jueves, 28 de diciembre de 2023

Divagaciones: el mundo de las ventiscas.

 Las concepciones, los matices, las idealizaciones. ¿Qué de todo eso importa?

Para mí, somos aire en un mundo de ventiscas. Las hay que son huracanes y las hay que son brisas, atrapadas en medio de esos huracanes. Paradójicamente, son las segundas las que merecen la pena. Las que no te atrapan, solo te acompañan con calidez, como una caricia dulce.

Yo prefiero empeñarme en que mi brisa sea cálida a que sea fuerte. Porque la fuerza repele y la calidez cobija. Que mi ausencia deje una melancolía calurosa o, tal vez, pequeños temblores, pero no un alivio por sentir que la presión ha disminuido.

Creo que todos los artistas padecemos la misma enfermedad. Que todos nos regocijamos en mares de sentimientos que afloran en nuestras obras, como medio de expresión, para que no nos arroyen perpetuamente.

Que todos queremos buscar una vía de escape a nuestras idealizaciones y rompemos las paredes que contienen las ventiscas, las agrietamos para escurrirnos entre ellas y dar cabida a nuestra propia realidad en un mundo limpio, ausente de corrientes que te hagan volver a encauzarte.

No nos importa no entendernos con nadie en esa inmensidad, que la profundidad asuste o agobie, somos quienes somos por la fidelidad de esos valores que arraigamos en nuestro pecho, aunque a veces ardan y asusten.

Supongo que se trata de eso, ¿no? De romper esa realidad en las que nos tocó vivir y reconstruirla, para poder ofrecerla a quienes queremos y que no tengan que andar nunca por nuestro camino de piedras.

Pero divago, claro, porque los sentimientos para mí son algo más importante. El amor, en cualquiera de sus formas, es el sentido de la vida, porque permite esas construcciones. Nos permite ser y vivir.

Por eso no se regala a cualquiera, por eso aflora ante un alma. Por eso, nunca será intenso que diga que, el amor lo es todo, porque vivimos en sus ausencias y presencias, en sus melancolías y esperanzas, en sus ideales y decepciones. Vivimos en él cada día, aunque no nos demos cuenta.

lunes, 25 de diciembre de 2023

Despedida.

Este dolor es un residente. Lleva siéndolo ya mucho tiempo y no quiere irse. Ha estado ahí en nuestros momentos felices, como una sombra, dispuesto a engullirlos conforme pasaban a ser recuerdos.

También estuvo ahí en los tristes. Los mantenía a ralla, me dejó sin lágrimas y con un inmenso vacío al que denominó apatía. Me susurró que no podía estar ya tan triste, porque ya hacía un tiempo que había tocado ese fondo, ya no le quedaba nada más que derramar en él.

Me mantuvo en un limbo extraño, hizo de carril a mi vagoneta. Me hizo oscilar sentimentalmente, como una montaña rusa, para acabar por quedarse, como un fondo de microondas.

Ahora es la culpa la que está conmigo, es mi pasajera en este viaje. 

Ella me susurra al oído que no he sido tan resiliente como me gustaría. Mi cerebro me justifica, me recuerda cada una de esas ausencias sentimentales que tanto hemos hablado, pero a ella le dan igual. No le importa que le grite, que le repita que no puedo ir en contra de este quemazón, de estos sentimientos... ella me dicta que siempre se puede dar más de uno mismo, solo que el ego, a veces, nos lo prohíbe.

"¿Dónde está la línea entre el ego y valorarse?" Le pregunto, dolida, claro.

"Donde uno la ponga", responde, soberbia. A sabiendas que siempre es eso lo que hace que dé más de lo que tengo, más de lo que soy... o lo que la mantiene a mi lado, a lo largo de los años, como una eterna pasajera.

Todavía llevo puesta esta mochila, he sumado estos días a ella. Ojalá pudiese coger ambas, la tuya y la mía, y tirarlas a un río. Ver cómo se hunden, lejos, sin poder volver a tocarnos. Sólo para vernos emprender nuestros caminos libres, sabiendo que el tiempo juntos acababa con ese regalo.

He estrujado tu carta entre mis manos, releído cada una de las palabras y la culpa ha aferrado mi cuello, amoratándolo, dejándome sin respiración. 

Me gustaría poder decirte, una vez más, que veo la plenitud de tu corazón y que sé que va a brillar aunque ahora esté hundido tras un andamio derruido. Decirte que sé que va a salir una hermosa casa de esas ruinas, porque conozco el brillo de tu esencia.

Ojalá haber tenido las herramientas para evitar que mi interior cambiase a lo largo de estos cuatro meses. Para mantenerme fuerte en ese tempestuoso oleaje por el que hemos navegado desde el principio. Haberme mantenido fuerte hasta llevar nuestros botes a una costa... pero los parches que había puesto en el mío saltaron y lo llenaron de agua, y a ti no te dio tiempo siquiera a poner los tuyos.

Últimamente he escuchado que los recuerdos existen fuera del tiempo. Que no tienen un principio ni un final. Me ha parecido una reflexión hermosa, porque es cierto que no hay manera de abandonar completamente a nadie; siempre va a vivir en nuestros recuerdos.

Quiero que sepas que no todo es tan tormentoso; la ansiedad se ha ido en medio de este silencio perpetuo. Deseo que la tuya también haya desaparecido, aunque te acompañen, como a mí, nuevos fantasmas a los que hacer frente.

También quiero que sepas que sigo sin ver culpables en esta historia, solo puedo ver a dos personas quererse tanto como para ir en contra de sus naturalezas. Como para desgastarse hasta los huesos por intentar seguir manteniéndose firmes en el oleaje. Y, aunque los días de sol fuesen más difíciles de ver, no cambiaría ni uno solo de esos rayos que rozó mi piel y me hizo sentir que, al menos, yo viajaba con un alma sosteniendo mi mano de vuelta.

Veo lo que eres y lo que vas a llegar a ser, pero tienes que verlo tú también, cumplir tus promesas esta vez, hacer que todo haya tenido un sentido, aunque solo sea para la evolución de ese maravilloso personaje que vas a volver a ser.

Te quiero.

viernes, 22 de diciembre de 2023

La guerra.

Como polilla a la luz. Como polilla a las llamas.

Así son los pensamientos. Enrevesados. Duales. Efervescentes.

¿Dónde está la línea entre lo que proyectamos y lo que habita en las sórdidas tinieblas?

Es complejo, claro, porque somos ambivalentes. Porque los sentimientos, las sensaciones, las cavilaciones... nada de ello se rige por valores fijos, todo se mueve en un círculo cromático que abarca más escalas de las que tenemos propiamente consciencia.

Podría decirse que todo ha vuelto a estallar, esta vez porque, desde la distancia, veo claro. Así funciona, ¿no? De esa manera revientan las burbujas.

Supongo que yo tengo ese rol. El de llenar vacíos, porque yo tengo esa llama crepitando en mi interior. Esa que nunca va a apagarse aunque me incinere sola. Así me crie, así seguiré siendo.

Siempre tuve el temor de ver la incongruencia en ti. Ahora, sólo la veo reafirmarse y es una putada. Es una verdadera putada. 

Ahora, el temor prevalece a la ausencia. Ahora he cerrado la puerta del todo, para que nadie más cree un hueco, porque este duele más de lo que imaginaba.

A días eres la estela de un fantasma, otros, un cuchillo en las costillas. Otros, dramáticamente, borraría este tiempo, porque me siento vulgar, pero sé que es el cenit de los sentimientos. Supongo que ahora sé que ese pedestal nunca ha existido, porque tú no has sido diferente en eso de vanagloriarte en palabras bonitas que se tornan blasfemas cuando la realidad asoma las orejas.

Espero, realmente, que yo haya sido una estela, tal como lo veo ahora. Una de esas reemplazables, como un capricho. Tú vas a ser otra ausencia, de las que sé que no vuelven, cuyo rastro tienes que ir borrando hasta los huesos para reconstruir la carne. De las que no quieres que vuelvan, porque ya no te las crees.

Un suspiro en medio del fuego. Una árida bocanada que quema los pulmones y te recuerda qué es la humanidad. Tan sórdida, tan putativa, claro está, sin serlo. 

Pero bueno, esto es solo un quemazón en los intestinos. Un golpe de realidad en medio de la desidia. Un paliativo en esa guerra.

domingo, 17 de diciembre de 2023

Guardiana de palabras.

 A menudo me pregunto qué será del mundo cuando yo no esté.

Leo mis libros con fervor, con un lápiz y marca páginas a mano, dispuesta a retornar en el tiempo ese instante entre las páginas que me han hecho salirme de mi cuerpo y entrar en la cúspide del existencialismo. 

Luego, con estos otros ojos, extraños, contemplo las palabras. Contemplo las hojas entre mis manos, las del plano que me ofrece este libro, e imagino qué otras manos lo sostendrán cuando yo solo sea polvo esparcido por el tiempo. Qué ojos contemplarán mis notas y se preguntarán quién había tras la estela de esos pensamientos.

Qué quedará de mí cuando las generaciones hayan pasado y los años hayan puesto tierra de por medio entre mi existencia y está realidad que habito.

Tal vez por eso siempre me haya recreado en este sueño, porque en mi cabeza sólo veo unas manos que abracen mis palabras cerca de su corazón. Que las subrayen, tomen sus notas y se encuentren tan cerca de mí como yo lo estoy ahora mismo, perdida entre las palabras que dejó otra esencia, en un plano que ya no es tangible en mi generación.

viernes, 15 de diciembre de 2023

Los sapos.

Los sapos son malos, ellos siempre roban cosas. Te engañan ofreciéndote un jardín de papas, Coca Cola y mariposas.

Los sapos son malos, no te debes fiar. En un descuido te han raptado y no tienes cómo regresar.

Los sapos son malos, ¿ya te lo he dicho? Se comen a las ancianas y te engañan diciendo que son bichos.

Tienen el ojo de mi gato, él no los vio venir. Tal vez tú debas, si en este camino quieres seguir.

¡Corre, incauto, si ves su pantano! Los gases son nocivos, ¡de nada sirve taparse con la mano!

Si tras esto, con ellos deseas ir, sigue tarareando la canción en tu cabeza, hasta que puedas venir.

viernes, 8 de diciembre de 2023

El caballero.

 He visto esa mirada antes, yo misma la he tenido.

Sé lo que es debatirse entre los sentimientos y la razón. Cruzar el abismo hacia esa orilla donde debe aguardarte la calma y, realmente, sentirte como un náufrago, desvaído, por todo aquello que tienes que dejar que se hunda en el mar, aunque no quieras.

La arena será bañada por el sol, tarde o temprano, pero ahora solo hay tormenta. La misma que ha hundido tu barco, la misma que va a helarte hasta calarte los huesos.

Sé lo que es sentir que no coincides en el momento exacto, que tu esencia no es suficiente, que lo que ansías se evapora entre tus manos. No lo puedes atrapar porque es un rayo de luna y hay nubes; es intermitente. Cuando, al fin, tu corazón parece retomar sus latidos, debes devolverlo a otro estado fúnebre, como si no fuese ya suficiente tedio del que te acababas de recuperar.

Sé lo que es preguntarse qué aguarda cuando salga el sol, si volverás a coincidir con alguien vivo entre los cadáveres. Si seguirás conociendo a clones, de manera eterna, porque ya no quedan cambiaformas.

Va a ser complejo, no te culpes. No te turbes ante las posibilidades de perder el alma que habías encontrado, porque la que debes encontrar es la tuya. Porque, en el camino de piedras, hay más plantas despuntando, aunque tu mirada se pierda en la infinitud del gris.

Tus sentimientos opacan la claridad, le dan ese matiz nostálgico y tremendista del que parece que no vayas a escapar nunca, pero lo harás.

¿Quién nos iba a decir que nos fijaríamos en ese despunte de verde entre las rocas, hace unos meses? ¿Quién te dice que, a la siguiente, no sea una flor lo que encuentres, en vez de una enredadera?

Tendrás tu flor, y tendrás tu enredadera, a la que volver una y otra vez cuando sientas que vas a caer. Porque eso hacen la enredaderas, entrelazar para que no puedas ver el suelo, dejar sus brazos para que puedas subir a ver el sol, pero el camino es tuyo, caballero, no pierdas de vista eso.

miércoles, 6 de diciembre de 2023

Caronte.

¿Cuánto valdrá mi alma? Me pregunto en la oscuridad, de camino al agua.

Hace días que no la siento, me pregunto si debo de haberla empeñado ya, sin darme cuenta.

En qué punto se haya vuelto todo tan desasosegado, para siquiera notar cuándo la he perdido. Siquiera notar cuándo empecé a sentirme sola.

¿Fueron aquellas semanas? ¿Fue la ausencia, el retorno? O sólo que todo parece estático, y sigo sintiendo que me rodeo de extraños.

