El fantasma del miedo se pega a mi sombra y borra mis huellas. Aferra las entrañas y las retuerce en su deleite.
Me deja sola, desvaída, sin saber cómo recomponer estos pedazos que se han hundido en el fango, sin saber cómo aferrar una sonrisa con estas manos manchadas de lodo.
Los lamentos, enterrados, se perdieron en la soledad de todas esas víctimas que se fueron, sin nadie a quien entregarlos. Ahora, sin que ellas lo sepan, los anido en mi interior, porque los oigo, aunque no haya podido escucharlos.
Mi cuerpo es plomizo, ha caído en esta riada. Me pregunto cuánto más le queda de flotar en esta vida quebrada.
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