helados, el sol brillaba por su ausencia. El caminante, artilugio y ser, insensato y envalentonado, se adentraba con la osadía de quien no teme perderse porque ostenta a salir victorioso.

El laberinto no es un lugar con salidas, al menos, no con lo que se entiende por ellas, mucho menos con una sola manera de cruzarlo. Quienes se adentran en sus angostos caminos, son conocedores del riesgo de perderse, tanto física, como metafísicamente.

Es un lugar inhóspito que a pocos abre sus verdaderos pasajes. Sus residentes más fehacientes transitan, de manera poco ortodoxa, lo que en el mundo material se denomina como locura por aquellos, llamémosles "obtusos".

Los obtusos se ofuscan en catalogar de etiquetas todo lo que les rodea. No atienden a razones, más que a las que la propia lógica ha dejado impuesta. Salirse de los dogmas establecidos por la razón no es más que una manera de transitar pasajes oscuros, al menos, así es como lo catalogan sus más fieles seguidores.

Algunos obtusos, denominados entre ellos mismos como aventajados, han rozado la superficie del laberinto. Han vuelto de entre sus rincones sin luz para predicar "la verdad", para arrojar la luz que le falta al laberinto.

¡Pobres! Desconocen que la verdad es abstracta, ambigua y poco lineal, desconocen que el laberinto no lo habitan los dementes, sino quienes han rasgado las entrañas de su ser y han preferido no volver al circo que deambulan ellos mismos; los obtusos.

Las construcciones inverosímiles, traídas desde los rincones más oscuros del laberinto, quedan encerradas entre paredes blancas y acolchadas. Acalladas con sogas y emancipadas con drogas. La realidad mental es un plano que la cofradía de obtusos se niega a conocer, oculta su existencia y acalla por completo.

Por eso, los caminantes más aventajados escogen sus palabras y adquieren sus propias reglas, ocultas para los obtusos, claro, porque su programación, la de éstos últimos, les impediría poder ver más allá del muro; desconocen cómo escalarlo, más aun, qué hay detrás de la piedra.

Sólo hablan aquellos caminantes incapaces de sobrellevar el circo, una vez han mirado la cara oculta del laberinto. Asumen su rol en una sociedad de cautos, que no se dejarían guiar por algo fuera de lo que sus sentidos les muestra. Pero está fuera de la jurisdicción de un caminante compadecer a otro caminante, mucho menos a aquel que han encerrado por habitar el laberinto,  todo lo contrario, es más probable que le mire sin recelo; sabe que ha alcanzado un estatus quo en la inconformidad y ha dejado su cuerpo al devenir del mundo material, al mínimo esfuerzo, para entregarse en plenitud al laberinto.

Vivir entre dos mundos es complejo, también moverse entre distintas realidades y personas con naturalezas laberínticas en desigualdad. Está en la naturaleza del caminante experimentado conocerlo, también conocer que, conforme avance en el laberinto, se encontrará en una infelicidad dulce de la que será presa.

No está en su poder cambiar lo que el laberinto ha hecho de su naturaleza. Tampoco poder hacer que personas que no están en los mismos pasajes del laberinto puedan llegar a comprender lo que sus ojos ven cuando miran las enredaderas. La profundidad en el laberinto te hace pasar de víctima a verdugo para, finalmente, alcanzar la comprensión.

Se puede comprender la tristeza intrínseca en un habitante de capas profundas del laberinto, pese a no tener su visión, solo que es realmente complejo cuadrar con el vacío de esa persona; que ella cuadre con el tuyo.

Ante la desventajada situación de dos habitantes del laberinto que se encuentran y no pueden verse ¿qué se recomienda?

En algunos casos, lo más sensato es la huida. Adentrarse en dominios ajenos es peligroso, puede uno perderse en un jardín que siquiera va a comprender y, peor aun, quedar atrapado en el bucle del intento. 

Para quienes son capaces de entrar sin estancarse, es recomendable tratar de entender y profundizar; la compañía es más leve si alguien comparte y entiende nuestros más profundos terrores ocultos.

¿Qué hacer en caso contrario? Me refiero... ¿si quien sentimos que es incapaz de comprender e implicarse en el laberinto es el otro? ¿Si tratamos de explicarlo pero no funciona?

Demasiado compleja.

Yo sé que muero entre palabras; las que a mí me ahogan, las que el resto no dicen, las que separan como muros de ausencia.

Me recreo entre una dimensión de significados, de retazos mentales poco accesibles, de la verdadera complejidad de las conexiones y siento que nadie lo percibe. Nadie entra en la profundidad del alma, a nadie le interesa andar por el laberinto.

Pero el laberinto es precioso, es el entendimiento de la mente, es la dimensión más profunda del ser; es el hogar del alma. Cuando llego a su corazón, al alma del poeta, me veo tan sola como de costumbre, y las falsas ilusiones que había creado hasta el momento se derrumban como castillos de naipes.