Tal vez solo sea cosa del momento. O que esta mochila no ha hecho más que llenarse y, aunque mi corazón no lo quiera, pesa tanto que a veces me oprime el pecho y no me deja respirar.

El barquero aguarda mi llegada, no hay nadie más en la costa.

- ¿Cuánto vale mantener esta vida? - le pregunto, pero no obtengo respuesta.

Él sólo extiende la mano, buscando un pago. 

Tal vez no tenga una respuesta o no quiera involucrarse, son las dos caras de la moneda que no he parado de ver, raro es cuando no cae de ningún lado. 

Supongo que debe de haber gente a quién no le importe llenarse de barro por alguien, sólo para que sienta que hay otra persona del otro lado. Supongo, claro, para ello debe ser capaz de entender a la otra persona como una entidad con necesidades distintas, tal vez extrañas, y es complicado ver más allá de uno mismo.

- ¿Qué hay del otro lado? -le pregunto.

El barquero sigue sin responder, sólo mece el agua con una vara y me mira, inquisidoramente.

- ¿A caso importa? -me pregunta finalmente.

Claro que importa, para qué iba a cruzar sino. Para qué iba a arriesgarme a entrar en una nueva oscuridad y arrastrar otra pena, sin saber si el tiempo iba a ayudar en este lado.

El barquero extiende de nuevo la mano. Yo rebusco en mi cuerpo, pero no la encuentro.

- No puedo pagarte, no encuentro mi alma.

Él no baja la mano.

- Dame un fragmento de tu felicidad.

- ¿Y con qué luchó en el otro lado? -le inquiero, desesperada .

- ¿Y si ya lo estás pagando en ese?

Dudo.

- Tengo mis sentimientos -le digo, al fin.

El barquero sonríe.

- Allí vas a seguir teniéndolos -me dice.

Pero él también lo sabe; allí se tendrían que ir.

- No quiero que se vayan.

- ¿Y que quieres?

Dudo de nuevo. El barquero vuelve a tener esa siniestra sonrisa.

- Quiero sentirme vista, querida. No quiero volver a sentirme sola.

- Ya… en ese caso ¿vas a cruzar?

martes, 5 de diciembre de 2023

Anda.

Gritas y las paredes se comen las palabras, como si no pudiesen salir de esta jaula de grillos, nadie quiere escucharlas, ni siquiera tú sabes qué hacer con ellas.

Son piedras en el estómago que te hunden en el río, y estás sola sin poder salir a flote, porque el peso es más fuerte que tú, ni siquiera el afluente se atreve a arrastrarte.

El río está frío. Nadie te va a recoger en una barca y ofrecer una manta, así que tienes que andar, sola, ¿por qué has dejado de hacerlo?

Anda. En las malas, anda. 

Las estrellas sólo brillan de noche, por el día no se las ve, no vienen a deleitarte con su iridiscencia; las tapa un sol que a ti no te alumbra.

¿A qué estás esperando para hacerte ver?

Anda, Alicia, anda.

lunes, 4 de diciembre de 2023

Cansancio.

¿Habrá quién suspire en una melancolía eterna mi ausencia  cuando no esté? 

Como si yo fuese un paisaje imborrable, como si el sol hubiese dejado de irradiar al completo toda su luz…

Puede, en los albores del tiempo, que yo solo sea una mancha oscura en un cuadro en blanco. Una de esas pequeñas que molestan a la vista cuando te has percatado de su presencia, porque ya no te dejan contemplar la infinitud de ese lienzo; porque han roto la  armonía.

Puede, incluso, que sea un ruido. Una estridencia en una melodía clara. De esas que turban, que quieres que desaparezcan.

Y, al final, ¿quién iba a querer recordar una inconsistencia? Una turbulencia en un viaje, que trae fisuras a la calma.

Estoy mejor del otro lado, del de las palabras rotas y las muecas vacías. El de los encajes, forzados, de los que nadie va a preocuparse porque ayudan a permutar la armonía.

Porque mis palabras son mudas y mis pensamientos esclavos, reticentes, que no quieren ser escuchados.

jueves, 23 de noviembre de 2023

La llegada del invierno.

Ella es como una rosa, de esas que no se plantan en cualquier jardín. 

Estuvo mucho tiempo fuera hasta que conoció al sol. Lo observaba cada día, mientras todavía despuntaba, viéndolo desaparecer, maravillada. Seguía esperándolo aun cuando las nubes lo tapaban y no podía verlo, porque sabía que volvería. Porque ella ansiaba el  momento en que sus rayos la volviesen a acariciar, en que meciesen sus hojas y la impregnasen de ese calor tan especial; ese que a ella le gusta.

Siguió esperando al sol cada día, aunque hubiese llegado el invierno. Ella era una rosa terca y no le importó, siguió activa, esperando sus rayos, aunque ya no consiguiesen devolverle el calor. Siguió fuera, esperando su momento, ese en que el sol volvería a acariciar sus pétalos, pero, casi sin darse cuenta, llegó antes la ventisca y, por muy terca que fuese, no pudo ir en contra de su naturaleza; no pudo impedir que sus pétalos hibernasen.

En medio del hielo, pensó que, tal vez, ella se creía una rosa, pero que sólo fuese un florero.

De los que se guardan en el sótano, varios pisos más abajo, porque no te apetece ponerle flores. De vez en cuando lo subes, claro, la casa tiene que estar bonita cuando hay visitas, pero luego... Luego puede que estorbe; es un trasto que requiere espacio allí donde querrías poner otras cosas, encima, tienes que ir con cuidado... un golpe podría romperlo.

Al menos, supuso que debió ser un florero fuerte; rebotó varias veces contra el suelo. Hizo ver sus grietas, pero no se taparon. Trató de cambiar la rotación para que no se viesen, pero, la siguiente caída abrió del todo cada grieta que no se había reparado y terminó de romperlo.

Debió ser un florero de plástico, llegó a recriminarse, de esos en los que el agua resbala y el suelo no apabulla. Pero siempre supo que era de cristal, aunque quisiese parecer otra cosa.

Fue entonces cuando miró su anillo y recordó esa promesa; había olvidado que ella no puede volver a ser un florero... ella es una rosa. 

De esas que viven en un invernadero, donde los rayos de sol se quedan y la calientan siempre. Donde sus pétalos siguen suaves y cálidos, pero también sus espinas. Las que la hacen una rosa; fuerte y frágil.

No es culpa del sol, ¿cómo iba él a cuidar una rosa en medio de su invierno? 

Pero tampoco de la rosa. Si no se iba, el sol iba a seguir su naturaleza, pero ella... ella no.

martes, 21 de noviembre de 2023

Fondo de microondas.

 Quiero quitarme la piel y ver lo que hay debajo.

Como cuando miras un cuadro y creas una concepción de lo que la idea representa para ti, pero el autor ya lo ha conceptualizado y su significado hace que el tuyo carezca de sentido. Luego, ya no puedes mirar ese cuadro de la misma manera, porque ha mutado a tus ojos. Es un nuevo cuadro.

¿Soy yo eso? 

Hoy me siento como una idea inconclusa; todo mi sentido empieza a desvanecerse.

Hoy no me creo todas esas cosas que me repito que soy. Hoy no encuentro a nadie en el desierto. Solo una incoherencia, dentro de otra incoherencia, de otra…

Pero no hay profundidad. Todo es estático y plano en este desierto, no he encontrado ningún hoyo con sombra, aunque hubiese querido que sí.

A veces sueño con un fantasma. Quiere teñir su aura gris, pero no encuentra los colores, no sabe verlos. Yo se los describo y él me describe todos los espectros del gris. Entramos en un mundo distinto a través de los ojos del otro y completamos la visión sin un opuesto en decadencia, solo un hueco lleno. Pero sé que es un reflejo de mi ego, como tantas otras demandas de mi subconsciente.

El espectro de grises hoy me opaca los matices. Puedo ver el fondo de microondas en mis atropellos mentales, puedo ver que dar me desgasta y deja ese zumbido. Un regusto amargo.

Hoy me da todo igual. Mañana. Mañana le pondré un matiz.

domingo, 12 de noviembre de 2023

Festín de tiburones.

El sueño me carcome, pero no puedo dormir.

Supongo que porque ahora, con perspectiva, las ideas son más claras. Tanto que me arden en la cabeza, queriendo encontrar un puerto en el que desembarcar.

Por desgracia, muchos de ellos cerraron y otros, realmente, nunca estuvieron accesibles para este barco, por eso sigo a la deriva, achicando el agua con un cubo, sin conseguir mucho más que conversaciones inexistentes, idealizadas y poco reales.

El barco se hunde. Lleva horas haciéndolo pero no lo consigue. Parece que haya algo en él que lo mantenga eternamente a la deriva, pese a todo.

Las expectativas son como un navaja; cortan la piel hasta las venas y dejan que te desangres, a la espera de un remedio que no ha llegado. Tú misma podías conducir al hospital, parar la hemorragia, pero no lo hiciste, preferiste quedar a la espera de que alguien viese que te desangrabas. Pero ese alguien no llegó. Solo llegaron personas a llenar una copa de tu sangre, se pensaban que la dabas sin recibir nada a cambio, pero, oh querida… es culpa tuya. 

Ponerse en la piel del otro y olvidar la propia, podía resecarla, tanto como para que el filo de la navaja la destrozase y fuese imposible encontrar un remedio sin pedir ayuda. 

¿Por qué no la pediste? Porque no lo entenderían, claro. Es lo malo de la profundidad en los sentimientos, que nadie entiende por qué te desangras, si tenías tiritas para ese corte. Nadie ve que ha llegado a las venas, tal vez porque sus pieles sean más gruesas y la navaja no les afecta, pero tu piel es fina y no lo ven. 

O bueno, tal vez sí, pero sean incapaces de entender el dolor del filo sin haberlo llegado nunca a sentir.

Entonces, te desangras en un barco a la deriva. Qué gran festín para los tiburones.

jueves, 2 de noviembre de 2023

La hipótesis de la llama.

 A veces, es difícil.

El silencio ensarta el alma para alguien como yo. Parece que muera a la espera de encontrar a alguien con quien pueda hablar todos estos ardides que queman el interior.

A veces, reflexiono sobre las iteraciones humanas y en cómo cada uno es presa de sus propias necesidades.

Es posible que haya una brecha, inaudita para quien se deleita en el clamor de la sobreestimulación. A mí la sobreestimulación me queda pequeña. Me aburro, pues, si no consigo desentrañarme y desentrañar a otro, si ese otro no me desentraña y se desentraña.

He pensado, más de una vez, que no me gusta ser así. No por mi curiosidad en sí, sino por quedar insatisfecha; por ser una demandante en un mundo de huecos. Por ser tan difícil encontrar a alguien que no se canse de hablar de cualquier cosa a todas horas.

No es una demanda fortuita, de hecho, ni yo misma podría seguir el ritmo de una mente activa sin atrofiarme y descargarme. Tal vez el anhelo resida en no encontrarla y verme tantas veces sola, en un mar de conversaciones vacías y superfluas, que no sé cómo ocupar, cómo seguir...

A veces se me antoja extraño, plantarse frente a alguien que conoces y que el exceso de tiempo sin hablar, más que abrir muchos temas de conversación, para mí los cierre. Estar frente a frente con alguien que percibes como un extraño por el simple hecho de no tener un pequeño interés constante, por no haber conseguido mantener vivo el crepitar de la llama que prendía entre ambos.

La llama se apaga entonces y, cada vez, tienes menos ganas de hablar, porque tu mente curiosa también se ha ido apagando con esa persona y no se presenta de manera natural el compartir una inquietud a ese extraño tan familiar que te devuelve la mirada en busca de algo que contarte también.

Eso me lleva al mismo quebradero de cabeza una y otra vez... ¿a caso me estoy conformando por seguir los ritmos de los demás? ¿a caso soy demasiado exigente cuando tengo la llama prendida? ¿a caso ese fuego no prende en los demás como lo hace en mí?

A veces, siento que molesto al querer hablar. Es una horrible sensación acechante que echa arena a mi llama, que me hace cuestionarme si estoy compartiéndola con la persona adecuada. Que aparece en la cúspide de mi existencialismo, para doblegarme y replanteármelo todo.

E imploro, de nuevo, no ser así. Porque mis deseos entran en contradicción unos con otros, y mis sentimientos, desbordados, sacuden de nuevo mi cuerpo.

Entonces, el final de este quebradero es que creo que iré. Iré a ponerme en frente de un extraño, esta vez uno de esos que no es familiar, y tal vez así consiga saciar esa parte de mí que a veces pide, en un grito silencioso, que necesita ser escuchada para que su llama no se apague.

La hipótesis de la mente.

Soy "buena", no estúpida.

También conozco la naturaleza de las personas y, aunque mi inclinación se recree en la complacencia, no permito que el reclamo de otro sirva de hilos a mi cuerpo, como marioneta.

