lunes, 19 de noviembre de 2012

Me arranqué el vacío que oprimía mi pecho y amortiguaba latidos, descomponiéndolos a un ritmo aletargado y fúnebre, y lo dejé secar para que el miedo se evaporase. Y allí estaba yo, sentada en el alfeizar de una ventana, observando el despejado cielo nocturno; una sola estrella desviaba de vez en cuando la trayectoria entre mi mirada y la luna. Pequeñas nubes se arrastraban lentamente ante la imagen del astro, la poca densidad de las cuales apenas robaba durante unas milésimas de segundo el brillo que este emitía. Suspiré, ojalá las nubes que se dibujaban en mi mente tuviesen esa ligereza, esa semejanza al humo, y se disipasen con rapidez. Sentía el frío recorrer mi cuerpo, estremecerlo, y me encantaba aquel helor en los huesos, me encantaba poder sentir algo que me atormentase e hiciese despertar; pues el sueño me acechaba, con la impertinencia del cansancio pero no del descanso. Cerré los ojos con fuerza, los sonidos de la noche me envolvían y transportaban.. cómo ansiaba el cielo aquella noche. Me sorprendí a mi misma imaginando que me elevaba entre ese vacío que había puesto a secar y que por fin conseguía transformarlo en una esencia mágica que reequilibrase cada tramo de mi mente trayendo consigo la cordura, pero era absurdo mantener si quiera el equilibrio de ese vuelo.. abrí los ojos de nuevo. Suspiré, más que por anhelo, por incomprensión esta vez, no sabía cómo me sentía, el porqué había arrastrado a mi alma a contemplar la luna, no sabía qué esperaba encontrar inscrito sobre su aterciopelada superficie blanca, ¿respuestas tal vez? y si así era.. ¿a qué exactamente?…

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