viernes, 18 de agosto de 2023

Demasiado compleja.

Yo sé que muero entre palabras; las que a mí me ahogan, las que el resto no dicen, las que separan como muros de ausencia.

Me recreo entre una dimensión de significados, de retazos mentales poco accesibles, de la verdadera complejidad de las conexiones y siento que nadie lo percibe. Nadie entra en la profundidad del alma, a nadie le interesa andar por el laberinto.

Pero el laberinto es precioso, es el entendimiento de la mente, es la dimensión más profunda del ser; es el hogar del alma. Cuando llego a su corazón, al alma del poeta, me veo tan sola como de costumbre, y las falsas ilusiones que había creado hasta el momento se derrumban como castillos de naipes.

Estoy sola en la profundidad de la esencia porque, a veces, el fluir de las palabras me resulta banal y yo necesito más. Yo necesito el núcleo del ser, necesito el alma del poeta, pero soy consciente de que nadie me va a acompañar hasta el abismo, que éste sólo es percibido como intensidad.

Cuando me despojo de ello, de las compañías, cuando bailo sola hasta el centro, me siento plena. Me veo en todas mis versiones y me quiero por ello, por lo que realmente soy, por el tormento del naufrago cuando sabe que va a morir y decide aceptarlo.

A veces olvido que puedo tocar el zenit del ser, que puedo rozar la infinitud de mi esencia y que, en ese camino, nunca me ha acompañado nadie.

He llegado al Ágora, me he reunido con mi entendimiento. El augurio del dolor, del tedio, de la añoranza... no me aterra. Me aterra más verme sola en una muchedumbre de rostros que no entienden la simpleza de mi esencia, que ven complejidad en la necesidad de rozar almas a través del lenguaje.

¿Qué me queda, Viajero? Solo el camino, ¿no es cierto?

Dime, Viajero, si es ese camino solitario el que me aguarda, si debo tomarlo y abandonarme a mi ser, porque esa es la razón de mi existencia. Si debo olvidar las fantasías alimentadas en el solsticio de verano y recordar qué soy, qué merezco ser.

Ya no me queda tiempo, Viajero, no quiero invertirlo en una felicidad que no me pertenece. Yo no nací para eso. ¿Debo escucharte susurrar? ¿Debo decirles que soy demasiado compleja? ¿Debo escurrirme en una realidad que yo no comparto para llegar a mi plenitud?

Planta estalactitas allá donde reside la esencia, no dejes que acceda quien sólo contemple la realidad material, lo carnal, lo banal. Reserva el alma del poeta.

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