Pienso muchos días en esas cuestiones. Pienso en esas almas, que trascienden la basta humanidad que les ha tratado como si sus vidas no fuesen importantes… como carnaza.
Pienso en sus ojos, vidriosos, contemplando la vida a través de las rejas de los cubículos en los que tienen que permanecer, y lloro de impotencia ante la tristeza de esas almas que anhelan la luz del sol, que anhelan la libertad de poder vivir y morir en su propio ciclo y no en el de la codicia humana, donde muchas veces, la carne se deshecha… muertes que ni siquiera han servido para dar vida.
El corazón se encoge en un puño, y me obligo a no pensar en ellos, ¿de qué otro modo podría seguir habitando mi humanidad a sabiendas de lo que hace mi raza?
No, no podría.
Me obligo a tener pétreo el corazón ante su lucha silenciosa, mientras manifiesto la mía en su nombre.
Que ¿por qué soy vegana?…
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