Donde otro frena. Donde otro rechaza, odia, aprende... yo compadezco. Imbuida en el dolor de su reclamo, yo compadezco y trato de entender. Sé que la maldad humana, intrínseca en nuestra naturaleza, también viene acompañada de traumas, heridas, educación... Otras circunstancias; otra persona.

A veces, yo misma soy la que se reclama frente al espejo:

"¿Por qué eres así?", me susurra mi reflejo.

Bueno, ¿a caso querría ser de otra manera? No, ese no es mi camino. Nunca lo ha sido.

Creo que bondad y maldad se rigen por un hilo muy fino, que ambos conceptos son ambiguos y pueden aplicarse a la mismas cosas y adquirir significados completamente distintos, en base a los valores de la persona que los juzgue. Por eso, la moral también la veo como ambigua y no considero que haya un absolutismo en todo.

Tal vez por ello, sea yo más comprensiva, más paciente con las acciones ajenas, menos proclive a reaccionar de la misma manera. También por eso sea más desconfiada, consciente de la dualidad humana, sabedora de que, en esa falta de absolutismo radica la ambivalencia, por ende, una persona pueda sorprendernos al no tener claro su trasfondo. Rompa nuestros ideales; quiebre nuestra confianza.

Ese es otro punto sobre el que suelo divagar tendidamente. ¿En qué se basa nuestra confianza?

En imponer, supongo, sobre otra persona a la que estimamos, nuestros ideales. De amistad, de familia, de amor, de compañerismo. Pero claro, esta es otra dualidad; el significado de una misma cosa varía en cada persona. ¿Cómo estar seguros, entonces, de que un mismo valor, auto impuesto, perpetúa en otra persona?

La respuesta es simple; no podemos. Ni siquiera si nos definen horas enteras de cavilaciones junto a ella, porque la naturaleza humana es mutable y reacciona ante las amenazas. Perder de vista que hay amenazas, incluso, en la más "simple" de las cotidianidades, es un craso error... supongo.

Hay algo de lo que siempre he estado segura; el poder de las palabras. El dialecto, creación humana para expresarnos, para comunicarnos y entendernos, es la primera puerta para nuestros fines como especie. Yo misma lo he visto, en mi propia piel, como las palabras, dichas de diferente manera, por una persona distinta, podían cambiar el concepto que tenía de mí y no reconocerme posteriormente en mis acciones.

Tener unos valores arraigados y fehacientes, sin la capacidad mental adecuada, a veces no sirve de nada. La mente es moldeable y los miedos nos turban, de tal manera que nuestros sentimientos afloran y se pierde el tratado de nuestra conciencia donde radica la esencia de quienes queremos ser, para ser opacados por quienes somos cuando sentimos una amenaza.

¿No es curioso? La mente humana; hermosa y aterradora.

lunes, 23 de octubre de 2023

El sentimiento.

Tengo el sentimiento aferrado al pecho. Como si las palabras careciesen de sentido.

Como si entre dos mundos la isla se hundiese y el intermedio te pareciese también un tedio.

Tengo el sentimiento oscilando en mis entrañas. A la espera continua de algo que no llega. 

Como si las horas, a mí eternas, se escurriesen en tus dedos distantes, que no esperan como los míos.

Tengo el sentimiento gritando en mis tímpanos. Ruge para que le escuche, y yo trato de hacer oídos sordos.

Como si no fuese real ese abismo que hoy se ha dibujado, porque sé que mañana podría haber menguado.

Tengo el sentimiento invadiendo mi cráneo. Trata de modificarme y que no sea yo misma.

Como si, al serlo, no te fuese a gustar. Tú mismo lo has dicho; la rueda podría volver a empezar.

Tengo el sentimiento mirándome desde mis ojos. Mis frías pupilas me juzgan.

Como si yo no fuese suficiente. Hace un rato que no me paro de comparar.

Será que tengo miedo a no llegar a tocarte. No como el resto, no igual. Será, será.

Será que perdiéndome a mí misma a ti ya no te agobie, el tiempo también te sepa a poco, te vaya a agradar más. Será, será.

No me gusta el miedo. Manipula al sentimiento, lo pone en el otro lado de la balanza. Y yo a veces lo escucho con orgullo; con una buena soga para oprimirme el pecho en una mano, y el picaporte en la otra.

Igual es que pido mucho, igual es que me conformo con poco. Igual es que me aburro, igual es que me comparo. Igual es la ansiedad y el miedo de este nuevo cambio.

Igual son muchas cosas e igual es ninguna, pero el sentimiento ahora se parece mucho a mí y yo no quiero pasar sola otra noche; hoy voy a dejar que me susurre y me dé las buenas noches.

La hipótesis de la intensidad.

 ¿Cómo lo justifico? ¿A caso quiero?

No. Yo soy así, pero no uno de esos que debería cambiar y no hago, más bien uno de esos a los que abrazo cada vez que a otra persona no le gusta. Me he juzgado tantas veces a través de otros ojos... como si sentir fuese algo malo.

A mí me gusta sentir. Notar que la vida arde en mi pecho en cada sonrisa, también en cada lágrima. Me gusta hablar de lo trascendental y de lo intrascendental durante horas y preguntar, preguntar todo. Conocer las inquietudes de la gente que me importa, que conozcan las mías. Hasta quedarnos sin piel, sin músculos, sin huesos. Sólo dos almas encontrándose.

Conozco las otras maneras desde las que podría verlo, pero entonces, la existencia no tendría sentido para mí, porque el corazón me habría dejado de latir en el pecho. Habría dejado de abrazarme, de encontrarme... con lo que me costó llegar a aceptarlo como una virtud y no un defecto.

A mí me gusta sentir. Creo que se lo debo a mi pequeña yo, aquella a quien asoló la muerte. Aquella que buscaba, a ciegas, una manera de sentirse viva y reprimía su interior cuando el universo entero se iba marchitando. 

Descubrir la magia de lo cotidiano, el lado bonito de la tristeza, crecer en las cenizas. Sin mi intensidad, no habría nada de eso en mi interior y seguiría sintiendo que la vida carece de sentido. Que sigue unos patrones ortodoxos claramente marcados a los que no podemos escapar como especie, porque nuestra existencia es simplista y banal.

A mí me gusta sentir. Y en ese sentir, me veo en otro plano, ese otro en que mi cuerpo es sólo un caparazón. Un mero contenedor de lo que realmente soy, de lo que vibra en mi interior. Como si la sustancia material que lo conforta no fuese más que una ilusión, una prolongación de una falsa realidad a la que vivimos acostumbrados, un puente para dar un sentido comprimido y práctico a las sensaciones.

Pero yo siento mi interior arder. Cada vez que me topo con unos ojos que lo hacen vibrar, cada vez que hablo y un alma me responde de vuelta. Cada vez que la realidad se desdibuja en algo fuera de lugar, en una coincidencia, en un sentimiento, en un lugar que desentona.

No es la primera vez que me lo dicen, espero que tampoco sea la última. Porque, cada vez con más frecuencia, al escuchar esa palabra que tanto me ha molestado... me siento viva.

Intensa.

lunes, 16 de octubre de 2023

La reminiscencia de una meta.

 Pésimo estado de la conciencia del alma...

¿Y qué significa esto? Bueno, a veces ni yo  misma lo sé. Sólo escribo los retazos que evoca mi subconsciente. Podría decir que esos retazos hoy van por ti, pero se regocijan en la mugre, en la decadencia de la inconsistencia humana.

Alguna vez me he vuelto a sorprender pensando en ti, como lo hacía en él cuando estaba contigo. Son pensamientos superfluos y poco trascendentes, sobre una persona que ya no eres, de una persona que tampoco conoces que soy. Y es absurdo, podría decirse, porque tampoco es que eso tenga real importancia en mi vida.

Pero yo estoy aquí, a expensas de mis pensamientos, creando otra hipótesis de vaga importancia, sobre el curso de una vida que ya no va a ser. Mis manos están vacías, no hay nada que pueda yo ya darte, pienso, ni siquiera un lugar al que regresar, si llegases a proponértelo. Eso es triste, como lo ha sido anteriormente, porque siempre será extraño pasar de compartir todo a no volver a ver a alguien.

Lo que tú tenías, lo que yo buscaba, no es lo que ahora tengo, ni busco, pero te escribo en la embriaguez de esos pequeños retazos, en honor a la reminiscencia de una vida arrebatada, sepultada en el peso, de nuevo, de la inconsistencia humana.

Eso me hace plantearme muchas cosas, hasta mi virtud. Porque no es que haya alcanzado a ser el "superhombre" que siempre me propuse, para que puedas entenderme... todavía no soy Spiderman.

¿Se pondría Spiderman por delante? Es una pregunta que me hago muy a menudo. ¿Cuánto de sacrificio hay en la bondad y cuánto de valorarse?

Siempre supe que soy luz, aunque me regodease entre las tinieblas. Porque mi maldad, tan presente como la de cualquiera, siempre quedó opaca al peso de mi moral. Mis sombras no brillaban más que en la resiliencia de verme hundida y tratar de volver a brillar. Pero ahora, no quiero brillar para ser una sombra. Quiero iluminar y que me iluminen, no solo al principio...

Lo que busco, lo que siempre he buscado, es terminar el camino brillando con las mismas personas. Paradójicamente, ahora entiendo más facetas de la cualidad humana y comprendo en mayoría mi inocencia. La abrazo desde mi madurez y la cuido. Ahora tengo más claro a quién regalársela, trato de no ponerme una venda a las cosas que a mí me hacen daño, porque tres historias con fin son ya suficientes.

Ahora tengo el corazón de quién está dispuesta a saltar del tren en marcha, sólo porque sabe que romperse un hueso es mejor opción que viajar en un tren sin destino propio, con una compañía que bajará en algún andén antes que tú. 

En poco más de un día, cumpliré uno de esos sueños que os conté a los tres entre sonrisas e inseguridades. Y ninguno me acompañará en esta etapa. Eso se me hace raro, porque los tres sois ya extraños y solo queda de vosotros el vago recuerdo de una voz.

Es una melancolía bonita. Creo que, como Nietzche, he alcanzado el eterno retorno. No cambio ninguna de las ausencias que hoy vivo, porque esta soy yo, gracias a cada una de ellas. Y estoy preparada para una nueva, pero no para volver a perderme.

Me siento plena, pero también temerosa. Tal vez este sea el mayor hito hasta el momento; más de diez años con una meta que va a hacerse realidad. Voy a ser yo, la que siempre esperé que sería. Y me quiero. Me quiero tanto... jamás pensé que diría esto, pero aquí estoy, a punto de plantar el mayor cimiento de la mujer que quiero ser.

Sin perder de vista el siguiente.

domingo, 8 de octubre de 2023

Kiss from a rose.

Imagino que me acompañas en esta nueva etapa, que tus manos aferrarán las mías, dormidas, mientras pasa esta transición hacia una nueva versión de mí misma.

Imagino que caminas a mi lado, en ese páramo entre la realidad y la vigilia. El único lugar en el que, tal vez, podamos vernos. Que, realmente, no has dejado de acompañarme nunca, aunque yo solo pueda sentirte a veces.

Me gusta pensar que te sentirías orgulloso de mí al saber quién soy ahora, al saber que he sido inamovible en los huracanes. Que me he hecho fuerte a base de caídas, pero que siempre he luchado, por ti, por él y ahora... ahora por mí.

La última vez que nos vimos, en aquella vigilia extraña que tenía mi cuerpo paralizado, en aquel momento en que sentía mi vida desfallecer de nuevo, aferraste mi brazo, al lado de mi cama, me recordaste que estabas ahí aunque no pudiese verte.

Necesito que vuelvas a hacerlo. Que tus labios rocen de nuevo mi mejilla, como la caricia de una rosa sobre mis pómulos, como una brisa cálida en el invierno que se avecina.

La hipótesis de la herida.

Tus heridas resuenan en una habitación sin ventanas, son voces acalladas por muros de hormigón que difícilmente encuentran salida al exterior.

Se retuercen y chillan cuando las piso, pero yo no las oigo hasta que es tarde, hasta que su sangre ha impregnado por completo mis zapatos y ha agravado ese pequeño pozo que ocultas tras tus ojos.

A cada paso que doy, siento cada vez más que tus latidos están atados, presos de temores de un pasado tormentoso. Noto, en tu piel, el deseo y la quemazón, el miedo y la resiliencia.

¿Qué podría hacer yo? Más que seguir adentrándome en este prado, a sabiendas que está minado. A sabiendas que tengo que pisar esas minas, explotar, saltar en pedazos, para recomponerme y así haber recuperado uno de esos pedazos que pareces haber perdido.

