El hombre del tiempo vive atrapado en los recuerdos. Acude a ellos de manera sistemática, entre sus fragmentos de desidia, comido por la gravedad del mundo cotidiano, que lo absorbe en una urbe a la que, por desgracia, debe pertenecer.
Se deleita imaginando un mundo abstracto, utópico, en el que esas encarcelaciones humanas no pueden rozar su piel ni consumir sus entrañas. Se plantea el sentido de la existencia, mientras pasa otro período ausente, divagando en un mar de anhelos, con su bote y todas esas llaves que usa para abrir puertas al pasado.
Y es que el hombre del tiempo habita el pasado. Lo hace mientras las luces de los tugurios inciden en sus ojos, paulatinamente, cada noche que sale a pasear y se pierde entre los andamios carcomidos que han visto el paso de su existencia. Se siente insignificante cada vez que los contempla, maravillado por lo ínfimo que puede resultar su ser ante los escombros en que se han convertido las construcciones; bellas y distantes.
Lo habita también cuando las luces pasan rápidas ante sus pupilas, sentado en uno de los asientos de otro vagón, mientras la música hace de amolde mental a sus ideas, que no hacen más que reportarle lejos de la realidad que le ha tocado habitar.
Él ama, con absoluta intensidad, solo que teme perderse en los laberínticos pasajes de aquello que no puede controlar. Teme porque su inteligencia es incapaz de desmembrar la cuantía humana de las formas del subconsciente, y termina por alejarlas de sí mismo, obtuso, convenciéndose de que no pertenece a esos lugares que solo le traen quebraderos.
Si pudiese llevarle a un mundo carente de esas realizaciones humanas a las que se vuelca con fervor, creo que sería incapaz de darme el significado real que yo veo en la existencia. Tal vez eso sea lo que más nos aleje; el muro que se crea cuando transitamos nuestro propio significado de la realidad y no somos capaces de reconocer la visión del otro en ella.
¿Será el hombre del tiempo capaz de abrirme un espacio a la intimidad cuando la lógica le abstrae?
¿Seré yo capaz de dejar habitar mi mundo a alguien cuando siento que no percibe el sutil matiz del raciocino desde la inmensidad del subconsciente?
El hombre del tiempo y yo tenemos una cápsula de amor desde que nos conocimos. Acudimos a ella cada vez que la presencia del otro se ha desmaterializado.
Yo lo sé porque lo he visto en sus ojos cada vez que me lo he encontrado fugazmente, en un inciso de nuestra distancia, también por el brillo que tienen cuando me miran, donde reside el amor y el temor.
Él lo sabe porque he dejado de alejarle de mí y ahora dejo que toque mi piel, aún cuando tengo miedo de que nuestro amor se consuma y se rompa esa cápsula.
Porque, si se rompe.. tal vez yo pasaría a formar parte de una de sus puertas y él se perdería en mis vacíos mentales hasta dejar de existir.
Tal vez…
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