Tengo miedo.
Tengo miedo porque me siento mayor y las expectativas de vida se rompen sobre mi cabeza y caen en pedazos, esparciendo sueños rotos alrededor de mis pies.
Trato de pasar de puntillas, de no pisarlos, pero el crujido bajo mis suelas delata cada una de mis derrotas; todos los ensueños que debo dejar atrás.
Ahora debo ser realista, a expensas de poder construir un puente sólido, que no se derrumbe por la inmadurez, ni por esta inmediatez en la elección de más ladrillos quebrados; que el augurio de otras aguas mortíferas quede, esta vez, bien lejos de esta construcción.
Tengo miedo.
Me pregunto si mi valor es tan efímero como ahora lo siento. Si todas las almas llevan estos matices oscuros y van a desvanecerse entre mis cansados dedos, que están agarrotados, doloridos de aferrar promesas vacías que se pierden en el aire. De aferrar a la nada.
Pero la culpa es mía por estar para quien nunca está. Por aferrarme a manos de fantasmas.
Tengo miedo.
Porque, ahora, siento haber desperdiciado mi vida en un segundo plano, ofreciendo mis sueños para que otros los viviesen. Y, ahora, puedo ver que he allanado sus caminos a costa de llenar el mío de piedras. Que he estado sola.
Tengo miedo.
Porque ese es mi problema. Porque no sé discernir, no sé dónde acaba la bondad y empieza la sensatez. Y ahora me veo desnuda, despojada de todo a la fuerza por este despertar tan abrupto que me ha dejado tiritando en un bosque oscuro.
Ahora, ando a ciegas. Buscando a tientas un rayo de luz que me reconduzca a mi verdadero legado. No sé si me espera esa mano que llevo toda una vida esperando, ese acompañante que construya un camino conmigo, con el mismo esfuerzo que yo.
No sé si me espera el vaho de la gélida soledad perpetuada en este miedo a volver a equivocarme y quebrarme los huesos.
Tengo miedo.
Tengo miedo.
Tengo miedo y tengo que romper estas cadenas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario