lunes, 19 de noviembre de 2012

Bucle infinito de dudas.

No tenía claro lo que podía llegar a sentir por mí, a veces me hacía acariciar el cielo con una simple palabra acompañada de una sonrisa pícara, esa que formaba surcos en la piel que se encontraba en el extremo del labio, esa que tanto me gustaba.. sin embargo, otras veces me hacía sentir como si no importase, como si lo que yo dijese fuese algo aletargado, algo que carece de valor, como si mi presencia fuese relevante e incluso a veces innecesaria o molesta; esas otras veces prefería perderme en la inmensidad del firmamento, y si derramaba lágrimas, que formasen parte de él, como si fuesen un punto más que brilla, aunque no contuviesen la misma belleza ni se alzasen esplendorosas en lo más alto. Era cómplice de su manera de andar, no podía evitar mirar el camino que tomaba cuando nos despedíamos, a veces me sorprendía imaginando que cada huella que dejaba sobre el asfalto era una marca de distancia que tendría que respetar, puesto que en vez de quedarse hablando conmigo prefería desaparecer entre las luces artificiales de la ciudad con paso decidido aunque solitario. En más de una ocasión me había ilusionado el echo de que mientras yo contemplaba su partida, él se giraba para sonreírme, eso hacía que el anterior pensamiento quedase en contraposición, como mayoritariamente todas las acciones que hacía, todas absolutamente todas tenían un pro y un contra. Más de una vez intenté dejarle de hablar para ver si le preocupaba que sin previo aviso mi voz quedase muda ante la complejidad de sus juegos de palabras, pero siempre se quedaba en intento, puesto que en cuanto mi mirada se cruzaba con la suya, tan pura y limpia, y emanaba de él aquella sonrisa… era incapaz de reprimir la mía y me dejaba cautivar por falsas esperanzas que se escondían en el destello envidiable que contenían sus dientes de marfil, y como toda acción, la contra-acción era que cuanto más caso le hacía, menos interés parecía mostrar en mí y una vez más mi mente, desilusionada, caía en la cuenta de que esperanzarse no servía de nada ante la incomprensión de aquel ser que tan perfecto se proyectaba en mi globo ocular. Así pues, confieso que desde que le conocí soy víctima de un bucle infinito de preguntas sin respuesta y cada vez más adicta a todo movimiento o palabra que ejecuta su cuerpo o profieren sus labios, que, a diferencia de todo lo que suele pasarme durante el día, tan difícilmente puedo olvidar.

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