Quiero cogerlos todos. Quiero unirlos, estrujarlos contra mi pecho y susurrarte que no va a volver a ser así, no conmigo. Quiero secar la sangre que brote cuando el pasado resurja, cuando, en tus ciclos de reminiscencia, todo vuelva a doler. Besar una a una todas esas cicatrices y recordarles que está bien que existan, que pueden ser conmigo, que las voy a cuidar cuando duelan, que las voy a proteger cuando cierren, que no voy a dejar que se agraven. Tengo besos de sobra para cada una de ellas.

Mi corazón resuena con tus ojos. Me gustaría estar en tu interior. Cogerte la mano y ver cómo plantaste todas esas minas, abrir una puerta al futuro, con tus dedos todavía entre los míos, y poder demostrarte que no va a volver a ser así. 

Pero qué absurdo sería, yo también me doy cuenta. Yo tampoco soy perfecta, yo también hago las cosas fatal, yo también he hecho daño por no saber gestionarme mejor, yo también me he ido cuando me han necesitado, yo también podría haber hecho las cosas mejor, luego entonces, son palabras lo que rezuman mis textos, claro.

Son palabras, pero no son cóncavas. Déjame demostrártelo.

martes, 3 de octubre de 2023

Un mar de cadáveres.

Y qué bonito haberte encontrado, flotando a la deriva en este mar de cadáveres. Parece que tú siempre hayas estado ahí, observándome de lejos, entre ellos.

Un cuerpo que rezuma vida, un alma que hace vibrar el agua, y yo tan ciega para no percibir esas ondas de calor esparcirse y tratar de llegar a mí.

Me costó mucho seguir a flote. Apartar los cuerpos y nadar en pos de tierra firme. Aún sigo haciéndolo; nadar entre ellos. 

A veces con desesperación, como un rayo que me parte antes de llegar a sacar la cabeza fuera del agua. Otras, soy yo la que se alza sobre ellos, con la fuerza de quien se cree victoriosa sin siquiera haber llegado a la meta. Pero siempre en movimiento, sin importar si nadaba o, simplemente, dejaba que mi cuerpo fuese arrastrado por el vaivén del oleaje.

Cuando miro en tus ojos, en el brillo pardo de esas dos llamas devolviéndome la mirada, y veo arder el fuego de tu vida, me pregunto cuánto tiempo hace que transitas también este mar, putrefacto y desolador. 

Me pregunto si, cuando me miras a los ojos, también sientes que mi corazón te acompaña, si también sientes que alguien te sostiene la mano y no va a dejar que te hundas.

Me pregunto si saberme libre y, a la vez, saberme tuya, hace que tus noches sean más livianas. Si también sientes los cimientos de un pequeño hogar empezar a construirse. Si mirarme a los ojos, justo antes de ser uno con el otro, si sonreír mientras lo hacemos, también te embriaga de esta sensación tan familiar y extraña de haber encontrado a alguien a quien conocías de mucho más tiempo…

Si sientes que ya no te importan tanto los cadáveres que vamos dejando atrás en el mar.

lunes, 2 de octubre de 2023

La hipótesis del espejo.

El tiempo se desdibuja en los rincones de mi mente, a veces lento e inmutable, a veces ávido y veloz. Parece saber qué se oculta tras cada paraje aquí dentro y evoca fragmentos de sí mismo para que pierda la cordura.

Me miro al espero y sé quién soy, pero no sé si voy a seguir sabiéndolo cuando acabe este mes. 

Mi reflejo me juzga. A veces me recuerda que no soy suficiente para devolverle la mirada, que esta piel no es bonita, tampoco estos rasgos angulosos que tan poco suelen acompañar a los cánones de belleza. Otras me contempla como si fuese una obra de arte, eclipsada entre el brillo de mis ojos y la comisura de mis labios. 

Y me gusto, y me vuelvo a disgustar para volver a gustarme otra vez, en un ciclo eterno, alimentando en traumas infantiles y temores de autosuficiencia.

¿Qué verá mi reflejo dentro de un mes?

Me atormenta que mi nuevo reflejo no sepa apreciar el brillo de mis ojos y no haga más que despreciarlos cuando le devuelvan la mirada.

¿Qué haré entonces, cuando haya dejado de ser yo?

Deseo cada noche encontrarme más que nunca, en esa nueva versión de mí misma que me espera. Y si no lo hago…

Si no lo hago…

lunes, 25 de septiembre de 2023

La hipótesis del hueco.

 Resuena, cuando le das forma, este hueco en mis intestinos. Parece que esté forjado de todos los recuerdos que jamás creé contigo.

Te veo sonreír y se me llena el pecho de júbilo. Parece que el sonido de tu risa todavía curva mis labios.

Me pregunto qué sentirás cuando piensas en el pasado. Yo siento unas gafas dobladas por uno de esos abrazos tuyos mal dados. Una carcajada por un pedo entre lágrimas, cuando me confesaste qué ocupaba tu corazón. Un madrugón por una ducha caliente, un apodo tonto que nos debiese unir para siempre...

Cuando la gente no me conoce, suelen verme como una persona transparente, feliz, de grandes diálogos y pocas ganas de callarlos. Las personas que me rodean me ven más bien hermética, de tristeza retenida, tapada con humor, evasiva, poco accesible y de conversaciones intensas.

Me gustaría contarte que soy ambas. Todo yace en mí, desde el punto más álgido de felicidad a la hondonada más oscura de tristeza. Todo soy yo,  todo me permito ser. Una naturaleza doble, subyacente en promesas, traumas, esperanzas y sueños.

Me pregunto cómo me verías tú si volviese a postrarme ante tus ojos, si pudieses ver en qué me he convertido.

En nudo está en mi garganta. La nostalgia me acompaña esta noche, pero viene aderezada con toques de felicidad. Me alego mucho que encontrases tu lugar allí donde fuiste. Espero que a ti nunca te pesase mi  ausencia, como para escribirme un martes de madrugada, embriagada de existencialismo.

A veces, siento que me gustaría desprenderme de ti. De ti y de cada persona que, de verdad, rasgó mi interior. Me gustaría querer de otra manera, que me costase menos dejar entrar y más dejar ir, porque no paro de leer que la vida es eso. Pero yo nunca quise ser una de esas personas sin brillo en los ojos.

Y no es que yo me ancle, no creo que sea para nada eso, solo es que no puedo repetir el amor, porque es un sentimiento tan puro, que no nace de cualquier manera, no nace con cualquier persona.

(...)

Tengo la teoría de que cada vez quedan menos huecos por crearse en el interior, porque la mayoría ya están ocupados por quienes nos marcaron de verdad y ya no nos acompañan. 

En esta teoría divago sobre el origen de la creación de un hueco y el peso que pueda tener en su portador. Sobre las personas que son conscientes de que los portan y quienes son incapaces de verlos.

Postulo porque los huecos significativos los crean personas que han sido realmente especiales y eso, eso es complicado. Veras... hay personas que creen que otras son especiales por el mero hecho de coincidir en su camino, de que se den coincidencias altamente improbables entre ellas o porque, tal vez, les resultes extrañas, diferentes, admirables...

No quisiera entrometerme yo en aquello que cada persona fija como su propio faro de Alejandría, solo que lo considero una manera simplificada de entender el significado de la importancia de un vínculo.

He visto grandes sentimientos alzados al viento, que se han evaporado a la primera ventisca. Curiosamente, suelen ser aquellos construidos en los castillos de naipes, al idealizar un vínculo en primera instancia, justamente por eso... por la magia que residía inicialmente en un encuentro.

No es que no tengan relevancia estos factores, al contrario, pero no creo que sea ese el material primario de un vínculo. La esencia reside en las tempestades y en cómo te hace sentir una persona.

Cuando quiero conocer realmente a alguien, sí es cierto que algo ha llamado mi atención. Pecaría de hipócrita si afirmase que no me atraen las personas extrañas, que parecen estar a medio acabar, que suponen un reto, que no parecen haber nacido para este mundo. Me gustan porque comprendo esa parte suya que no encaja; yo también cargo con una parte mía que no encaja.

Pero esas personas, suelen llegar e irse con la misma inconstancia.

Mis personas importantes rara vez cumplen ese patrón. Al final, todos tenemos fantasmas, no es algo especial descubrirlos en alguien. Lo especial es descubrir un corazón.

Cuando un corazón te habla, en tu interior resuena un hueco. Es como si tu cuerpo sintiese que ha dado con un hogar y se preparase para crearle una estancia, solo que es un proceso largo, mucho más allá de un salto de fe.

Un corazón te habla cuando ves tu misma chispa en los ojos de otra persona al contarle aquello que te hace feliz o te turba. Cuando hay lugar para el "yo" y el "tú", de tal manera que convergen, se unen y separan. Cuando alguien se esfuerza en entender y cumplir tus necesidades tanto como tú te esfuerzas en entender y cumplir las suyas.

A veces, nos rodeamos de personas durante años, pero nunca han creado un hueco. Hay personas que lo saben, porque interpretan los silencios, y necesidades para consigo mismas, y saben del no tan extraño ser pasajero que les acompaña. Pero la mayoría no. La mayoría creen que el tiempo es el forjador de huecos, sin saber que la esencia no reside ahí.

He compartido años con personas que un día se fueron y mi cuerpo nunca las quiso de vuelta. He compartido mucho menos tiempo con otras cuya esencia, extraída con el dolor de su ausencia, creó un hueco.

Lo sé. Hablo sin hablar. Es complejo explicar qué cataloga a una persona hogar. Yo siempre digo que nacen en las tempestades, porque es ahí donde ves la verdadera naturaleza de una persona. Quien pasa una tempestad y ningún barco ha naufragado a su lado, si nadie ha vigilado su naufragio desde el faro o desde el mar con un pequeño equipo de rescate y poca fe en poder utilizarlo, es que está realmente solo. Tal vez porque que sólo había un interés común, un punto de unión cuyo origen pudiese ser realmente "mágico" o largos años compartidos y mucho miedo de tirarlos por la borda.

Cuando alguien hace latir tu corazón en medio de esa tempestad, porque sabes que, cuando la pases, te esperará en algún punto de camino (si no ha saltado al agua contigo), es ahí donde tu cuerpo crea un hueco.

Por desgracia, los huecos con cada vez más escasos. Los cuerpos ya no se preparan para crearlos. ¿Para que llenarlos de una esencia que puede desvanecerse si muchas otras esencias pueden rozarnos la piel y ocupar el lugar de quienes se han ido? Como en un ciclo constante, sin descanso. Para que el cuerpo no note esa ausencia de dopamina.

Las personas son carcasas vacías. Pocas esencias radican en sus interiores o pocos huecos. Son efímeras, interesadas y se esfuman previo a que algo les importe de verdad. La sociedad crea narcisistas con los que pasar un rato de júbilo, entrena a las mentes para ello. Seres de ojos opacos, sin brillo, que se nutren de fingir felicidad cara al resto de narcisistas.

¿Cómo alguien iba a querer abrir un hueco en una sociedad de personas sin alma que, probablemente, quieran nutrirse de la tuya?

Supongo que desandar mis pasos aquí sea lo más correcto.

domingo, 17 de septiembre de 2023

La hipótesis del abismo.

 Ha mirado fuera de una misma y no ve nada.

Se desconoce en los ojos que le devuelven la mirada, tal vez porque no comprende las realizaciones de esos ojos, distantes y cercanos.

Trata de mudar de piel, viste un nuevo traje. Pero sigue adornando ese traje con sus gafas de cristales tintados.

El abismo ha cambiado. Lo nota. No es el mismo que le ha devuelto la mirada durante tantos años.

En el fondo, ya no ve el caos, ahora escucha el eco de un tambor, profundo, retumbar de manera sosegada.

Ahora, el caos solo permanece adherido a su piel. Y no le sirve. Siente que ya no le sirve.

Su alma vibra, resuena por si misma. Ya no necesita que el abismo la absorba para rehacerla, sabe coger los fragmentos y utilizarlos. Hacerlo sin el caos.

Se quita la piel. Ya no es cuestión de cambiar de muda, es cuestión de dejar sus cicatrices a un lado.

El caos es astuto, en parte, todavía se adhiere a su cuerpo despellejado. Pero ya no es lo mismo. Ese cuerpo ya no es suyo, ya no va a hacer lo que quiera de él.

La viajera está bajando de nuevo al abismo, pero, esta vez, es diferente. 

Ya no espera perderse en sus profundidades. Mantiene a raya la oscuridad; tiene que ser parte de su luz, no una piedra en su mochila.

El abismo es claro esta vez, porque su luz nunca había brillado con tanta fuerza. Eso le aterra.

La luz, a mayor visibilidad, más sencilla es de robar, de mancillar; de apagar. Tiene miedo, no quiere que se aprovechen  de su luz.

Pero el abismo es claro ahora. Entre el eco del tambor, escucha a su voz susurrar:

- Hasta donde llegues. Esta vez, sin perderte.

Sus palabras, livianas, suenan sencillas, pero ella tiene bagaje. Sabe los pedazos de alma que ha perdido, reclusos, entregados a otras personas que los destrozaron.

- ¿De qué tienes miedo?

Susurra el abismo. Y qué absurdo se le antoja a ella. Como si no fuese más que evidente.

Tiene miedo de volverse a perder. De entregar sin recibir. De ayudar a sanar y volver a enfermar.

El abismo ríe: sus miedos le parecen insignificantes.

- Ahora, ya no vistes el caos. Sabes dónde parar. Si te pierdes, sabrás anteponer tus necesidades. Que el miedo no te quite la oportunidad de conocerle. Que tu templanza no se vaya antes de tiempo.

La viajera duda:

- No conozco esta parte del camino -le reconoce-. Nunca antes he andado con nadie de esta manera.

- ¿Y tan malo es eso? Igual, por eso este sea el camino que debas seguir.

- ¡Pero no sé seguirlo!

Trastabilla y resbala. Cierra los ojos con fuerza. El caos se adhiere a su pecho, lo oprime. Es ahí donde más daño puede hacer; lo sabe.

La viajera se aferra a las rocas. Va a volver a subir. Siempre lo hace.

- Tú llamas al caos.

Susurra el abismo.

- ¡¿Y cómo dejo de hacerlo?!

Grita ella, desesperada. El abismo aguarda, antes de preguntar:

- ¿Cómo sabes que vas a volver a subir?

- Porque siempre lo he hecho.

- Eso no quiere decir que vayas a volver a subir. No conoces el futuro.

- Pero confío en mí. Sé que lo haré.

- Pero puedes estar equivocada.

Pero es un riesgo que asume, ¿quién sería ella si no luchase?

El abismo ríe; ha escuchado sus pensamientos.

- Una persona adormecida por el miedo, por el caos. Eso serías. Eso estás siendo.

- ¿Y si sale mal?

- ¿Y si sale bien y tu miedo te lo impide?

La viajera ríe. Se siente pequeña. Estúpida.

El nuevo camino es hermoso y el tambor que retumba, que le aguarda a lo lejos, que le apacigua, es de él. Pero tiene tanto miedo como ella; también tiene caos.

Ella sabe de sobra lo que es eso. El caos le ha aferrado el pecho toda la vida, le ha hecho alejarse de lugares en los que quería permanecer, le ha hecho asilarse.

Si el tambor que escucha se apaga, si también se deja dominar por el caos, ella no puede hacer nada. Su bondad tiene que tener un límite, pero este límite no debe marcarlo su propio caos. Es algo que ahora sabe.

Este límite debe marcarlo ella, cuando vea que se pierde en el camino nuevo y no tiene vuelta atrás. No antes de haberle prestado su luz, no antes de haber llegado al tambor e iluminar juntos las tinieblas.

domingo, 3 de septiembre de 2023

Mi mochila.

Me llamo Alicia y tengo 29 años.

Cuando era pequeña, mi clase, de ocho personas en total, se regía por dos grupos. Cuatros chicos, cuatro chicas y un líder en cada uno de ellos.

La líder de las chicas tenía una mejor amiga a la que manipulaba para que hiciese lo que ella quería, y al resto, nos trataba como si fuésemos basura. Éramos los animales o los chicos en los juegos de chicas y, cuando mi mejor amiga, Sandra, no pudo aguantar más y se cambió de colegio, me tocó enfrentarlo sola.

Los chicos me pegaban cuando a la reina de las chicas le parecía bien. Para evadir, me apuntaron a patinaje, donde se metían conmigo por no saber patinar. También se metían conmigo por ser hija de un pescatero, por ser alta y por llevar gafas.

Cuando me apunté a la falla, presenté a las amigas que hice a las amigas de mi clase. Yo siempre he sido cabezona y no me dejaba mangonear. Eso no le gustaba a una de las chicas, que decidió que era mejor que nadie me llamase.

Una de mis amigas vivía en mi patio. La oía bajar sin tocar mi puerta, como si yo no fuese lo suficientemente importante como para tenerme en cuenta.

Cuando llegaba a casa, era mi padre quien me aislaba de ese mundo. Quien entendía que, a quienes llamaba amigas, me hacían daño, pero yo les quería igual. Mamá me reñía, creía saber siempre qué era lo mejor para mí, olvidando que apenas tenía once años y para mí era normal eso que ellos conocían como bullying.

En el apogeo de esa tristeza, falleció nuestra perra familiar; Canela. Me desperté un domingo porque mis padres discutían. Ella estaba allí, frente al balcón, espumando por la boca. Es el último recuerdo que tengo de ella. Yo tenía diez años y fue mi primer contacto con la muerte.

Mi abuela Visita siempre decía que no hay que llorar por un animal, porque la vida te trae una muerte peor. Yo estuve un año llorando a Canela, hasta que la regla de mi abuela se cumplió…

El recuerdo que tengo de Papá es como un bálsamo. Él y yo veíamos películas y series de super héroes juntos. Leíamos en la cama y compartíamos anécdotas. Comíamos helados todos los viernes, era nuestro pacto inquebrantable. Bajábamos al quiosco y pedíamos dos, de esos que solo viene congelada la nata y se deja caer con una máquina sobre un cono de barquillo. Luego, subíamos a casa a ver héroes; esa era nuestra religión.

Tal vez fuese otro de los motivos por los que me hacían bullying; me llamaban mimada y llorona, porque mi padre me recogía en su burbuja de frikismo cada vez que las cosas se torcían.

Falleció a la edad en que empezaba a darme vergüenza que existiese. Tengo recuerdos amargos clavados como estacas que, por más que los escriba o abra del todo mi corazón, no dejan de hacerme llorar.

Recuerdo su famélico cuerpo consumido por el cáncer, de patas finas y barriga hinchada, pegado a una máquina de oxígeno.

Recuerdo el día en que, viendo una serie juntos, cogió el último kiko de mi mano, el más grande, el que había estado guardando todo el tiempo, y se lo comió. Mi acto reflejo de niña estúpida fue coger un berrinche y pegarle puñetazos y patadas. A él. A quien me sacaba de la tristeza. A su cuerpo débil. Por un kiko.

Recuerdo no querer que me acompañase en la presentación de fallera porque me daba vergüenza cruzar con mi padre una pasarela. Sin saber que era su último año y que quería tener esa experiencia conmigo.

Recuerdo ver cómo un médico venía a casa y le clavaba una aguja enorme para sacar el líquido que le encharcaba los pulmones. También recuerdo ser yo la que le midiese la diabetes, pinchar su barriga llena de moretones porque en casa no se atrevían.

Le recuerdo a él, en la mesa del comedor, con las manos de mi madre entre las suyas, diciéndole que era el amor de su vida. Diciéndole que tenía que ser fuerte.

Sobre todo, recuerdo su último día. Porque cuando mi madre y mi hermano se fueron al hospital, yo preferí quedarme en casa, en el ordenador. No me despedí de él. Ya no le volví a ver.

Por eso nunca he querido que su dolor se vaya. Me recuerda que lo merezco por lo que fui. Por lo que no valoré y perdí.


Cuando se fue, mamá empezó a tomar antidepresivos y se perdió en el camino. Olvidó que tenía dos hijos pequeños y una casa que sacar adelante. Mi hermano tenía dieciocho años y el mundo se le caía encima entre el infierno en que se habían convertido nuestras cuatro paredes, así que, casi no pasaba tiempo en casa.

Yo me quedé sola, aislada del mundo. En mi cuarto, con mis juegos. Sin que nadie me sacase de casa, me dijese que todo iba a estar bien, me demostrase que me quería.

Rajaba mis brazos con cuchillas de afeitar. Sentía que quería irme de aquel infierno, pero, a la vez, no quería hacerlo. Y el dolor que sentía en mis brazos me calmaba, porque me hacía sentir que era real, que estaba viva.

Mis amigas me habían dejado aislarme. Rara vez venían a verme y, cuando volví a salir a la calle, mi mejor amiga, Sandra, había hecho una nueva mejor amiga.  Yo estaba fuera de ese ruedo.

Nuestra amistad siempre fue intermitente, pero se afianzó en el instituto.

No fue una etapa mejor, porque yo tenía depresión y me ocultaba tras el humor; las lágrimas del payaso. Pero, cuando llegaba a casa, la pesadilla se tornaba nítida de nuevo  y era Sandra quien me sacaba de ella, quien se había convertido en una hermana para mí.

El bullying mutó, y pasé de ser la excluida a ser la rarita, la fea. Tengo grabados insultos y canciones en la cabeza que no se irán jamás. Que hicieron que, llegar a quererme y aceptarme fuese tan complejo que, aun a día de hoy sigo sin querer salir en vídeos o fotos, sin querer ver mi nariz.

Sandra estuvo allí. Fue mi abrigo en las noches de frío. Fue quien me ofreció su disonante casa, con bastantes más problemas que la mía, como si fuese una más.

Recuerdo ir llorando en noche vieja a su casa, en plena noche mientras sonaban las campanadas. Yo había vuelto a discutir con mamá. Una de esas discusiones en que me tiraba del pelo hasta el suelo. En que me decía que me fuese por ahí a que me follen y en la que yo le decía que prefería que se hubiese muerto ella a papá.

Recuerdo a su madre decirme siempre que yo era la verdadera amiga de su hija, "la niñera" de la perra y no la "come galletas" por la que me había cambiado una vez.

Recuerdo ver películas con sus hermanos, de nuevo, como una más.

Sobre todo, recuerdo cuando me partieron el labio por accidente. Me lo cosieron y no lloré. Cuando me preguntaron si necesitaba algo, yo lo tenía muy claro: Sandra. Y la sacaron de clase para que viniese conmigo. Rompí a llorar al verla, me refugié en sus brazos. Nunca jamás podré olvidar aquel momento, porque sentí, de verdad, que yo tenía un hogar.

Sandra creció con las inquietudes del resto. Ella salía de fiesta, quedaba con chicos y yo... Yo me quedaba en casa jugando a la play, leyendo, dibujando o durmiendo. 

El mundo se empezó a abrir entre nosotras, hasta el punto de que me olvidase, de ya no tirarnos cuatro horas al teléfono, de perder nuestros viernes de pizza.

Escribí una entrada, en este mismo blog, y ella la leyó. Fue el inicio del fin porque, a partir de ahí, por inmadurez y orgullo, no pudimos entender los sentimientos de la otra y dejamos de ser amigas.

Tardé siete años en dejar de llorar por ella. Nunca pude volver a tener una mejor amiga. Mi corazón quedó cerrado a cualquier chica hasta que, el año pasado, llegaron Celia y Ana.

Aslan llegó a mi vida justo antes que Sandra se fuese. Fue el intento de mi madre por sacarme de la tristeza. Fue el intento más bonito. Mi escucha, mi faro de Alejandría. El motivo de mi lucha eterna.

El fin de esa historia está en este blog, al igual que mis heridas de amor.


Me llamo Alicia, tengo 29 años y este año he dejado atrás casi toda mi ansiedad social. He conseguido dejar entrar, aunque poco a poco, a gente nueva que se ha convertido en un pilar. 

Mis heridas emocionales han seguido latentes, han seguido llamando al miedo, han seguido haciendo que, confiar en la gente, siempre sea un salto de fe. Aun así, no dejo de hacerlo. No voy a dejar de hacerlo. 

Esta mochila pesa, pero nunca me ha impedido amar a quienes entran, aunque se hayan terminado yendo o los haya echado. Me hace ir más lento, pero no me impide caminar.

Es una mochila que asusta, que provoca compasión, que hace que la gente cambie la manera en que me mira. Por eso me cuesta compartirla, porque yo no soy sólo mi pasado. 

Yo soy muchas otras cosas, entre ellas; mi resiliencia.

sábado, 2 de septiembre de 2023

Petricor.

 Las coincidencias no existen. Todo me está llevando a ti.

Mi alma sabía que iba a llover, o tal vez me esté volviendo loca.

Petricor, petricor...

El olor que acompaña la lluvia, recorriendo, suave, fresco, mi sistema respiratorio. Qué mágico es algo tan simple. Qué puro es algo tan simple.

La lluvia de hoy me apacigua, ha sacado el miedo por un momento. Las cosas no cambian, no dejo de ver esta tediosa incompatibilidad, aun así, estoy serena para pensar en ti con dulzura. Para pensar en ti a través de la lluvia.

Me está calando sin rozarme, al igual que lo estás haciendo tú en este momento. 

El olor me mece, nos transporta a ambos a la nada, en medio de las gotas. Veo tus ojos brillar con fuerza, como cuando me cuentas algo que te apasiona. Me dicen que también te has alegrado de conocerme, aunque solo sea una pequeña parte; esa que va a ser siempre tuya.

Tengo el corazón preso, hecho un amasijo de vacío, descompasado. Quiere gritarme que él manda, pero hace muchas malas experiencias que no lo hace.

