lunes, 19 de noviembre de 2012

Él.


Acudimos todos a la plaza de siempre, a sentarnos en bancos mientras contábamos pequeñas historias o nos reíamos de cualquier cosa. Aquella noche yo no interactué, permanecía callada, mirándole, mientras él hablaba con el resto de nuestros amigos. El mundo se había callado en mi mente, los sonidos se iban aletargando y apagando poco a poco. Miraba cómo sus labios se movían sin emitir sonido alguno. Me imaginé rozándolos, poniendo los míos allí, justo enfrente de los suyos y poco a poco cerrando sus comisuras junto a las mías. Era extraño, jamás había sentido la necesidad de besar a nadie, jamás había tenido aquel tormentoso deseo que empezaba a oprimirme el pecho vorazmente. Empezó a reír, de aquella manera tan bella y peculiar. Mostró sus dientes; ya podía el marfil envidiar la perfección que irradiaban. Poco a poco carcajadas llegaron a mis tímpanos.. y que armonioso sonido que embriagaba el alma. Se inclinó hacia delante, de esa manera permitía que el foco que había a nuestros pies alumbrase su rostro, fomentando los destellos que emitían sus ojos, los cuales adoptaban un hermoso color entre verde y grisáceo cristalino, quedando aún más matizados con el mechón de pelo rojizo que le caía sobre la frente. Dejó de reír y me miró; el corazón me dio un vuelco. Me dedicó una amplia sonrisa que me supo a un fragmento de cielo, y sin poder evitar sonreír dejé caer mi cabeza sobre su hombro. Su olor invadió suavemente mis fosas nasales y una extraña sensación, la cual me sigue resultando imposible de describir, se instauró en mi interior. Pasó su mano por mi cintura, devolviendo tímidamente el gesto de cariño en un pequeño abrazo, y ahí supe que no necesitaba volar para sentir que pisaba el cielo. Y mientras su imagen seguía diluyéndose en el canal de mis pensamientos, mientras quedaba cada vez más absorta en aquella agradable sensación; vino a mis oídos el susurro de su voz.
-¿En qué piensas?
-En nada..

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