La vida nos tumbó a los tres. A ti, a mamá y a mí, y cada uno construyó su propio mundo para soportar ese quiebre. Vivimos muchos años sin ver lo que realmente éramos, construyendo un rol que debíamos desempeñar en la brecha que había roto nuestro hogar.
Pero nunca nos separó. Crecimos juntos viendo, poco a poco, las cicatrices que enmascarábamos, fingiendo que no las veíamos, sin permitirnos salir de nuestro rol.
Hace unos años, eso cambió.
Hace unos años, dejaste de ser esa figura impasible que se alzaba al frente de tu familia rota y fuiste tú. Conocí a mi hermano y, por primera vez, se rompió la idealización de tu figura. Conocí aquello que no me gustaba de ti, sin dejar de admirarte, sin mover ni ápice el hecho de que eres mi persona favorita.
Hoy te casas y quería que lo supieses aunque, tal vez, lo que deba compartir contigo no sea todo esto, tal vez, en el día de tu boda, deba contarte que tengo dos referentes del amor.
Uno es la imagen de papá diciéndole a mamá que era la mujer de su vida, meses antes de irse de este mundo.
Otro sois Carlos y tú, creciendo juntos, tan diferentes y en una simbiosis tan bonita.
Os he visto discutir y amaros a partes iguales tantas veces que sería incapaz de contarlas. Os he visto tropezar con mil piedras y no rendiros nunca. Os he visto adaptaros el uno al otro, aunque siempre hayáis sido agua y aceite, y, al veros, yo no puedo dejar de creer en el amor, porque me resultaría absurdo no hacerlo viendo que, pese a todas las tormentas, vosotros no dejáis de construir juntos.
Me siento afortunada de estar aquí, de veros dar otro paso, de tener a este cuñado y a este hermano a mi lado siempre, pase lo que pase, y bien es cierto que no imagino una vida sin vosotros.
No sé qué se debe decir en una boda, pero yo necesito daros las gracias y deciros lo orgullosa que me siento de ser vuestra familia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario