viernes, 18 de agosto de 2023

Carta.

Esta carta va a ti, a quien quiero dejar entrar pero, a veces, no puedo.

Tal vez te suene algo extraño, pero parte de mi ser vive en el laberinto. A veces, me aterra la idea de ser feliz.

Puedo ubicar el momento exacto en que esto sucedió; fue en su fallecimiento. Este es el primer evento canónico que yo recuerdo, no creo que te sorprenda si te confieso que acabó de romper mi infancia, la cual, en realidad, ya estaba medio rota por el abuso de otras personas. 

Su partida rompió nuestro convencional esquema familiar e hizo que me criase en un ambiente tan variable que a veces era hostil, a veces vacío, a veces trataba de ser feliz, otras triste... El caos fue parte de mi vida desde que tenía doce años e hizo que la realidad entrase en conflicto con los castillos mentales que yo misma me construía.

Crecí en la añoranza de un amor que podía cambiar el mundo, del que me nutría en todo contenido que visualizaba o leía, pero que nunca encontraba, ni en la familia, ni en las amistades, ni en los idilios...

Proyectaba mis ideales y me alejaba cuando la realidad demostraba que mis fantasías no existían. Yo era incapaz de entender que había otras complejidades en el resto de las personas, a parte de las que sucedían en mi mente, por eso me repetía una y otra vez que las personas duelen y huía antes de que me rasgasen en lo más profundo.

Me reforzaba en la soledad de manera constante y, cuando construía un vínculo, yo misma lo saboteaba para perderlo. Me deleitaba en el dolor de la ausencia, que yo misma provocaba, porque de esa manera había crecido; de esa manera me sentía viva.

El tiempo me adentraba en el laberinto, cada vez a mayor profundidad. Hasta que me sentí tan sola que, muchas veces, me sentía incapaz de querer abandonar ese sentimiento. 

Cuando conseguía abrir mi corazón a alguien, conseguía enterrar este sentimiento, pero solo por esa persona, lo que construía un ambiente cerrado en el que mi felicidad era simple, con un solo vínculo al que me dedicaba en cuerpo y alma, perdiendo mi esencia y proyectando unos ideales que acababan por romperse. Mi incapacidad para expresar sentimientos profundos, de tratarlos sin opacarlos en mi interior, me llevaba a sentirme vacía, volcada en una relación en la que yo no existía y, cuando lo hacía, mis necesidades habían estado tan ocultas que era tarde sacarlas a flote.

El siguiente evento canónico que quiero que conozcas fue mi florecimiento. El año pasado conseguí ver la luz en el laberinto; volví a dejar entrar a mi interior a personas nuevas, en un ambiente más amplio.

La cara negativa de esa historia es que a la naturaleza de mi ser, criada en la soledad, nunca le ha gustado. A veces, añoro la tristeza, tanto como para querer que me acompañe el resto de mi vida, forzándome a abandonar vínculos para hacerme daño y retroalimentarme.

Esta parte de mí es muy complicada de explicar y también de acallar cuando resurge, porque, por extraño que suene, no quiero que se vaya; nunca lo he querido.

Cuando la he ocultado en una felicidad simplista, he acabado por ser infeliz. Es una parte que no comprendo del todo, es una parte que me hace sentir viva y que no puedo dejar ir. Hasta hace bien poco, solo una persona ha transitado en ella, pero esa persona ha decidido marcharse por un tiempo y ahora la transito sola.

El problema de todo ello es que, a veces, voy a necesitar que la transites conmigo. Que leas mis escritos, que te intereses por esta naturaleza oscura y quieras conocerla sin temerla. Yo no puedo ocultarla una vez más, ni quiero sentir que no puedes entenderla o que no vas a esforzarte en ello.

No lo parece, pero es mi esencia. 

Si la oculto esta vez, si finjo que no tengo un interior extraño y oscuro que moldea mis entrañas solo por miedo a que eso te aleje, me alejaré de mí misma una vez más y sentiré que vuelvo a fallarme. Tiene que estar, junto con el resto de cosas que ya has empezado a conocer, porque, sin él, no hay alma de poeta y mi razón de existir habrá quedado apagada de nuevo.

Tiene que existir junto a alguien que no vaya a verlo como algo demasiado complejo, demasiado intenso o confuso, sino junto a alguien que se vaya a interesar, que vaya a querer hablar hasta llegar a las entrañas y que, aunque no lo entienda, se vaya a esforzar en hacerlo y no en cambiarlo.

Es la parte más oculta de mí, a la que casi nadie tiene acceso. La más profunda, pero también la más importante. No necesita ser constantemente vista, solo ser escuchada por la persona que más necesite que se acerque a mi interior y para eso, tengo que sentir que va a querer hacerlo.

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