Dicen que los gatos son los guardianes de las almas.
Tal vez, haya sido eso. Ella ha visto todas las veces que me he derrumbado en tu ausencia, mis lágrimas siempre han desbordado en estas cuadro paredes. Llevan más de un año haciéndolo.
No puedo cerrar los ojos a lo que ha pasado; no puedo cerrar los ojos a que ella ya no te acepte.
En tu ausencia, todo ha vuelto a la normalidad. Ha vuelto este vacío reticente, esta tristeza cansada en mi lucha por ser alguien más especial, por dejar de ser este personaje secundario de mierda del que todos se aprovechan por no saber poner límites, por este exceso de empatía que me tiene aburrida.
Y la idea de que mi alma está tan hundida que ella ya no lo acepte, ronda mi cabeza y me reconforta, me abre los ojos. No puedo volver a perderme a mí misma; cada vez que me fallo, también les fallo a ellos porque, esta tristeza, la vivimos juntos.
Puede que haya extinguido mi amor propio por mantenerme a la espera constante de que me vieses, de que me valorases como necesitaba, pero el amor a ellos es inextinguible; ellos deciden quién es bien recibido aquí.
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