Yo sé lo que valgo, lo que merezco, lo que necesito. Y también sé que eres puro, que eres bueno, que me quieres a tu verdadera manera, que tal vez sea esta que ha salido al disiparse un poco la intensidad.

Yo no tengo una manera distinta de querer. No soy de términos medios en el amor, siempre voy con todo. Me cuesta que alguien entre al interior absoluto, es una construcción lenta y de mucho interés, no de un mes, ni dos. De muchos más. Mucho tiempo rasgando, amueblando, afianzando mi confianza.

Una vez alguien entra, es difícil que salga, aunque decida no estar en mi vida. Si sale fácil, es que nunca llegó al núcleo, o que fui haciéndole retroceder, capa a capa, para poder dejarlo marchar en paz.

Soy así, de pocas personas que me importen, pero por las que sacrificaría mis necesidades porque sé que es tan recíproco y mutuo, que no tengo miedo en comprender y aceptar los biorritmos y altibajos. 

Pero para eso, para eso necesito construir. Para querer con el alma, hay que tocarla muchas veces, desde el interior, desde las deconstrucciones, desde las cenizas de las desavenencias, porque es ahí donde se conocen realmente las personas, y no desde esos hermosos páramos de las similitudes, sin salir nunca de la zona de confort.

Petricor, preticor...

Hoy somos nosotros todo lo que se mueve en mi pecho. Porque lo entiendo y lo acepto. Te quiero como para que no te vayas, te quiero para darte mi amistad una vez se haya pasado el duelo.

Porque eres especial, qué raro que diga eso... Siempre soy yo la que se cree especial.

Eres diferente, como una extraña reliquia y hoy, de alguna manera que ni yo comprendo, percibo el dolor del que me has dado pocos matices, pero que siento que anida en tu interior.

Hoy entiendo mejor tu duelo y tus miedos, hoy son míos también. Son míos, como para no querer dejarte solo nunca, como para ser una vela en tus tinieblas.

Sólo déjame decirte cómo me siento, déjame escuchar cómo te sientes tú. Sólo dejemos los miedos a un lado y entendámonos, por difícil o distintas que sean nuestras maneras de sentir. 

Déjame hacer el duelo y volver para no irme nunca.

jueves, 31 de agosto de 2023

Corazón dentado.

Va a doler un tiempo aquí dentro, en el enmarañado latido que has dejado. Una larga temporada de volver roca lo que has hecho fuego.

No sé cómo empezar a sacarte, no sé cómo dejarte ir. Pero hay cosas más importantes que los sentimientos, eso es lo que me gustaría decirte.

Echo de menos quien fuiste al principio, esa luz tan cálida, tan atenta, que parecía irradiar en mi presencia y no querer dejarme ir. Pero siempre sentiré que, de alguna manera, debí apagarla, porque su intensidad decreció poco a poco y en menos de un mes, pasamos de no vivir sin el otro a tener que pedirte los buenos días.

Se me sigue haciendo raro. Seguiré pensando que mi corazón sabía que te esperaba, por eso sigue sin tener dudas de lo que siente. De que eres tú y vas a serlo mucho, mucho más tiempo. 

Pero esta vez... esta vez mi cabeza no ha abandonado el barco. Se empeña en reafirmarse; le quita el mando al corazón. 

Me dice que no leerás esta entrada, así como casi ni leíste las otras. Me dice que, en las desavenencias volverás a irte, sin avisar, y me dejarás sola en un mar de ansiedad y nauseas, me darás otra ración de ghosting y pocas ganas de querer arreglar las cosas.  Me dice que yo no iba a pasar jamás de esa primera fase en la que nos conocimos, que siempre iba a tener ganas de verte, de hablar contigo, de enseñarte mi interior, pero que las tuyas habrían continuado menguando y generándome ese debate entre querer regalarte la luna o adaptarme a esa nueva etapa más relajada, de "pareja de mucho años", que tanto me hubiese gustado que tardase, al menos, un año en llegar y no solo unas semanas; hubiese dado todo mi ser por no salir nunca de nuestras dos primeras semanas.

Supongo que no estaba preparada para relajarme. Que tengo todo este amor guardado y necesito un disparo del mismo calibre para que mi corazón pierda los dientes. 

Y tú ya lo habías disparado... ¿por qué has dejado de hacerlo?

domingo, 20 de agosto de 2023

Lo que tú eres.

Si te tienes que ir, si es lo que decides en tu fuero interno, no creas que vas a hacerlo por completo. 
Vas a hospedarte aquí, en este quemazón que mutará con el tiempo y te recordará como mucho más que un breve amor de verano.

Porque tú no eres eso, tú eres muchas más cosas...

Eres un hogar. cuando tus labios rozan mi frente y tus manos aprietan con fuerza mi piel, como si temiesen por un  momento que fuese a escurrirme y no volver, como si no supieses que, desde que te conozco, no hay otro lugar al que haya querido ir.

Eres un amigo, al que puedo sorprender con alguno de mis chistes malos, el que observa, perplejo, cómo me descoloca y anima con un humor ácido y serio. Como si no acabases de creerte que hablamos el mismo idioma.

Eres un escucha, quien se ha adentrado muy rápido en medio de mis anhelos, de mis sueños, de mis inquietudes, pero también de mi oscuridad. Como si no temieses que nuestros demonios se encuentren y bailen.

Eres un maestro, quien me ha enseñado sus manías, sus pautas, su manera de ser y de tratar. Quien me ha instruido en la paciencia, en la belleza de un momento tan simple y complejo, como puede ser cocinar. Como si el tiempo fuese infinito y pudieses emplearlo todo conmigo.

Eres un amante, cuando nos unimos y formamos uno sólo, cuando nuestros cuerpos se acompasan entre risas y el tiempo pasa en un suspiro. También cuando apoyo la cabeza contra tu pecho y puedo oír tu corazón, a veces nervioso, a veces sosegado, pero siempre puro, como un cálido fuego en una noche de invierno.

Eres una caja de sorpresas, cuando me cuentas con fervor tus historias, cuando me hablas de tus gustos, de tus pasiones, tus inquietudes y deseos. Como si no tuvieses miedo a mostrarte ante mí tal cual eres.

Eres un alma gemela, cuando ahondamos en el otro y seguimos descubriendo todas aquellas cosas que nos unen, que nos diferencian del resto... También un opuesto, cuando actuamos de maneras tan distintas a las mismas adversidades. Como si realmente existiesen esas antiguas leyendas y acabásemos de encontrar el final del hilo.

Eres un enigma, cuando se dan nuevas situaciones y no te entiendo, y temo. Cuando lo asentando muta y me atraganto en una espiral, sin saber qué hay del otro lado, si un abismo o unos brazos que van a recogerme si me esfuerzo para cruzar y descubrirlo. Como si, por un momento, fueses una persona distinta.

Eres una buena persona, lo sé por cómo hablas de la vida, de lo que te hace feliz. De tu pasado y tus emociones, de tu familia, de tus gatos... Como si tu alma estuviese siempre presente para perpetuar los valores que tan bien te definen.

Y es que eres eso, un alma en un mar de cadáveres. Una oscuridad con luz propia. 

Y yo... yo siento que me quedo en la puerta, con unas garras aferrándome los tobillos y un ramo de flores mustias entre las manos, añorando el poder seguir compartiendo lo que muestras, descubriendo lo que ocultas, lo bueno, lo malo...

sábado, 19 de agosto de 2023

El problema.

Creo que es cuestión de necesidades, de biorritmos.

Puede que el problema resida en que los hay que asientan con un pacto y también los hay para quienes un pacto es solo un inicio, un punto de comienzo sobre el que construir y no sobre el que confiarse.

No creo que el problema sea los niveles de intensidad, no cuando se ha empezado desde el mismo punto de partida. Creo que pueda subyacer, más bien, en las costumbres.

Yo no imploro al Demiurgo, no para esto. Y voy a desear hacerlo cada día que pase en esta nueva dirección, pero no lo haré porque sé que la esencia reside en la reciprocidad y no en desvivirse, eso sería insano.

Los gestos nacen de la complicidad, la complicidad se crea. Tal vez, en la rapidez se haya creado una falsa sensación de la misma, en la que uno siente asentamiento y el otro desconfianza.

Yo lo veo como una montaña rusa. Una explosión intensa que no se ha mantenido en el tiempo.

Igual es que yo soy muy exigente, o igual es que he tomado por costumbre el inicio y ahora temo al ver carencias. Temo, porque no confío, porque no conozco y porque siento que el decrecimiento de la explosión debería haber sido más tardío.

Temo porque no puedo confiar en la inconstancia, cuando todavía no conozco lo que reside en el interior. Porque me duele sentir que ha sido suficiente con "tenerme", cuando para mí era el inicio de la construcción y no el asentamiento absoluto de la confianza.

Porque todo esto son mis sentimientos, mis sensaciones y quemazones, pero desconozco los procesos subconscientes que acontecen del otro lado, y no comprender da espacio a la imaginación.

Creo que toca relajarme, porque veo que me adentro en un camino que me lleva a la perdición y no quiero cruzarlo, no si siento que lo voy a cruzar sola, como siento que lo he cruzado estos días.

Sé que estoy preparada, ese no va a ser el problema. El problema siempre va a ser que mis sentimientos florecen en la confianza y la constancia, ya no se fían solo de las palabras.

viernes, 18 de agosto de 2023

Querido mendigo.

Te echo de menos cada vez que transito sola el laberinto. Tu ausencia es pisar la nieve desnuda; cala los huesos.

Entenderte es simple y complejo a la vez. 

Cuando ensalzo tus sentimientos, puedo abrazarte en la distancia, puedo ver nuestra promesa pasar lentamente y esperarte en el vaivén del tiempo, sin prisa, dándote el espacio que necesitas.

Cuando ensalzo mis sentimientos, mis muros mentales me aplastan sobre un quebradizo suelo de cristal. Y yo trato de que no se rompa, pero su superficie es tan frágil y quebradiza que apenas el ruido hueco de uno de mis latidos descompasados lo rompen.

Te echo de menos cuando quiero enrevesar mis palabras y que estas encuentren el temple de un adversario que les vaya a oponer resistencia, que vaya a enrevesarse con ellas hasta crear una espiral de complicidad e insultos.

También cuando mis sentimientos me hacen implosionar y nadie escarba hasta encontrar la raíz. A veces, mis conversaciones caen en saco roto y me hacen pensar que no soy una persona fácil de tratar cuando aparece mi esencia. Luego recuerdo tus ávidas palabras acompañando a las mías y siento que no hay problema en la profundidad de mi alma, solo pocas personas que, como tú, puedan conversar con ella.

Te echo de menos cada vez que pienso en algo que me apetece hacer y dejar de hacer por hablar. Que pienso en que prácticamente nadie es capaz de hacerme reír y llorar en una misma frecuencia, y recogerme con calidez en ambos afluentes. Que pocas son las personas con las que vaya a dejar de ocupar mi tiempo en lo que, ocasionalmente, se me antojan como banalidades y cambiarlo todo por una noche infinita para conversar.

Y cuando pienso en ti no solo me pregunto cómo estarás, también si alguien es tan familiar como yo, si has dejado de pensar en todas esas inquietudes que nos mantenían despiertos hasta el alba y para las que nunca había suficiente tiempo de abordar. Me pregunto si tendrás momentos de felicidad plenos, como yo los tengo, y si te sentirás igual de culpable al no poder venir luego a contármelos.

Te echo de menos, mi querido mendigo. No todos los días, pero sí aquellos en que sale esa parte que tú tan bien conoces. Esa que siempre te busca.

Carta.

Esta carta va a ti, a quien quiero dejar entrar pero, a veces, no puedo.

Tal vez te suene algo extraño, pero parte de mi ser vive en el laberinto. A veces, me aterra la idea de ser feliz.

Puedo ubicar el momento exacto en que esto sucedió; fue en su fallecimiento. Este es el primer evento canónico que yo recuerdo, no creo que te sorprenda si te confieso que acabó de romper mi infancia, la cual, en realidad, ya estaba medio rota por el abuso de otras personas. 

Su partida rompió nuestro convencional esquema familiar e hizo que me criase en un ambiente tan variable que a veces era hostil, a veces vacío, a veces trataba de ser feliz, otras triste... El caos fue parte de mi vida desde que tenía doce años e hizo que la realidad entrase en conflicto con los castillos mentales que yo misma me construía.

Crecí en la añoranza de un amor que podía cambiar el mundo, del que me nutría en todo contenido que visualizaba o leía, pero que nunca encontraba, ni en la familia, ni en las amistades, ni en los idilios...

Proyectaba mis ideales y me alejaba cuando la realidad demostraba que mis fantasías no existían. Yo era incapaz de entender que había otras complejidades en el resto de las personas, a parte de las que sucedían en mi mente, por eso me repetía una y otra vez que las personas duelen y huía antes de que me rasgasen en lo más profundo.

