Qué bella la transaccionalidad de las emociones y qué absurdo que, a veces, duren tan poco en nuestro estado de ánimo.
Lo bonito de esta etapa es poder contemplarlas, desde los bloqueos hasta cada uno de los matices que se me presenten.
Me siento muy bien y no sé cómo explicarlo, como si siguiese despertando de un largo letargo.
La eternidad que una vez creí que sería la tristeza, se torna, en mi madurez, en otro de los cristales sucios del alma. Uno de esos que la contemplación limpia a través del propio cuerpo.
No sé, ya no creo lo que predijo esa bella mujer, igual solo haya sido algo con lo que mantener mi mente ocupada, y romper el hielo.
O, tal vez, otra transición hacia un estado algo más hermético.
Tengo claro que, en mi interior, hay una luz cálida por esta experiencia.
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