El cielo llora.
Siento que limpia el fantasma de mis ausencias, así como arrastra el desazón que he estado dejando ir, y acaricia mi alma para que pueda observar desde un lugar puro.
Es una lluvia ligera, como el dolor que todavía oprime mi pecho, una lluvia que vaticina un sol temprano, de rayos no tan cálidos, todavía, pero sí presentes.
De esta lluvia, crecerán mis plantas, también la complejidad de mi psique, diluyendo el origen de mis anhelos infantiles; dejando sitio a un nuevo estado vigoroso, desde el que poder contemplar la realidad una vez haya dejado de estar empañada.
Me encanta la lluvia, cuando puedo observarla desde la perspectiva de mi corazón. No es algo extraño, va implícito en el alma del poeta, y me agrada pensar en todas las personas que contemplarán esta lluvia de una manera nostálgica y revitalizadora, al igual que yo lo hago ahora.
Su sonido, su olor, su despertar. Me encanta la lluvia, ¿lo he dicho ya?
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