Me reforzaba en la soledad de manera constante y, cuando construía un vínculo, yo misma lo saboteaba para perderlo. Me deleitaba en el dolor de la ausencia, que yo misma provocaba, porque de esa manera había crecido; de esa manera me sentía viva.

El tiempo me adentraba en el laberinto, cada vez a mayor profundidad. Hasta que me sentí tan sola que, muchas veces, me sentía incapaz de querer abandonar ese sentimiento. 

Cuando conseguía abrir mi corazón a alguien, conseguía enterrar este sentimiento, pero solo por esa persona, lo que construía un ambiente cerrado en el que mi felicidad era simple, con un solo vínculo al que me dedicaba en cuerpo y alma, perdiendo mi esencia y proyectando unos ideales que acababan por romperse. Mi incapacidad para expresar sentimientos profundos, de tratarlos sin opacarlos en mi interior, me llevaba a sentirme vacía, volcada en una relación en la que yo no existía y, cuando lo hacía, mis necesidades habían estado tan ocultas que era tarde sacarlas a flote.

El siguiente evento canónico que quiero que conozcas fue mi florecimiento. El año pasado conseguí ver la luz en el laberinto; volví a dejar entrar a mi interior a personas nuevas, en un ambiente más amplio.

La cara negativa de esa historia es que a la naturaleza de mi ser, criada en la soledad, nunca le ha gustado. A veces, añoro la tristeza, tanto como para querer que me acompañe el resto de mi vida, forzándome a abandonar vínculos para hacerme daño y retroalimentarme.

Esta parte de mí es muy complicada de explicar y también de acallar cuando resurge, porque, por extraño que suene, no quiero que se vaya; nunca lo he querido.

Cuando la he ocultado en una felicidad simplista, he acabado por ser infeliz. Es una parte que no comprendo del todo, es una parte que me hace sentir viva y que no puedo dejar ir. Hasta hace bien poco, solo una persona ha transitado en ella, pero esa persona ha decidido marcharse por un tiempo y ahora la transito sola.

El problema de todo ello es que, a veces, voy a necesitar que la transites conmigo. Que leas mis escritos, que te intereses por esta naturaleza oscura y quieras conocerla sin temerla. Yo no puedo ocultarla una vez más, ni quiero sentir que no puedes entenderla o que no vas a esforzarte en ello.

No lo parece, pero es mi esencia. 

Si la oculto esta vez, si finjo que no tengo un interior extraño y oscuro que moldea mis entrañas solo por miedo a que eso te aleje, me alejaré de mí misma una vez más y sentiré que vuelvo a fallarme. Tiene que estar, junto con el resto de cosas que ya has empezado a conocer, porque, sin él, no hay alma de poeta y mi razón de existir habrá quedado apagada de nuevo.

Tiene que existir junto a alguien que no vaya a verlo como algo demasiado complejo, demasiado intenso o confuso, sino junto a alguien que se vaya a interesar, que vaya a querer hablar hasta llegar a las entrañas y que, aunque no lo entienda, se vaya a esforzar en hacerlo y no en cambiarlo.

Es la parte más oculta de mí, a la que casi nadie tiene acceso. La más profunda, pero también la más importante. No necesita ser constantemente vista, solo ser escuchada por la persona que más necesite que se acerque a mi interior y para eso, tengo que sentir que va a querer hacerlo.

El laberinto.

En aquellos páramos helados, el sol brillaba por su ausencia. El caminante, artilugio y ser, insensato y envalentonado, se adentraba con la osadía de quien no teme perderse porque ostenta a salir victorioso.

El laberinto no es un lugar con salidas, al menos, no con lo que se entiende por ellas, mucho menos con una sola manera de cruzarlo. Quienes se adentran en sus angostos caminos, son conocedores del riesgo de perderse, tanto física, como metafísicamente.

Es un lugar inhóspito que a pocos abre sus verdaderos pasajes. Sus residentes más fehacientes transitan, de manera poco ortodoxa, lo que en el mundo material se denomina como locura por aquellos, llamémosles "obtusos".

Los obtusos se ofuscan en catalogar de etiquetas todo lo que les rodea. No atienden a razones, más que a las que la propia lógica ha dejado impuesta. Salirse de los dogmas establecidos por la razón no es más que una manera de transitar pasajes oscuros, al menos, así es como lo catalogan sus más fieles seguidores.

Algunos obtusos, denominados entre ellos mismos como aventajados, han rozado la superficie del laberinto. Han vuelto de entre sus rincones sin luz para predicar "la verdad", para arrojar la luz que le falta al laberinto.

¡Pobres! Desconocen que la verdad es abstracta, ambigua y poco lineal, desconocen que el laberinto no lo habitan los dementes, sino quienes han rasgado las entrañas de su ser y han preferido no volver al circo que deambulan ellos mismos; los obtusos.

Las construcciones inverosímiles, traídas desde los rincones más oscuros del laberinto, quedan encerradas entre paredes blancas y acolchadas. Acalladas con sogas y emancipadas con drogas. La realidad mental es un plano que la cofradía de obtusos se niega a conocer, oculta su existencia y acalla por completo.

Por eso, los caminantes más aventajados escogen sus palabras y adquieren sus propias reglas, ocultas para los obtusos, claro, porque su programación, la de éstos últimos, les impediría poder ver más allá del muro; desconocen cómo escalarlo, más aun, qué hay detrás de la piedra.

Sólo hablan aquellos caminantes incapaces de sobrellevar el circo, una vez han mirado la cara oculta del laberinto. Asumen su rol en una sociedad de cautos, que no se dejarían guiar por algo fuera de lo que sus sentidos les muestra. Pero está fuera de la jurisdicción de un caminante compadecer a otro caminante, mucho menos a aquel que han encerrado por habitar el laberinto,  todo lo contrario, es más probable que le mire sin recelo; sabe que ha alcanzado un estatus quo en la inconformidad y ha dejado su cuerpo al devenir del mundo material, al mínimo esfuerzo, para entregarse en plenitud al laberinto.

Vivir entre dos mundos es complejo, también moverse entre distintas realidades y personas con naturalezas laberínticas en desigualdad. Está en la naturaleza del caminante experimentado conocerlo, también conocer que, conforme avance en el laberinto, se encontrará en una infelicidad dulce de la que será presa.

No está en su poder cambiar lo que el laberinto ha hecho de su naturaleza. Tampoco poder hacer que personas que no están en los mismos pasajes del laberinto puedan llegar a comprender lo que sus ojos ven cuando miran las enredaderas. La profundidad en el laberinto te hace pasar de víctima a verdugo para, finalmente, alcanzar la comprensión.

Se puede comprender la tristeza intrínseca en un habitante de capas profundas del laberinto, pese a no tener su visión, solo que es realmente complejo cuadrar con el vacío de esa persona; que ella cuadre con el tuyo.

Ante la desventajada situación de dos habitantes del laberinto que se encuentran y no pueden verse ¿qué se recomienda?

En algunos casos, lo más sensato es la huida. Adentrarse en dominios ajenos es peligroso, puede uno perderse en un jardín que siquiera va a comprender y, peor aun, quedar atrapado en el bucle del intento. 

Para quienes son capaces de entrar sin estancarse, es recomendable tratar de entender y profundizar; la compañía es más leve si alguien comparte y entiende nuestros más profundos terrores ocultos.

¿Qué hacer en caso contrario? Me refiero... ¿si quien sentimos que es incapaz de comprender e implicarse en el laberinto es el otro? ¿Si tratamos de explicarlo pero no funciona?

Demasiado compleja.

Yo sé que muero entre palabras; las que a mí me ahogan, las que el resto no dicen, las que separan como muros de ausencia.

Me recreo entre una dimensión de significados, de retazos mentales poco accesibles, de la verdadera complejidad de las conexiones y siento que nadie lo percibe. Nadie entra en la profundidad del alma, a nadie le interesa andar por el laberinto.

Pero el laberinto es precioso, es el entendimiento de la mente, es la dimensión más profunda del ser; es el hogar del alma. Cuando llego a su corazón, al alma del poeta, me veo tan sola como de costumbre, y las falsas ilusiones que había creado hasta el momento se derrumban como castillos de naipes.

Estoy sola en la profundidad de la esencia porque, a veces, el fluir de las palabras me resulta banal y yo necesito más. Yo necesito el núcleo del ser, necesito el alma del poeta, pero soy consciente de que nadie me va a acompañar hasta el abismo, que éste sólo es percibido como intensidad.

Cuando me despojo de ello, de las compañías, cuando bailo sola hasta el centro, me siento plena. Me veo en todas mis versiones y me quiero por ello, por lo que realmente soy, por el tormento del naufrago cuando sabe que va a morir y decide aceptarlo.

A veces olvido que puedo tocar el zenit del ser, que puedo rozar la infinitud de mi esencia y que, en ese camino, nunca me ha acompañado nadie.

He llegado al Ágora, me he reunido con mi entendimiento. El augurio del dolor, del tedio, de la añoranza... no me aterra. Me aterra más verme sola en una muchedumbre de rostros que no entienden la simpleza de mi esencia, que ven complejidad en la necesidad de rozar almas a través del lenguaje.

¿Qué me queda, Viajero? Solo el camino, ¿no es cierto?

Dime, Viajero, si es ese camino solitario el que me aguarda, si debo tomarlo y abandonarme a mi ser, porque esa es la razón de mi existencia. Si debo olvidar las fantasías alimentadas en el solsticio de verano y recordar qué soy, qué merezco ser.

Ya no me queda tiempo, Viajero, no quiero invertirlo en una felicidad que no me pertenece. Yo no nací para eso. ¿Debo escucharte susurrar? ¿Debo decirles que soy demasiado compleja? ¿Debo escurrirme en una realidad que yo no comparto para llegar a mi plenitud?

Planta estalactitas allá donde reside la esencia, no dejes que acceda quien sólo contemple la realidad material, lo carnal, lo banal. Reserva el alma del poeta.

viernes, 11 de agosto de 2023

Rechazo.

Implosiono y no me gestiono. Mi parte sentimental vuelve a arrasarme las entrañas.

En tu voz, oigo desilusión, y en sus palabras. También la noto en mí, en las creencias, expectativas, dogmas y estructuras de mi mente.

Convexo. ¿Te dice algo? A mí me dice que el interior está lleno de pensamientos que no aparecen en los bordes.

Arrasa. Todo arrasa. Y la ansiedad social gana.

Le miro de frente, abrazo su dolor, pero esta noche ella gana porque, de nuevo, no me está dejando ser yo. Y me reconozco, claro que lo hago, pero me gustaría borrar esa parte de mi interior.

La empatía es un arma de doble filo. A mí siempre se me clavan ambos y, a veces, en días como hoy, siento que es mejor salir  perdiendo.

Una palabra, un gesto, una ausencia... y caigo, me descompongo. Vuelvo a ponerme en las botas del mendigo y me ruego a mi misma, sin la limosna de nadie: ¡vamos! ¡avanza! ¡sigue andando!

Pero la ansiedad me carcome muchas veces, y se convertirá en otro día que acabe "no durmiendo".

"Eso no cambia nunca", pero para ti sí cambia. Todo cambia. Mi evolución, vuestra involución... en ese equipo, a veces, ya no quepo yo.

Me arranco la empatía del pecho, quiero de vuelta mi apatía. Estos pinchazos no sirven de nada, si, total, todo acaba. Y cuando de verdad me necesitas, yo no estoy, cuando de verdad te necesito, a ti, a ella, en realidad; no estáis.

Loca, rallada, exagerada, intensa, dramática, sentimental. Tengo muchos adjetivos para mí esta noche y ni uno de ellos va a perdurar mañana... ¿o sí?

Quiero que se vaya el pinchazo y que nada me vaya a saber a cenizas, pero, haga lo que haga, todo se construye ahora en ese sabor.

¿Estoy realmente preparada? Mírame... ¿dónde tiro estos naipes y preparo el cemento?

No quiero enfrentarte, Berni, pero tengo que hacerlo. Si te quedas... si te quedas perdemos el resto.

Llévate contigo este rechazo, vamos a hacer lo correcto.


Insomnio III.

El señor de la terraza se ha venido desde tu jardín, dice que, por las noches, no puedo ser feliz.

Me turba en sueños, me da calor, ocho son demasiadas, dice que me basta con dos.

Cuando creo que me reitero en la Oniria adulterada, es la nictofobia quien me devuelve la mirada.

Pasado, presente y futuro convergen, yo solo transeúnto. 

Las palabras caen como oro líquido en los pliegues de mi mente, pero escribirlas a estas horas nada tiene de deleite.

Podría recrearme en una noche sin fin, pero el brillo del alba despunta; en algún momento voy a tener que dormir.