Estoy sola en la profundidad de la esencia porque, a veces, el fluir de las palabras me resulta banal y yo necesito más. Yo necesito el núcleo del ser, necesito el alma del poeta, pero soy consciente de que nadie me va a acompañar hasta el abismo, que éste sólo es percibido como intensidad.

Cuando me despojo de ello, de las compañías, cuando bailo sola hasta el centro, me siento plena. Me veo en todas mis versiones y me quiero por ello, por lo que realmente soy, por el tormento del naufrago cuando sabe que va a morir y decide aceptarlo.

A veces olvido que puedo tocar el zenit del ser, que puedo rozar la infinitud de mi esencia y que, en ese camino, nunca me ha acompañado nadie.

He llegado al Ágora, me he reunido con mi entendimiento. El augurio del dolor, del tedio, de la añoranza... no me aterra. Me aterra más verme sola en una muchedumbre de rostros que no entienden la simpleza de mi esencia, que ven complejidad en la necesidad de rozar almas a través del lenguaje.

¿Qué me queda, Viajero? Solo el camino, ¿no es cierto?

Dime, Viajero, si es ese camino solitario el que me aguarda, si debo tomarlo y abandonarme a mi ser, porque esa es la razón de mi existencia. Si debo olvidar las fantasías alimentadas en el solsticio de verano y recordar qué soy, qué merezco ser.

Ya no me queda tiempo, Viajero, no quiero invertirlo en una felicidad que no me pertenece. Yo no nací para eso. ¿Debo escucharte susurrar? ¿Debo decirles que soy demasiado compleja? ¿Debo escurrirme en una realidad que yo no comparto para llegar a mi plenitud?

Planta estalactitas allá donde reside la esencia, no dejes que acceda quien sólo contemple la realidad material, lo carnal, lo banal. Reserva el alma del poeta.

viernes, 11 de agosto de 2023

Rechazo.

Implosiono y no me gestiono. Mi parte sentimental vuelve a arrasarme las entrañas.

En tu voz, oigo desilusión, y en sus palabras. También la noto en mí, en las creencias, expectativas, dogmas y estructuras de mi mente.

Convexo. ¿Te dice algo? A mí me dice que el interior está lleno de pensamientos que no aparecen en los bordes.

Arrasa. Todo arrasa. Y la ansiedad social gana.

Le miro de frente, abrazo su dolor, pero esta noche ella gana porque, de nuevo, no me está dejando ser yo. Y me reconozco, claro que lo hago, pero me gustaría borrar esa parte de mi interior.

La empatía es un arma de doble filo. A mí siempre se me clavan ambos y, a veces, en días como hoy, siento que es mejor salir  perdiendo.

Una palabra, un gesto, una ausencia... y caigo, me descompongo. Vuelvo a ponerme en las botas del mendigo y me ruego a mi misma, sin la limosna de nadie: ¡vamos! ¡avanza! ¡sigue andando!

Pero la ansiedad me carcome muchas veces, y se convertirá en otro día que acabe "no durmiendo".

"Eso no cambia nunca", pero para ti sí cambia. Todo cambia. Mi evolución, vuestra involución... en ese equipo, a veces, ya no quepo yo.

Me arranco la empatía del pecho, quiero de vuelta mi apatía. Estos pinchazos no sirven de nada, si, total, todo acaba. Y cuando de verdad me necesitas, yo no estoy, cuando de verdad te necesito, a ti, a ella, en realidad; no estáis.

Loca, rallada, exagerada, intensa, dramática, sentimental. Tengo muchos adjetivos para mí esta noche y ni uno de ellos va a perdurar mañana... ¿o sí?

Quiero que se vaya el pinchazo y que nada me vaya a saber a cenizas, pero, haga lo que haga, todo se construye ahora en ese sabor.

¿Estoy realmente preparada? Mírame... ¿dónde tiro estos naipes y preparo el cemento?

No quiero enfrentarte, Berni, pero tengo que hacerlo. Si te quedas... si te quedas perdemos el resto.

Llévate contigo este rechazo, vamos a hacer lo correcto.


Insomnio III.

El señor de la terraza se ha venido desde tu jardín, dice que, por las noches, no puedo ser feliz.

Me turba en sueños, me da calor, ocho son demasiadas, dice que me basta con dos.

Cuando creo que me reitero en la Oniria adulterada, es la nictofobia quien me devuelve la mirada.

Pasado, presente y futuro convergen, yo solo transeúnto. 

Las palabras caen como oro líquido en los pliegues de mi mente, pero escribirlas a estas horas nada tiene de deleite.

Podría recrearme en una noche sin fin, pero el brillo del alba despunta; en algún momento voy a tener que dormir.

La púrpura sombra de mis ojos ya me avisa... ¿en qué piensas ahora, Alicia?

Retazo.

Apretó con fuerza sus manos, encaminose al vacío... siempre dijeron que tenía el poder de abrir las puertas del olvido.

Imploró al Demiurgo, deshizo sus pecados, aun así, el tiempo nunca estuvo de su lado.