sábado, 29 de junio de 2024

El precipicio.

 Va de eso, ¿no?

De que todos tenemos un rol en la vida, seamos o no conscientes de ello; queramos creerlo o no.

Paso largas horas conmigo misma pensando sobre esto... sobre mi rol en la historia. Y me encuentro con que pasan los años y no llego a armarme esa mente con la que siempre he soñado.

Pasan los años, y la influencia social se apodera de mí, me hace cómplice de esa otra persona más carnal que quiero ser. Pero esa otra yo no es con quien siempre he soñado, no al menos en toda su magnitud.

Mi verdadera yo reside en la esencia que voy construyendo y, a veces, parece mirarme con desprecio desde el otro lado del precipicio, esperando a que salte y consuma las frustraciones presentes; busca mi renacer.

Encuentro pocas personas que se miren desde el precipicio. Muchas porque no se han encontrado a sí mismas, no tienen ese autoconocimiento para poder pasar al siguiente nivel en su evolución personal. Otras, sí lo tienen, al menos en parte, pero no quieren exponerse a ello; no quieren admitir que se encuentran en el otro lado ni que existe un salto de fe intermedio... eso es porque la tristeza les asola a cada mirada de esos profundos ojos y prefieren evitar esa despectiva mirada; no enfrentarse a ella.

Entonces, viven, como yo, sin encontrar a nadie y con miedo a saltar.

¿Por qué nos aferramos tanto a esta vida, a estas construcciones? ¿por qué no saltamos, recordando que el tiempo es finito y se nos escapa entre los dedos?

Es el miedo, la incomodidad de salir de esas construcciones que nos atan; nos aterra imaginarnos al otro lado del precipicio y no ser capaces de superar el salto.


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