La púrpura sombra de mis ojos ya me avisa... ¿en qué piensas ahora, Alicia?

Retazo.

Apretó con fuerza sus manos, encaminose al vacío... siempre dijeron que tenía el poder de abrir las puertas del olvido.

Imploró al Demiurgo, deshizo sus pecados, aun así, el tiempo nunca estuvo de su lado.

jueves, 6 de julio de 2023

Mona Lisa.

 Al amor que es y no es...

Porque mirarte es como ver la fluorescencia de las luciérnagas alzarse tímidamente en la oscuridad de la noche. 

Eres un suspiro, una bocanada de viento, ni lo suficientemente fuerte para molestar, ni lo suficientemente suave para pasar desapercibida.

Llegas y dejas a las palabras deslizarse a través de tu impermutabilidad, tan dulces, tan serenas, que acompañan a la alegría y la tristeza de igual manera.

Me sorprendo descifrándote, como si fueses un enigma. Y tu sonrisa se alza entre los mayores misterios. Me recuerda que no todo lo sencillo tiene una explicación a mi alcance.

Y a veces eres arte. Y a veces eres simple, y a veces compleja, pero eso es lo que te ensalza como a una pintura rupestre porque, tu significado, queda oculto para quien haya llegado en la exactitud de tu templanza.

Entonces, solo entonces, el mundo desvela el gran engranaje que nos tenía oculto; las personas como tú han de mirarse varias veces.

Desgarro.

Desde que te fuiste, Andrómeda no es la misma. Tampoco lo somos nosotros.

Aslan ya no está, ya no podrá molestarte nunca más su tos, no podrás verle como la obligación que impedía que viajásemos. Bebé duerme siempre conmigo, solas; es nuestra rutina. Merlín ya no rompe todo, ya no tendrías que tener miedo a perder más objetos materiales por su culpa.Y Oni.. ella está más cariñosa, cada día me busca más.

Ellos ya no notan tu ausencia, pero yo sí.

Llegar a casa nunca dejó de ser bonito, pero muchas veces fue triste. Faltas tú y falta Aslan, claro.

Sigo pensando que me pedirás que te arrope otra noche, que te llene la cara de besos fingiendo que soy un tiburón o que me llamarás guapa aunque yo sepa que no lo estoy.

Sigo pensando que nos cuidaremos cuando estemos enfermos, con sopita y mantita, y un poco de amor extra hasta ganar a los virus.

Pero también pienso que volverás a decirme que no vives la vida que querías, que seguiré siendo un impedimento, que a mi lado no serás feliz y tampoco querrás que cambiemos las cosas para que puedas serlo. Y no puedo juzgarte, sigo sin poder hacerlo.

Extrañarte, por el contrarío, es algo que no he dejado de hacer. Cada vez con menos frecuencia, pero esperarte sigue siendo mi única constante.

Ya casi va a hacer un año y va tocando aceptar que no vas a volver.


domingo, 23 de abril de 2023

Dante.

 Era un intenso dolor físico que acaecía mi pecho. Me desmembraba la piel, pareciese que fuese a romperla. En las horas de sueño, había redundado en la vigilia, porque el atemperado dolor acalambraba mis costillas.

En medio de ese tortuoso caos, en las rasgadas pareces de mi conciencia, despertose una voz interior de manera abrupta. Enfrentó todas las versiones sí misma, no solo las conocidas, sino también las que estaban por conocer, y se mostró a ellas como un ente taciturno, de amplio entendimiento.

Berni fue el primero en ser enfrentado:

    - Tu infamia no debería aparecer como consecuencia de los excesos -le dijo.

Berni, quién desconocía otro camino que no fuese tortuoso, se encaró de buen gusto.

    - A la realidad, los necios llaman infamia. ¿No es, acaso, el dolor la manera más pura de sentirse vivo?

    - ¿Y de qué sirve un dolor retroalimentado en las decisiones que se hicieron per felicidad? ¿No sientes este otro afluente, el físico, recordarte que la vida acaba en cualquier momento, como para ceder a tus lamentos?

Previo a que Berni pudiese responder, Alistóteles quiso hacer su acto de presencia.

   - Tal vez, Berni se refiera a las lecciones que se graban en el pesar.

    - De ser así -prosiguió el nuevo ser-. ¿Qué ocurre de todo ese pesar que no ha traído aprendizaje?

    - El propio pesar podría ser, en sí mismo, un aprendizaje -opuso Alistóteles.

    - Pudiese verse como cierto,  pero, a mi juicio, aceptar los devenires solo en pos de la esperanza, de vivir alimentando un futuro mejor que nunca llega, olvidando el presente que hay ante nuestros ojos, es una manera más de morir deprisa.

Alistóteles, reflexivo, acogió las palabras de aquel nuevo pensador y las hizo suyas. ¿Acaso solo aconsejaba a los demás y olvidaba su propia existencia?

Aquella nueva presencia, aprovechó el silencio que los dos representantes le habían otorgado. 

    - Esto, no es más que un ciclo. Un patrón en la huésped. De la felicidad momentánea a la tristeza. Un ciclo, una espiral. Los días como hoy toca que tú, Berni, le alimentes de todo aquello que es cuando habita el mundo de las sombras. De todas aquellas palabras que los demás no han dicho, que, probablemente, no hayan sentido, pero que podrían darse. Le haces aferrarse a supuestos paranoicos que le alejan de los demás y le acercan a una realidad propia, retroalimentada, solo creada para tu beneficio. Sí. Del que te provees mediante el uso del dolor.

Y prosiguió:

    - Tú, Alistóteles, vienes a mostrarte como una entidad racional que augura un bienestar futuro mediante la realización del pensamiento. Tú punto de partida no es malo, pero sumes a la huésped en el continuo pensamiento de aceptación de las propias acciones, ya sean buenas o malas, como un aprendizaje que dará sus frutos en un futuro que nunca llega. Olvidas que hay sufrimientos que no enseñan; lecciones vacías. Sirves como una buena contrapartida a la parte más visceral, pero Berni y tú sois las caras de una misma moneda. El uso de la cual nos lleva a vivir en el dolor, aceptarlo y depositar esperanzas en futuros alternativos que, desgraciadamente, suelen estar muy alejados de la realidad.

    >> Y es justo, debéis existir en el caos. Yo solo vengo a lanzar una nueva propuesta: ¿Y si aceptamos las condiciones de los demás como sus propias circunstancias, sin que eso suponga que haya nada malo en la huésped? No podemos seguir permitiendo que acepte que todo acontecimiento tiene que ver con ella. Eso saca de las reglas del juego las condiciones personales de cada individuo, sus traumas, miedos, aspiraciones... Y eso no implica que ella no sea suficiente en el aspecto que sea, solo implica que, al igual que ella misma tienes sus propias decisiones en base a sus experiencias, los demás también las tienen y no todo ha de ser culpa de sus acciones.


El dolor en el pecho no remitió, pero aquella acabó siendo la única preocupación de aquel día, la lección que enseñó que, primero, está uno mismo. Y los quebraderos de cabeza, mejor dejarlos para luego, para cuando las cosas ocurran de verdad y haya que enfrentase a ellas, no solo sean meros escenarios mentales.

Y la última moraleja que trajo es dejar de suplir los vacíos emocionales con personas a las que ni se les atribuye humanidad; a entes de una noche, ni tampoco con aquellas otras poco accesibles emocionalmente, como medio de volcar la energía de manera desmedida en un quebradero para olvidar el vacío existencial que radica detrás de esas acciones.

viernes, 14 de abril de 2023

Orgullo.

La primera vez que te fuiste, cuando nuestras almas había conectado, asumí tu ausencia hasta que volviste.

La segunda, aunque más dolorosa, puse asumir que desaparecías. Que te habías ido sin decir nada, de nuevo. Tuve que rellenar tu hueco con otro fragmento de existencialismo, de esos que me duelen y me gustan. Luego volviste y yo estuve ahí, para entender tu segunda ausencia, para ofrecerte mi segunda oportunidad.

Te has vuelto a ir y, ahora, tu ausencia cala el pecho y vuelve a dejarme desnuda. Vuelvo a estar sola frente a un mar de rostros sin esencia. 

Ahora que no estás, he dejado a un lado la inocencia. Esa que me hace salvar a todo ser humano, que no quiere aceptar que todos, absolutamente todos, actuamos egoístamente; incluida yo.

Puedo ver esa parte de humanidad que te falta, esa parte ruin que tienes, también esa otra parte de luz que he apagado. Sé que es por eso que no estás. Sé que de mí no ibas a esperar nunca amistad.

Me hubiese gustado decirte muchas cosas. Que hablar contigo era conectar con un alma, de esas que tengo pocas en mi vida. Aunque, cuando salía esa parte de luz que veías en mí, me llegaba a sentir atrapada, parte de alguien, un objeto, una posesión.

Es así cómo me he sentido esta última vez, al ver que has cerrado la puerta con llave. Que no te ha gustado que me incendie para ser feliz.

Recaigo en pensar si te estarás preguntando el por qué él,  por qué no has sido tú... 

Es muy sencillo; porque tú no estás roto, ni como él, ni como yo. Porque, a esta parte rota que me lleva devorando un año las entrañas, no la entiendes. No entenderías que me acerque a ese tipo de personas que, de sobra sé, no llevan a ningún lugar y que lo haga justamente por eso... porque no llevan a ningún lugar.

Porque me encienden la parte triste, el dolor, la melancolía. Esas partes que tú solo  has conseguido realzar con tu ausencia.

Me hubiese gustado encontrarte en un camino en el que hubiese florecido al completo. En el que pudiese acompañarte hasta que nos cansásemos del otro, en el que no dejásemos de sorprendernos, de conocernos, de redescubrirnos. Pero te has cruzado cuando aún transito la nostalgia, cuando todavía me aferro al dolor y los sentimientos de un día para sentirme viva, porque justo ahora, me cuesta sentirme vida.

A veces lloro, por Aslan, por Sergio, por papá. Tengo el alma rota, al igual que el corazón, ¿qué querías sacar de ahí? Lo sabías desde un principio.

Yo no le deseo una persona rota a alguien como tú.

Supongo que esa es la parte bonita.

La otra parte son mis sentimientos profundos. No los que te entienden, los que saben que querías salvarme, que querías acompañarme, que, ahora, saben que sentías de verdad por mí. Los profundos dicen otras cosas...

Dicen que yo tenía que salirme del alma del poeta ahora mismo para hacerte feliz a ti, cuando a todo mi interior sigue apeteciéndole recrearse en el dolor que nos hace sentir vivos. Que no podía tener días de ausencia, de desaparición. Que tenía que mantenerme sin mover ni un dedo, sin incendiarme con alguien de un día solo porque tú alimentabas tus sentimientos en la esperanza, aunque no quisieses reconocerlo, y eso no es justo...

Mis sentimientos profundos me han encarado. Me han dicho "te lo dije" cuando te "he fallado". Me han recordado que tu permanencia a mi lado era puro interés, que yo te avisé, te expliqué que ya había pasado por aquí antes y te dio igual, porque "no me ibas a sexualizar". Y lo hiciste. Y herí tu orgullo. Y ahora no estás, ni volverás a estar.

"Yo no nací para complacer a nadie" me he estado repitiendo. Mientras tú te repites que miraba solo por mí... Si hubiese mirado solo por mí, no hubiésemos hablado como lo hacíamos, no habría entendido cada vez tus sentimientos, aunque fuesen discordantes de los míos. No te hubiese dejado volver dos veces. 

Tú creías que miraba por mí porque te haya pedido desconectar dos veces y eso es, precisamente, no dejarme ser... ¿te imaginas que hubiésemos seguido así? 

Yo sintiéndome mal porque tú no me dejas ser. ¿Por qué habría de sentirme mal por necesitar soledad frente a alguien que no entiende qué es eso? ¿Qué es sentirte tan triste que necesites estar solo contigo mismo? Que me dice que trata de entenderlo pero no es cierto porque, cuando hago algo que no se ajusta a sus planes, le dan rabietas y se enfada, y me deja de hablar, y me saca de su vida.

Quería recalcar todo esto para que cuando te eche tanto de menos, tanto como hoy, me pueda recordar que te has ido porque has querido. Porque yo, soy libre y no tenía ningún compromiso contigo por el que me tenga que estar sintiendo como una mierda. Alguien que te hace sentir así, ¿realmente te quiere? O solo te quiere como el ideal que tiene de ti y , cuando lo rompes, cuando no actúas como se ha impuesto que tienes que actuar, te trata como basura. Te echa como si no fueses nada.

Hubiese entendido una ausencia con caducidad, de esas para dejar de sentir, de índole reparativa. En la que hubieses aceptado nuestra verdadera condición, la de amigos y hubieses vuelto para permutarlo.

La ausencia del orgullo... esa no la entiendo y tampoco la salvo.